Ewa
Demarczyk
La historia de la música popular polaca contemporánea arranca a
finales de los años cincuenta, momento en el que el aperturismo cultural
promovido por el aparato de la República Popular cristaliza en una progresiva aceptación
de géneros como el jazz -fuertemente implantado en el acervo del país hasta la
Segunda Guerra Mundial-, muy perseguido por el Estado los años previos por
tratarse de un estilo musical alta e íntimamente imbricado con el enemigo
ideológico a partir del inicio de la Guerra Fría: Estados Unidos.
El sótano de los corderos
Similar recorrido sufrirán los sonidos más puramente folclóricos, en
un intento de reducir la “contaminación” expresiva del adversario de elementos
reconocibles y retóricos: banalización, hedonismo, guiños al liberalismo,
consumismo, etc. Y entre todos ellos el más reconocido, entusiasta y –a su
modo- cosmopolita: la Poesía Cantada Polaca. Un género que se basa
fundamentalmente en la adaptación de textos de escritores nacionales clásicos
–mayormente poetas, como no podía ser de otra manera- sobre una base de folk,
pop, polonesa, chanson francesa, jazz vocal o vanguardias varias.
Piwnica
pod Baranami
Paralelamente a este impulso custodiado por el régimen socialista
tendrá lugar la fundación de unos de los lugares de encuentro más legendarios
de la escena artística del país, concretamente en el corazón de la capital
cultural de Polonia, Cracovia. Hablamos del Piwnica pod Baranami (“El sótano –o
bodega- de los Carneros”), un local pensado inicialmente para encuentro de
estudiantes universitarios, a medio camino entre el Bocaccio de Barcelona, La
Mandrágora madrileña y el Cavern inglés. Situado en plena Plaza del Mercado
–zona de colisión entre el puro turisteo y la salvaguardia de las diferentes
expresiones estéticas de la ciudad-, sigue siendo desde hace ya más de sesenta
años el arranque de multitud de iniciativas –incluida su prestigioso festival
anual de jazz-, ya sean musicales, recitativas, teatrales o todo junto mezclado
al criterio del momento y mucho más.
Leyenda escénica y vibrante construida alrededor de Piotr Skrzynecki,
empresario y director de escena trasmutado en una especie de profeta burlesco
al que la memoria del Sótano le tiene reservado un sitio de honor en todas y
cada una de sus paredes –el líder pasó a mejor vida hace ya veinte años-, y
donde su graciosa y escurridiza figura decidió fundirse para siempre entre los
numerosos y dispares objetos que conforman un ciclorama caótico y definitivamente
fetichista.
Por sus tablas pasaron tótems de la canción polaca como Ewa Demarczyk,
Marek Grechuta o Wanda Warska. Esta última incluso dedicaría alguna de las
portadas de sus discos a los arcos de entrada de tan sacrosanto epicentro del
cabaret del Este.
Piotr
Skrzynecki
WOJCIECH MłYNARSKI
– “Śpiewa Swoje Piosenki”
(Polskie Nagrania Muza, 1966)
Del cabaret a la contorsión operística (la segunda ya en los años setenta),
Młynarski –defensor de los derechos de autor
a nivel local y azote del régimen comunista, que le tuvo durante mucho tiempo
en su lista negra- debutó con un primer disco donde la auténtica brújula es el
Jacques Brel de “La valse à mille temps” o “Marieke”: por desparpajo –la onda
más sarcástica del francés-, por pequeños recitados de aire aparentemente casual,
por la acritud vocal y por unas orquestaciones que compaginan la rabia
temperalmental con la frescura heredada de las grandes formaciones
norteamericanas de los años treinta –el swing como aglutinador-. Quizá nada
especialmente rompedor o profético, pero sí muy compensado e inspirado en todo
su conjunto. Uno de los primeros productos de música moderna ligera de Polskie
Nagrania Muza, sello dependiente del ministerio de Cultura polaca (vía Odeon) que
prácticamente monopolizara en esos años los registros sonoros de todo el país.
