Yumi Arai
Japón sigue siendo una de las industrias más
potentes del negocio musical en el mundo y, sin embargo, de las menos conocidas.
O conocidas de una manera más sesgada. Lo que nos llega mayormente es su
absorbente asunción de buena parte de los patrones occidentales en cuestiones
de ritmos y estéticas o sus obsesivos coleccionismos y/o reivindicaciones, de
tal manera que funciona como refugio expositivo para (casi) todo tipo de
artistas y grupos, desde el mainstream
hasta la delicatessem independiente
más extremadamente minoritaria.
Pero, ¿y su producto interior?. Se conocen
millones de cosas, ciertamente –aunque sea a modo de goteo, casi siempre ha ido
llegando algún grupo que ha alcanzado una cierta notoriedad-, pero muy pocas
veces se alcanza a tener una visión más o menos panorámica de ciertos géneros o
corrientes musicales procedentes del país, partiendo de algún tipo de
depuración de criterio.
Aquí vamos a tratar, aunque de manera modesta e
inevitablemente incompleta, de trazar una vista general –la selección comprende
desde principios de los años setenta hasta nuestros días- de algunos de los
grandes discos de POP que se han facturado en aquel rincón oriental. “This is pop”, que cantaba Andy
Partridge (el XTC, por cierto, también hizo sus pinitos con algún que otro
protagonista de nuestra serie, además de comprobar la entusiasta aceptación allá
de su obra). Nada de música experimental de barraca de feria, de rockismos
vacuos o punk aristocrático. Canciones pop –incluso ultrapop- encapsuladas en
álbumes formidables de principio a fin.
KIYOKO ITOH – “Woman At 23 O’clock - Love In” (CBS, 1970)
Una de las presencias más destacadas del volumen “Nippon
Girls 2: Japanese Pop, Beat & Rock 'n' Roll 1965-70” –editado en 2014- con “Mishiranu Sekai”, Kiyoto Itoh publicó
dos álbumes imprescindibles en el cruce de décadas 60-70. El segundo de ellos -el
que nos ocupa- perdió en el camino mucho del candor ye-yé y ganó en tórrido
ensamblaje de barroquismo pop, recitados insinuantes –la resaca del tándem
Gainsbourg-Birkin, que hizo verdaderos estragos- y amor por la chanson más hetedoroxa (no en vano la
propia Itoh adaptó una pieza -“Silence”-
de Armand Canfora, autor del estándar “Non
c'est rien”), con ecos de Morricone incluidos (“Goji Kara Juji Made No Watashi”). Demasiado voltaje para su tiempo:
el álbum acabó en las marginales cubetas de los discos soft-porn y no ha sido hasta hace bien poco que ha empezado a ganar
en prestigio. Itoh es, sin duda, un talento considerablemente superior al de
otras “rivales” contemporáneas tipo Carmen Maki.
Su discografía se cierra con un tercer álbum donde
interpretaba canciones de Paul Simon, ya fuese en solitario o en su periodo con
Art Garfunkel.
YUMI ARAI – “Misslim” (Express, 1974)
Se suele considerar su debut –“Hikō-ki Gumo”, publicado un año antes- como el más
destacado de su discografía inicial, entre otras cosas por la recuperación de
la soberbia canción homónima para el filme de anime “Nicky, la aprendiz de bruja” de Miyazaki a finales de los
ochenta. Sin embargo su segundo lp se nos antoja aún más consistente y
equilibrado, con himnos como “Yasashisa
Ni Tsutsumaretanara” o “Junigatsu No
Ame” marcando la diferencia. Compuesto íntegramente por esta cantante
legendaria –su carrera continúa hasta nuestros días, ya fuese como Yuming después
o actualmente con su apellido de casada, Matsutoya-, “Misslim” es un impecable
álbum de pop soleado –o soft pop, si
lo prefieren, con Mamas And The Papas o Carole King en el punto de mira- reforzado
con la inestimable presencia en los coros de los míticos Sugar Babe –el grupo
de culto setentero por antonomasia en Japón- y el futuro Yellow Magic Orchestra
Haruomi Hosono tocando el bajo.
