A raíz del contundente atentado ocurrido en el
edificio del periódico Times de Los Angeles en octubre de 1910, y perpetrado
por los hermanos McNamara –miembros de la American Federation of Labor, dentro
del sindicalismo más voluble y encogido-, se extiende rápidamente la acusación
de que aquel ha sido realmente ejecutado por perversos anarquistas que solo
buscan la destrucción del sistema capitalista violentando a las masas, sin otra
motivación que implantar en la sociedad biempensante el caos y el terror.
Exactamente lo contrario que, en buena medida, pretendía -y ha pretendido
siempre- el ideario libertario aún en una época tan candente y abrupta
socialmente como fue la de principios del siglo XIX y principios del XX,
repleta de represión, miseria y dificultades infinitas para de la clase
trabajadora –donde la jornada laboral de 8 horas, por ejemplo, era poco menos
que una quimera-, obligada en última estancia a contrarrestar tanta injusticia
y abuso con todo tipo de respuestas a su alcance, unas más pacíficas que otras;
alguna más severa que otras.
En todo ese maremágnum de manipulación, medias
verdades y exceso institucional se alzó, entre otras muchas, la firme voz de
Voltairine de Cleyre, una de esas mujeres “peligrosísimas” que arrasaban
Norteamérica con los únicos poderes de la palabra, la empatía, la intuición y
el coraje intelectual. Amiga y polemista de la mismísima Emma Goldman –a la que
la posteridad le deparó mayor reconocimiento-, Voltairine se dio por aludida directamente
en los sucesos referidos al comienzo y, a su vez, se vio en la obligación de
matizar y aclarar posturas en este preciso y elocuente texto panfletario
titulado “Acción directa”, recuperado recientemente en castellano por la pequeña
editorial punk y libertaria Imperdible (en 2013 había hecho lo propio la
editora La Neurosis o las barricadas).
Criada a base de presenciar y sufrir los rigores
del matonismo empresarial y policial, de asistir a un sinfín de desigualdades
de género, raza –ser abolicionista era poco menos que una profesión de riesgo- y
condición social, Voltairine fue consolidando una personalidad valiente,
inasequible al desaliento, sustentada en un feminismo radical y en una defensa
del individualismo ácrata sin medias tintas pero con la capacidad de (hacer) recapacitar
y, asimismo, entender al enemigo para después desmantelarlo ideológicamente.
La idea fundamental era explicar el concepto
intrínseco de la acción directa desde el punto de vista del imaginario
revolucionario, hacer entender su complejidad más allá de la propaganda
simplista que defecaban las élites, difundida como la pólvora entre una opinión
pública casi siempre dispuesta a la negación del análisis que, entre otros
aspectos, incluye las causas y las consecuencias de lo que ocurre en momentos
de conflicto. La Acción Directa como mecanismo primordialmente no agresivo, de
iniciativa propia, inalienable y a la vez colaborativo, integral, con el fin de
lograr los objetivos esenciales, eludiendo elementos coercitivos y acuerdos con
la otra parte, siempre déspota, timadora y despiadada. Acción directa que
también puede significar ausencia de maniobras impulsivas (resistencia pasiva)
si a través de estas el fin no solamente está justificado sino que este supone la
manera más eficiente de alcanzarlo. El arrebato furibundo e inflexible solo
como último recurso obligado por unas circunstancias de otro modo impenetrables.
Una Acción Directa donde el sindicalismo –el radical, no el piramidal que
ejerce de juguete tonto de la patronal y los poderes fácticos- y su herramienta
más proverbial, la huelga, ejercen de pilares indiscutibles con la misión
fundamental de potenciar persistentemente las demandas legítimas de obreros,
mujeres, inmigrantes y, en general, de todo aquel colectivo desplazado,
humillado, desatendido o criminalizado por quienes de forma siempre autoritaria
niegan sus lícitas emancipaciones.
El libelo se cierra con unos versos de Swinburne,
protagonista de la anterior entrada de este blog: y es que aquí, si podemos, no
damos puntada sin hilo. Desde el cariño. Y desde la verdad, que da lugar a la
belleza (y viceversa).
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