EWA DEMARCZYK – “Ewa
Demarczyk Piewa Piosenki Zygmunta Koniecznego” (Polskie Nagrania Muza, 1967)
Por hacer un símil recurrente, Ewa Demarczyk sería algo así como la
Edith Piaf polaca, pero con algún que otro grado de vehemencia extra. En el que
es prácticamente su único álbum en estudio –hay otro para el mercado ruso donde
mezcla canciones de aquel álbum con otras inéditas-, convertido en la piedra
filosofal de la canción polaca de todos los tiempos, Demarczyk se entrega
artísticamente con todo el espíritu al repertorio del insigne Zygmunt Konieczny,
compositor coetáneo para cine, teatro y cabaret pop. No hicieron falta más que
unos singles previos y el destacado disco para sentar las bases de una forma de
transmitir heredada de la canción francesa pero también del cine –textos en la
onda inquietante de “El año pasado en Marienbad”, de ascendencia casariana- y
referentes patrios como Fréderic Chopin que no ha dejado de dar damas y
caballeros inspirados en su desatada personalidad a lo largo del tiempo.
Personaje huidizo y anti-show business bajo cuya estela se ha ido
formando un culto reverencial –y más que merecido-, Ewa Demarczyk fue
moderadamente reconocida más allá de sus fronteras: además del inevitable
Olympia de Paris recaló en países como España, donde contó con padrinos
introductores como Paco Ibáñez, además de insistir en la exploración de la
cuestión hispana cantando al poeta mexicano Jaime Torres Bodet –“Cancion de
voces serenas”, incluida en su “Live” de 1981-.
Chanson sobreexcitada de tinieblas –por algo se la llamó “El Ángel
Negro”- e imprevistos ángulos del alma conjugados con sorpresivos cambios de
ritmo, coros solemnes y tempos comatosos: “Ewa Demarczyk śpiewa piosenki Zygmunta Koniecznego” solo puede tener un lugar de
honor dentro de la producción de los años sesenta junto a discos como “Pet
Sounds”, “Songs of Leonard Cohen”, “Scott 3”, “Getz/Gilberto” o “Ces gens-là”.
MAREK GRECHUTA & ANAWA–
“Marek Grechuta & Anawa” (Polskie Nagrania Muza, 1970)
Viendo algunos videos de la época, Marek Grechuta (1945-2006) se nos
antoja una especie de Neil Hannon medio-niño, ya no solo por aspecto, sino por
reminiscencias musicales. Pero también podrían valer las (indirectas)
conexiones con el John Cale de “Paris 1919” o el Leonard Cohen de los cuatro
primeros discos. Hasta se da un oportuno aire a Nick Drake en la carátula (y en
la utilización de cuerdas suntuosas en muchas de sus canciones). Folk,
psicodelia, polonesa o tango (la iniciatica “Tango Anawa”, compuesta por el
propio Grechuta, es una de sus canciones más emblemáticas) entretejidos en una
colección perfecta y sumamente elegante que no solamente iba unos cuerpos por
delante de lo que se hacía en la escena local, sino incluso casi a nivel global
teniendo en cuenta el aislacionismo cultural imperante. Aunque Grechuta forma
con el pianista Jan Kanty Pawluśkiewicz el tándem compositivo fundamental
de este disco histórico, las letras compaginan la factura propia con
adaptaciones de poetas nacionales del periodo romántico como Adam Mickiewicz o contemporáneos
del grupo como Leszek Aleksander Moczulski. La evolución de Marek Grechuta, -“divorciado”
de los Anawa tras un segundo disco de inferior nivel, “Korowód”- pasaría por un
periodo complejo donde las nefastas influencias del rock progresivo de los años
setenta harían mella en sus grabaciones de aquella época, para renacer con
todas las de la ley en la década de los ochenta con discos de autor clasicistas
como “W malinowym chruśniaku” o “Wiosna - ach to ty” -nuevamente con Anawa-, ya lejos (afortunadamente) de tics coyunturales y conceptualismo vacuo. Figura nacional
polaca, Grechuta sería el equivalente a Serrat, Buarque o Afonso en Polonia:
figura respetada e indiscutible de la música de su país.