IKKI SUZUKI – “Branco No Yume” (self-released, 1976; reed. Branco,
2006)
A mediados de la pasada década se produce en el
panorama independiente anglosajón la exhumación de montones de discos oscuros u
olvidados publicados a finales de los sesenta y principios de los setenta que
guardan polvo en recónditas tiendas de discos y archivos discográficos. Vashti
Bunyan, Linda Perhacs, Ruthann Friedman o la alemana Sibylle Baier son algunos
de los nombres que saltan a la palestra, convertidas en fetiche de nuevas
generaciones ávidas de emociones puras y, en muchos casos, estremecedoras. El
folk más confesional se vuelve a poner de moda y Japón no se puede quedar
atrás: se (re)descubre una pléyade de artistas outsiders que en el país del sol naciente a mediados de los setenta
dejaron constancia de una sensibilidad pareja a los nombres arriba citados,
auto-editándose en muchos de los casos. Los más relevantes: Nobue Kawana y
nuestra elegida, Ikki Suzuki.
“Branco No Yume” es un disco místico, virtuoso,
pero también rebelde e inconformista. Ikki Suzuki rara vez susurra o
languidece: ella canta con pasión, interpreta con una profundidad y una
decisión absolutamente sobrecogedoras. Y acaba chillando de amor.
SUSAN – “Do You Believe In Mazic” (Epic, 1980)
Cantante, presentadora y actriz, Susan Nozaki -japonesa con ancestros franceses- empezó muy joven
conduciendo programas de televisión, actividad que compaginaba con sus
actuaciones en anuncios de todo pelaje. “Do You Believe In Mazic” (así, con z)
fue su puesta de largo, un disco más centrado en ritmos nuevaola que en los
puramente sintéticos en los que se suele insistir en relacionarla aquí, a pesar
de que es cierto que ya incluía muestras de un incipiente techno kayo (“Ah! Soka”, “Screamer”).
Recuerda indistintamente a los primeros Pegamoides
–“Dream Of You”-, The B-52’s –“ Modern flowers in a boot”- o
Blondie –“Freezin' fish under the
moonlight (Eatin' my backbone)”, además de incluir la inevitable cuota reggae-pop de aquellos días –“Glass Girl”-. Hits trepidantes –“24,000 Times Kiss”- y clásicos
incuestionables –la citada “Ah! Soka”- lideran esta auténtica gozada, que se
merienda de una tacada a compañeros de viaje –y colaboradores en el disco- como
Sandii & the Sunsetz o Plastics.
Su continuación -“The Girl Can't Help It”,
publicado un año después- desgraciadamente no llegó ni mucho menos al nivel de
este debut saleroso repleto de muy buenas ideas perfectamente ejecutadas e
interrumpió una carrera musical que hubiera merecido más recorrido.
AKIKO YANO – “Tadaima” (Japan, 1981)
La portada refleja a la perfección el contenido
del disco. Es, aparentemente, pop agradable y de fácil consumo, pero entre los
surcos esconde ritmos esquinados, imprevisibles y sensaciones inquietantes. Es
el disco ‘moderno’ –Akiko Yano suele tirar normalmente de clasicismo al piano- de
la primera época de la mujer de Ryuichi Sakamoto: iconoclasta, incómodo e
insobornablemente arty. ¿Han dicho Yoko Ono?. Ciertamente podemos decir que
algo de su espíritu sobrevuela entre no pocas de estas canciones.
Hay techno-kayo (“Tadaima”, “Ashkenazy Who?”),
tecno-punk pizpireto (“VET”),
mestizaje a la manera Eno-Talking Heads (“Rose
Garden”) o pop pluscuamperfecto (“Itsuka
Ojisamaga”, “I Sing”), pero lo
que le da el verdadero carácter es la parte central del álbum con piezas de un
ajustado sentido de lo experimental –“Iranaimon”,
por ejemplo, podría pasar por una de las piezas más accesibles de Residents-.
Es ahí donde Yano se descuelga al piano mezclando jazz y kayōkyoku
(pop clásico nipón) con tonalidades imposibles y, a veces, disonantes, pero
jamás tediosas o estériles. Yellow Magic Orchestra como grupo de apoyo;
Sakamoto controlando todo tras la mesa de mezclas.
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