A principios-mediados de los años ochenta, un poco
antes de empezar a darle a Poe, Kafka o Stendhal, uno –como cualquier otro/a
chico/chica de una edad similar- andaba enfrascado en las recurrentes peripecias
de Los Cinco de Enid Blyton, de Guillermo El Travieso de Richmal Crompton o,
sobre todo, de Los Tres Investigadores de Robert Arthur. En ese sentido, 1985,
que fue un año crucial en algún que otro aspecto, significó el año de
transición entre la literatura juvenil y los primeros escarceos con otra más
adulta y complejizada. En las vacaciones de ese año, en Portugal y a través de
una amiga de aquel país, descubrí otra saga orientada supuestamente más bien al
publico pre-adolescente femenino –un poco en la onda de la Puck de Knud Meister
y Carlo Andersen- llamada Patricia. Por uno de esos impulsos casi
inconscientes, y a través casi de un finísimo hilo mnemotécnico, decidí hace un
tiempo recabar más información sobre aquella colección, que en mi frágil recuerdo
desconocía si se trataba de una serie de origen portugués o, como en el caso de
las citadas más arriba, de traducciones de origen anglosajón o escandinavo.
Casi ya decidido a adquirir algún ejemplar de
aquella época en el idioma del país vecino con la excusa de practicar la
lectura en dicha lengua, descubrí que aquella Patricia, creación de la
estadounidense Julie Campbell, cuyo personaje originalmente correspondía a
Trixie Belden… tuvo su correspondiente traslación a la lengua de Cervantes con
el nombre de Marta (Belden).
Acabé finalmente haciéndome con un número en
castellano -1º edición- de julio de 1970 –la primera impresión en inglés fue en
1951-, el que hoy protagoniza la actualización correspondiente del blog. Una
excusa como otra cualquiera para recuperar el aroma de las aventuras de otro
grupo de pubescentes típicamente americanos de clase media que, en medio de un
ambiente ordinario, coquetean con el misterio blanco desentrañando los pequeños
devaneos de una incipiente delincuencia urbana, que se desvía a las zonas de
las afueras para esconderse de sus fechorías. En una de estas, una pareja de
amigas –Marta y Honey- descubre un diamante de considerable valor en una de las
cabañas –el pabellón del título que nos ocupa- próximas a sus respectivas
casas, joya que intentará ser rescatada por enigmáticos personajes que acechan
en todo momento y que, lógicamente, nuestras protagonistas tratarán de desenmascarar
para entregárselos al cuerpo de policía. Para echarles un cable en la
resolución del secreto andan a su lado los respectivos hermanos de cada una de
ellas. Campbell aprovecha para desarrollar en paralelo un fresco sobre los
arquetípicas relaciones no solamente entre todos ellos –con los previsibles
sesgos sexistas que la autora, como otros dedicados a la producción de este
tipo de productos, no consigue extirpar- sino también en cuestiones de clase
–Honey, por ejemplo, representa a un miembro de cierta clase media-alta,
mientras que Marta procede más bien de otra más abnegada de media-baja-,
cuestiones que no terminan de reprobarse o disputarse, haciendo Campbell por otro lado una 'minimización buenista' de las fronteras entre ambas. Consideraciones todas ellas, huelga
decir, de importante calado sabiendo que son modelo de publicaciones dirigidas
a un público carente aún de un criterio cognitivo pleno que siempre puede
influir, para mal, en individuos que más tarde interioricen y normalicen
situaciones de discriminación en cuestiones de género o clase social. Aparte de
esto último, un enternecedor viaje al pasado y a la imaginación por la
deducción. Habrá que volver a acercarse a ello otro día en su lengua primordial.
O incluso en portugués, como era la intención inicial.
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