BRIDGE – “Preppy Kicks” (Polystar/Trattoria, 1994)
Algunos, cuando escuchen los primeros acordes de “Soft Cream Whistle” se verán
teletransportados a los años noventa y a programas radiofónicos de aquella
década como “Viaje a los sueños polares” de Luis Calvo que, si no me equivoco,
llegó a utilizar aquella canción como cortinilla del espacio en algún momento.
Bridge tocaron el cielo (indie) con una carrera corta e irregular: su primer
disco, aparte del homenaje a The Go-Betweens en el título genérico –“Spring
Hill Fair”- estaba a años-luz de “Preppy Kicks”, un estuche lleno de caramelos.
“St.
Manic Sunday” cogía prestadas
muchas cosas (¿demasiadas?) del “You're in a Bad Way” de Saint Etienne,
publicado un año antes: puro proselitismo de camiseta de rayas. A la cantante
de los británicos la piropeaban directamente en otro de sus títulos: “Preppy Look Cracknell”. “Mania De Marmarade” apostaba por un
sano receso a ritmo de mambo y, en general, dominaban los medios-tiempos de
placebo easy-listening con indudable aroma sesentero. Después llegarían otros
grupos a recoger el testigo como The Aprils o Cymbals, pero nunca han llegado a
ser lo mismo. Uno de los más fieles retratos del shibuya-kei en su momento de
máximo esplendor.
RUMI SHISHIDO – “Set Me Free” (CD Project, 1995)
Es, fundamentalmente, la historia de una teen-idol
de tecnho kayo tardío de principios de la década de los noventa luchando por
disponer de una autonomía artística (de ahí el ilustrativo título genérico),
dando como resultado un disco delicioso de principio a fin. “Set Me Free” es gestionado
por un fan y alcanza menciones en el New York Times, comparándola con algunas
de las cantantes de pop independiente más referenciales del momento como Liz
Phair.
Guiños a Mott The Hopple (su clásico “All The
Young Dudes”, escrita por Bowie, se parafrasea aquí como “All The Young Nerds”,
pero poco o nada tiene que ver con el original) mientras la edad adulta queda
más que explicitada en piezas como “Romantic
Murder” o “The End of The Hill”,
con solemnes arreglos de cuerda. Por otro lado, “Cookie Kiss” o “Puppy Tree”
aún miran atrás hacia los prístinos atavíos de pop adolescente sin demasiado
rencor.
Quizá para la propia Shishido un disco de
transición: “Set Me Free” no aparece en su discografía oficial, que evita todos
los primeros títulos a su nombre. Para nosotros un juguete maravilloso, y la
prueba evidente de cómo se puede hacer un disco de pop con pretensiones y muy poco
presupuesto y salir mucho más que airosa en el envite.
NONA REEVES – “Friday Night” (Warner, 1999)
Segunda referencia para una multinacional tras el
paso previo por una independiente con otras dos grabaciones. Nona Reeves fueron
los ‘enfant terribles’ pop-funk-soul de la escena de Tokio de finales de década
y su trayectoria no ha conocido desde entonces momentos para el respiro. Son
poseedores de un potente arsenal de grandes canciones –ergo hits- desperdigadas
por casi todos sus discos, estos últimos normalmente más irregulares de lo que
deberían y todos dominados por una de las voces más sensuales, a cargo de Gota
Nishidera. Su influencia suntuosa de barrio rico puede palparse en otros grupos
con enorme potencial como Awesome City Club, Lucky Tapes o Passepied. Casi con
toda seguridad “Friday Night” sea lo más cercano a su producción más redonda,
aún dominado por el pop inmaculado antes de convertirse en una máquina de música
disco, hip-hop y, sobre todo, funk ultra-mainstream (Prince en el punto de
mira).
Aquí hay influjos de pop beatlemano (“Bluebird”), rodajas de shibuya-key (“Bad Girl”, “Another Summer”) y medios-tiempos voluptuosos para ¿todos? los
públicos (“The Girlsick”).
Como digo, se les disfruta más en un buen
recopilatorio cuidadosamente seleccionado, pero aun así este es un disco
bastante apropiado para iniciarse.
PLUS-TECH SQUEEZE BOX – “Fakevox” (Vroom Sound, 2000)
Los reyes absolutos del picopop, otro subgénero japonés
en el que suelen cohabitar punk-pop, samplers de toda calaña –especialmente los
de series y/o músicas de los años cincuenta o sesenta-, sintetizadores naif,
apuntes jazz o hillbilly y, cómo no, espíritu shibuya. Todo ello a una
velocidad endiablada, como una batidora que (re)produzca efectos intensos pero
casi inaprensibles. Entre Bis, el “Doopee Time”, Fantastic Plastic Machine y
Polysics (pero mucho más certeros que casi todos ellos), su capacidad para
regurgitar todo tipo de influencias y comprimirlas en canciones de dos o tres
minutos siempre fue francamente admirable, sobre todo en este su disco de debut
dentro de una discografía que solo comprende dos (¿para qué más?) y un álbum
con demos. Un paso rápido pero duradero por cómo debería entenderse la historia
del pop en el siglo XXI y que tuvo en Hazel Nuts Chocolate a sus alumnos más
aventajados.
YMCK – “Family Music” (self
released, 2003)
Jazz-pop con sonido de videojuegos de Nintendo tipo
Super Mario Bros y similares. Una pirueta iconoclasta, de apariencia
superficial pero con resultados nada despreciables. Al contrario: un interesante
mestizaje en teoría contrapuesto y anti-natura a ritmo de chiptune (8 y 16
bits, recuerden) que bien pudo hacer enfurecer a puristas de toda índole
(títulos como “Magical 8bit Tour” o “Does John Coltrane Dream of a
Merry-go-round?” dan buena fe del desparpajo de este trío). Contiene una
fantástica versión del “Socopogogo”
de Akira Suzuki (colaborador de Sandii & The Sunsetz) a ritmo de
cha-cha-chá electrónico. Auto-editada en su día, esta tarjeta de presentación
(en realidad una maqueta ampliamente publicitada), tras la aceptación de su
original propuesta conoció casi inmediatamente una (re)edición a través del
sello Usagi-Chang. No solamente han convencido al mercado japonés: franceses,
holandeses, estadounidenses, suecos o surcoreanos se han rendido a sus
inevitables encantos y les han invitado a varios de sus festivales.
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