“Suyo es el tiempo todo, mientras
nosotros tenemos solo un día”
Publicada a finales del año pasado seis años
después desde que finalizara su traducción y ocurriendo en medio de todo ello el
deceso de Adolfo Sarabia -responsable de la traslación al castellano y una
pérdida que habrá de notarse ostensiblemente en el futuro: ahí está su
aportación a los volúmenes para Hiperión de Dante Gabriel Rossetti (amigo
personal de Swinburne), la hermana de Gabriel, o Elizabeth Barrett Browning-,
esta necesaria selección nos trae a uno de los eslabones clave para entender el
post-Romanticismo, entroncado con el decadentismo finisecular, el Helenismo, el
Romanismo o el Prerrafaelismo.
Dipsomaniaco, irreverente, atrevido, vicioso y
triunfador, Swinburne catalizó la tradición romántica uniéndola con naturalidad
a las influencias líricas francesas del momento, al pictoricismo y a un diáfano
discurso escéptico en materia de fe que lo hizo durante toda su vida incómodo
cuando no directamente vituperado, incluido además su no reconocimiento –casi mejor-
como Nobel de literatura.
Entre los poemas destacados se encuentra “Atalanta
de Calidón”, con sus narrativas escenas de caza (referencias a Artemisa), su desenfreno
y su creacionismo politeísta que desembocará en un contundente alegato
anti-cristiano: se trataba de reivindicar la religión romana en detrimento de
la exégesis abrahámica, esta última generadora constante de odio, violencia y
destrucción. Un reproche, este último, que volverá a aparece con inusitada
fortaleza en otro ineludible del recopilatorio, el “Himno a Proserpina”.
El sadomasoquismo, presente tanto en la obra como
en la propia experiencia vital del autor (habitual de prostíbulos de todo
pelaje), es el tema central de “Balada de la muerte”, que arriesga todo su
lirismo desgarrado en pos de la recompensa ideal y definitiva… La pérdida, la
nostalgia, la infertilidad y, en general, el declive son aspectos sobre los que
giran poemas como “Balada de pesares” y “El lamento de Lisa”, pretextos para
subrayar la invisibilidad y el cercenamiento trágico de las protagonistas de
ambos. Llevando estas últimas ideas al extremo, Swinburne compondrá “La
leprosa”, uno de sus textos más polémicos y en su momento repudiados, invocando
el dolor y la putrefacción a través de un amor sincero, compasivo y
desinteresado: el escritor como epítome de valentía que transgredió la moral
victoriana de la época con una espontaneidad que no hizo más que retratar a la
hipócrita crítica y a su mojigata audiencia. Algo que muchos tardarían lo suyo en
digerir, como ocurrió con “Amor muerto” y su soterrada necrofilia…
No podría faltar el homenaje explícito a uno de
sus principales referentes, Charles Baudelaire, en “Ave atque vale (Hola y
adiós)”, desparramando gran parte del imaginario del autor de “Las flores del
mal” –con menciones directas a alguno de los poemas de dicha obra-.
“Hertha” y “El triunfo del tiempo” forman de
alguna manera el díptico panteísta por antonomasia de nuestro protagonista. El
primero como aglutinador de toda la naturaleza –recogido, ya desde el título, de
la mitología teutona- y el segundo quizá como equivalencia tética acaparan de
nuevo el compromiso con las cosmogonías pre-cristianas. “Hertha” fue
considerada por su responsable como su creación más conseguida y no es para
menos: la (omni)potencia de su exhortación está musicada con un pulso y una
precisión que solo se les presupone a los verdaderos maestros, como de hecho
debemos considerar a Swinburne: virtuoso de las subordinadas prolongadas, heredero directo de Tennyson, y hermano espiritual
de un Shelley al que le unieron no solo algunas similitudes en el plano
personal, sino también la misma manera inconformista de afrontar el azogue
elegíaco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario