El carioca Alberto Cavalcanti no
solamente ha pasado a la historia como el responsable del episodio más
memorable de la mítica película grupal de terror soft “Dead of Night” (1945) -aquel titulado "The
Ventriloquist's Dummy" que de alguna manera venía a sintetizar y llevar al
extremo precedentes cinematográficos con muñecos inquietantes como “The
Great Gabbo” (James Cruze, 1929)-, sino como el encargado único de llevar a muy
buen puerto uno de los títulos gansteriles británicos por antonomasia: “They
Made Me a Fugitive”.
Con un guión basado en la novela “A Convict Has
Escaped” del ignorado escritor británico de novela policiaca Jackson Budd,
cuenta la historia de un ex-piloto de la RAF de nombre Clem Morgan –el actor
Trevor Howard, poco después de saltar a la fama con la sobrevaloradísima y
flácida “Brief Encounter” de David Lean en 1945-, que tras huir de las garras
del nazismo –la acción se sitúa en algún punto de la 2ª Guerra Mundial- y
apartado del ejército británico, recala en Londres en busca de una nueva
ocupación. El destino le hará aterrizar en una organización clandestina que,
bajo la apariencia formal de una funeraria –varias décadas antes de “Six Feet
Under”- se dedica realmente al estraperlo de tabaco, alcohol o drogas. La
capital inglesa –que, convenientemente, surge en los planos nocturnos iluminada
con dificultad- está sumida en la contienda –o sufriendo las consecuencias de
esta- con los trapicheos de todo tipo a la orden del día salpicando a todo
bicho viviente, incluida a la policía. En dicha funeraria conviven todo tipo
de maleantes a los que Cavalcanti dotará de un ufano humor negro repleto de
frases lapidarias –nunca mejor dicho-, dobles sentidos y mucha retranca,
incluyendo chanzas sobre el entonces más que maltrecho patriotismo o la libre
empresa.
El jefe de la banda es Narcy –diminutivo de
Narcissus: un guiño al egocentrismo del personaje-, un tipo despiadado, carente
de la más mínima empatía, maltratador –ejemplar la secuencia del espejo
deformante cuando se dispone a hacer una de sus tropelías-, necio, machista… que
dirige con mano de hierro a la cuadrilla de delincuentes que esconden sus
botines en los correspondientes ataúdes. No tardará en enfrentarse a Morgan, el
cual se arrepiente de su implicación en la compañía, tratando de hacer un
último trabajo antes desvincularse de la misma. Pero Narcy le tiene preparada
una trampa, y en el último robo de mercancía ilegal se las apaña para hacer
parecer a Morgan como el culpable único del delito, con atropello de un agente de la ley incluido. A partir de ese momento Morgan, que será detenido y enviado a la
cárcel, iniciará un minucioso ajuste de cuentas con Narcy previa huida de
prisión, volviendo a mezclarse en asesinatos que él no ha cometido y en todo
tipo de pequeñas faltas hasta lograr regresar a Londres y consumar su venganza:
los mitos del falso culpable y del pobre diablo al que la fatalidad no para
acompañarle, siempre en un trasfondo sórdido y mafioso. O dicho de otra manera:
entre el “Detour” de Edgar G. Ulmer y las producciones del género de gangsters de
los años 30 protagonizadas por insignes como Edgar G. Robinson.
Revoloteando sobre un guión sin apenas fisuras, perfectamente hilado en todo su metraje y con convincente crudeza –en este último aspecto Alliance ofrecía a Cavalcanti
más exaltación que los Ealing Studios, de donde venía-, en “They Made Me a Fugitive” no faltarán la correspondiente
‘femme fatale’ –la ex-pareja de Morgan-, la ex-novia del capo -también en plena
fase de redención- y la pareja formada por el verdadero autor del atropello del
guardia y su aterrada compañera.
Hábil empleo de la elipsis –cuando Morgan huye de
la cárcel o cuando este mismo se deshace de un camionero que le recoge cuando
hace autostop-, de la música incidental –en un momento dado al compás de un
reloj cuando está a punto de explotar el clímax final-, de los giros
argumentales –el rocambolesco episodio de la esposa alucinada que quiere
deshacerse de su alcohólico marido y ve en Morgan su coartada perfecta- o de la
metáfora –cuando Sally Gray (“Obssesion”), antigua amante de Narcy, le extrae
las balas de la espalda a Morgan-. Por no hablar de la pasmosa versatilidad de
Cavalcanti para triunfar en la cámara con todo tipo de ángulos –en especial los
encuadres cenitales- y de la virtuosa utilización de los primeros planos
faciales, como ya había demostrado en la citada “The Ventriloquist's
Dummy" –por cierto, otra vez de plena actualidad esta última por la reciente portada a modo de
homenaje en el último disco de The Good, The Bad & The Queen-.
Mención especial para el apartado de la
cartelería: desde el propio nombre de la empresa funeraria –RIP-, que se
asienta en el tejado del edificio en letras grandes, hasta letreros interiores
con textos como “Es más tarde de lo que
crees” o “La muerte siempre está a la
vuelta. Seguro de accidentes”.
Inolvidable trasiego de amenazas, rencores,
sarcasmos y vendettas.
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