MAGDA UMER – “Magda Umer” (Pronit,
1972)
Como Ewa Demarczyk, actriz además de cantante, pero también
periodista, presentadora de televisión, directora de cine o escritora. Lo
prolífico en Magda Umer ha propiciado una escasa producción musical en estas
cuatro décadas de trayectoria, espaciando sus grabaciones de manera casi
agónica (aunque en los últimos años ha habido un repunte y ha encadenado varios
discos en muy poco tiempo), grabaciones por otro lado exquisitas y sin apenas
pasos en falso.
Para su debut esta gran dama de la canción no solamente se apoyó en
referentes franceses –Françoise Hardy y sus benditas limitaciones vocales a la
cabeza- sino en efluvios aún más calientes –Maysa, Nara Leão- a través del
samba o la bossa nova. ¿Cómo llega hasta Polonia una influencia tan decisiva y
gratificante?. Ahí va una teoría: la inmigración polaca en Brasil tiene un
fuerte anclaje desde finales del siglo XIX, lo que habría provocado una
conexión discográfica de buena parte de los descendientes –y otros rebotados directamente
de la 2ª Guerra Mundial y sus estragos-, suministrando al interior grabaciones
no solamente del boom brasileño de los años precedentes, sino además
acompañándolos de otras grabaciones de jazz ya ‘intoxicadas’ de las cadencias
del país sudamericano. De todo ello está empapado este disco homónimo,
incomprensiblemente descatalogado como tal –solo se reeditó a mediados de los
noventa junto con otras grabaciones inéditas bajo el recopilatorio “Koncert
Jesienny”-. Magda Umer: (dulce) valor seguro.
WANDA WARSKA – “Pieśni i fraszki Jana Kochanowskiego” (Polskie Nagrania Muza, 1982)
La más veterana de la selección, Wanda Warska debutó
discográficamente a finales de los cincuenta con el descriptivo diez pulgadas “Jazz
'58”, haciéndose acompañar del Kurylewicz Trio, liderados por su marido Andrzej
Kurylewicz, quizá la mayor institución jazz de Polonia. Otros discos en los
sesenta entregados a un jazz vocal de tonalidades tenues como “Somnambulists” o
“Piosenki z piwnicy Wandy Warskiej” (homenajeando al Sótano de los Carneros)
para, ya en la década de los setenta, hacerse acompañar una vez más de su
pareja y el cantante y organista Czesław Niemen
en el prestigioso y bizarro “Muzyka teatralna i telewizyjna” (aparte de cool jazz incluían aquí beat, samba o
pop barroco arrebatado a cargo de Niemen), pero el elegido para esta selección es “Pieśni i fraszki Jana Kochanowskiego”, fuera del
tiempo –aunque se publicara en los sintéticos ochenta- y seguramente fuera de cualquier lugar.
Warska transforma nada más y nada menos que textos del poeta renacentista Jan
Kochanowski bajo la dirección musical de Kurylewicz.
Y el resultado da miedo (en el buen sentido): siete piezas que trasladan toda la conmoción, la
tragedia y la pena más profunda de los poemas del susodicho bardo a un entramado
sonoro mínimo –dominado por el piano y medidos arreglos de cuerda- de una
tristeza abisal a cámara (muy) lenta. Un álbum no apto para oídos que busquen pasajes agradables o más o menos llevaderos y que por momentos recuerda a la Nico más hermética de los setenta. Mención especial para los once minutos de la obsesiva, mística, fantasmagórica e
insistente “Czego Chcesz Od Nas Panie...”: brutal es poco.
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