Hablé de él por encima en este mismo blog al incluir el segundo
volumen de su super-grupo Niagara Triangle en la segunda entrega de la serie de
discos imprescindibles del pop japonés. Entonces no tenía del todo ubicado el
resto de su producción, de la cual “A Long Vacation” y “Each Time” conforman un
díptico en solitario arrollador, merecedores ambos trabajos, sin lugar a dudas,
de haber aparecido en dicha lista.
Eiitchi Ohtaki nace en 1948 al norte de Japón, en la prefectura de
Iwate, más concretamente en Esashi (actual Oshu Esashi). Huérfano de padre, su
primera conmoción musical fue la escucha de Connie Francis en casa de unos
familiares. A continuación sería la radio la que reconduciría definitivamente
su pasión por las canciones, primero través de lo que se programaba en la
Compañía de Radiodifusión del Lejano Oriente y la red de emisoras del ejército
estadounidense en Japón (FEN) a principios de los sesenta, y a la que seguirán
sus primeros escarceos en programas propios, lo que le llevará a descubrir a
artistas indispensables en su educación musical como Elvis Presley o, sobre
todo, los Beach Boys. Justo después le llegarían The Beatles, la referencia ineludible
del momento. Intentando emular a estos últimos, formará en la universidad sus
primeros grupos, que no pasan de ser homenajes libérrimos de los de Liverpool,
proyectos absolutamente intrascendentes en todos los sentidos.
1968 es el año clave. En la facultad de Letras de la Universidad de
Waseda conoce a Haruomi Hosono, futuro fundador de la Yellow Magic Orchestra,
con quien forma su primer grupo importante: los seminales Happy End, en los que
también va a militar el poeta Takashi Matsumoto. Happy End tienen una vida
corta (apenas cuatro años), pero sientan las bases del rock japonés gracias
fundamentalmente al álbum “Kazemachi Roman” (1971), piedra filosofal del
folk-rock psicodélico de aquel país y considerado por muchos (quizá con
demasiado entusiasmo) como el mejor disco de pop-rock japonés de todos los
tiempos.
Ya en Happy End, además de las referencias a Buffalo Springfield o
The Band, Ohtaki irá colando sus tiernas composiciones inspiradas en clásicos
del pop de finales de los cincuenta como el propio Presley o The Righteous
Brothers: baladas tiernas de corazón teenager
como “Blue Valentine’s Day”, que sería rescatada después en diferentes
recopilatorios del artista.
Comienza a publicar sus primeros experimentos en solitario y a
mediados de los años setenta funda Niagara Triangle junto con dos Sugar Babe, Tatsuro
Yamashita y Ginji Ito, a los que había producido su único disco, el también
legendario “Songs”, de 1975. Niagara Triangle tienen un éxito moderado, quizá
no el suficiente para plantearse una trayectoria de más recorrido, lo que
recoloca a Ohtaki de nuevo en solitario, fabricando discos un tanto dispersos
donde da rienda suelta a su pasión por el rock’n’roll de los cincuenta, el
surf-pop de Brian Wilson y el pop sin etiquetas en general. Combinación que no terminará
de cristalizar definitivamente hasta las ediciones de “A Long Vacation” primero,
“Each Time” después y, en medio de ellos, el segundo volumen de Niagara
Triangle, de 1982, ya con un equipo de colaboradores completamente diferente
respecto a la primera encarnación del combo.
En paralelo a estas producciones, Ohtaki seguirá con sus labores de
productor, arreglista, ingeniero y compositor para otros. De su indudable
talento surgirán piezas de éxito en Japón como la poderosa “Winter Riviera” –en
la voz de Shinichi Mori- y de la que el propio Eiichi haría su particular
versión -“Summer Night in Riviera”-, o “Atsuki Kokoro ni" (“In A
Passionate Heart”), incluida en el repertorio de Akira Kobayashi. Canciones
interpretadas por desaforados crooners
que alcanzarían la gloria nacional alrededor de la década de los setenta. Y mi
canción favorita de todo su repertorio: “Yume de Aetara” (“If I See You in My
Dreams”), interpretada hasta la saciedad por artistas de todo pelaje, siendo de
alguna manera la versión canónica la que cantó Celia Paul en 1977, además de
las varias relecturas que de la misma que hizo el propio Ohtaki, dando rienda a
su pasión por Phil Spector y el torbellino de arreglos esplendorosos.
“A Long Vacation” (Niagara, 1981) contó con el beneplácito unánime de
público y crítica en su momento. Se convirtió en un acontecimiento comercial y
mediático, siendo un año después el primer álbum japonés publicado en formato
compacto. Las canciones grandes se suceden sin apenas solución de continuidad:
del arranque eufórico y wilsoniano de
“You Are Natural Color” hasta el efluvio de canción tradicional rusa (adaptada
a la tecnología del momento) de “Say
Goodbye To Trans-Siberian Railway” pasando por el compendio camp y brill building de “Velvet
Motel”, el aliento de Bacharach de “In
the Canary Islands” (la más bella canción que jamás se haya compuesto en
homenaje a las Islas Afortunadas) o la tórrida balada “Wednesday In Rain”: la ambición melódica y orquestal se impone (casi)
en cada registro –ahí está la palpitante, a la manera de The Walker Brothers, “Karen In Love”-, sin despreciar
soluciones entonces à la page como
arreglos con sintetizadores que en ningún caso entorpecen el fluir exuberante del
conjunto. No falta, a modo de avituallamiento para rebajar tanto
trascendentalismo, el rock old school
de las onomatopéyicas “Pap-Pi-Doo-Bi-Doo-Ba
Story” o “Fun X 4”, que nos
retrotraen a las refrescantes tonadas de Bobby Vee o Rick Nelson.
La repercusión de “Each Time” (Niagara, 1984) ha quedado en parte
ensombrecida por el impacto de “A Long Vacation”, su disco precedente, pero
podemos hablar de uno que raya a la misma altura que aquél. Mantiene unas
pautas muy similares y, con su portada genuinamente city pop (género que está convenientemente plasmado además en el
interior del disco), intensifica el amor
por los tiempos teen-pop en Estados
Unidos, de los que Eiichi Ohtaki fue testigo de primera mano a través de las
ondas, mezclado siempre con la pulsión new wave. Abre la remilgada “The Magic pupil”, entre el Frankie Avalon
de “Beauty School Drop-Out” y el
primer Cliff Richard (el de “Schoolboy
Crush”), por ejemplo. “Sketch of
Leaves”, “Silver Jet”, “Ship in a glass bottle” o “Lake Side Story”, ya sea con arreglos
de clarinete, perezosos pianos o suntuosos apuntes de cuerda, conforman la
parte más rotunda e intimista de la grabación, como envuelta en una ensoñación
de la que solo unos pocos maestros clásicos tienen la llave original.
No hubo más. O no al menos bajo su nombre real (le gustaba picar de
aquí y de allí a través de muy fugaces pseudónimos tras la mesa de mezclas,
delante de un micrófono de radio o diseñando). Ha sido 2016 el año de la
publicación de su primer disco post-mortem (fue hace tres años, por culpa de la
desafortunada ingesta de una manzana que le produjo un aneurisma irreversible
que Eiichi nos dejó para siempre). “Debut Again”, también publicado en el sello
que él mismo fundara en los setenta, recopila las versiones propias de un
puñado de hits cedidos a otros,
alguno de ellos enumerados más arriba. Poniendo de manifiesto una vez más todas
sus capacidades para la escritura de perlas maravillosas.
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