“Después
de un casi calamitoso (!!!), a nivel creativo, “Cromosomas salvajes”, y
casi dos años de reponer fuerzas, aquí están los reyes del tecno-chochi
post-industrial. ¿Y cómo es el nuevo disco?. Pues es, digamos, un cúmulo de
errores y aciertos: el repertorio es muy bueno, las canciones están muy bien
compuestas y son bastante originales, pero el sonido es horroroso y nadie
sensato puede comprender cómo el mítico Fernando Arbex graba tan mal.
También
es mala la voz del cantante: lo que él hace no tiene nada que ver con lo que se
llama cantar, pero es absolutamente expresivo, da la impresión de creerse
absolutamente lo que hace y así logra dar veracidad a las, de otro modo, inverosímiles
temáticas de las letras. Una de cal y otra de arena, una balanza perfectamente
compensada en todos sus aspectos: hasta el conceptualismo habitual del grupo ha
llegado a extremos de rizar el rizo. “La única solución es la venganza”, el
tema más escuchado del álbum, rebosa furia y es salvajemente interpretado por
el grupo con una convicción de la que no se puede dudar, pero, ¿qué han querido
decir en la letra?, ¿de qué habla “Ella caza de noche”?.
Así
podríamos seguir durante horas y horas, la portada, medio ñoña, medio atroz
(por culpa de la presencia del insoportable Ken, el ser más odioso del
universo), sus incursiones en el guitarreo roquero, su nostalgia del año 77, su
miedo a dejar ver que se han hecho adultos al fin… Todo lo que hay en el disco
tiene su lado aceptable y su lado oscuro, pero yo, como
fan-desde-la-primera-octavilla-que-leí-en-el-Rastro, creo comprender que, en un
grupo tan inquieto y poco espontáneo como Dro, esas simbiosis de cosas que te
gustan y cosas que te repelen es sencillamente la prueba definitiva de que el
grupo es una realidad de la que forman parte inevitablemente todos los
elementos que sus ideólogos quieren que tenga. Al oyente no le quedan más que
dos opciones: lo tomas o lo dejas. Yo, sinceramente, lo tomo. (Crítica de “Ciudadanos del Imperio” de Aviador
Dro, por Patricia Godes. Incluida en el nº de marzo de 1987 de la revista
Rockdelux).
Una lástima que las cintas de recuerdo descargadas
en “Anarquía científica. La fascinante revolución tecno del Aviador Dro” (VVAA.
La Felguera, 2019) no incluyan muestras de –sano- gamberrismo crítico al estilo
de esta reseña con la que ilustramos el comienzo de nuestra entrada y que
escribiera tiempo ha precisamente la coordinadora de este mismo libro. Quizá es
uno de los motivos por los cuales muy pocas veces me lanzo a comentar libros
musicales: porque al final suponen un constante embellecimiento del artista,
grupo o escena que toque, muchas veces rayano en el empalago más insufrible. Y
también porque la mayor parte de los títulos que, en los últimos tiempos y en
masa, han inundado las estanterías de librerías y cadenas en lo que supone una
casi vergonzante burbuja editorial se basan en (auto)biografías onanistas sin
interés –para compensar la bajada fulminante de venta de discos- y en ensayos
de cualquier cosa que se nos ocurra después de hincar los codos en cualquier
barra de bar. Pero, aun con sus altibajos, no es el caso de “Anarquía
científica”, voluminoso compendio que cuenta y la vida y milagros de una de las
trayectorias más longevas y ocurrentes de la historia del pop español.
Escrita a un montón de manos (que incluyen los
propios miembros -pasados y presentes- del grupo protagónico, Aviador Dro, así
como amigos, fans y periodistas), “Anarquía científica” (extraño envoltorio) se
hace coincidir nada menos que con el 40 aniversario de la fundación de los
inventores –nominales- del tecno pop, para ir desarrollando a través de un
guión a menudo algo atropellado las motivaciones sonoras, literarias,
ideológicas y empresariales de Servando Carballar (único miembro fundador en
activo que ha sostenido la marca en todo este tiempo, aunque Alejandro
Sacristán, alias CTA 102, otro de los más históricos, se haya reincorporado en
fechas recientes), Marta Cervera y compañía. Como es previsible en un combo con
tantas inquietudes y tacticismo a lo
largo de los años, “Anarquía científica” nos invita a un viaje a través del
principio de la era electrónica –con sus sintes, cajas de ritmos e influencias
foráneas ad hoc-, al punk
–imprescindible también para entender la música del Aviador- a la literatura
pulp que dio marco expresivo a sus canciones, a la retórica ideológica
fundamentada en una apuesta por el futurismo libertario –Dro quizá fueron los
únicos dentro de la nueva ola madrileña que tuvieron una consciente convicción
política; como mucho, y en el otro extremo, estaría Fernando Márquez, al que
imagino en la actualidad entusiasmado con los gremlins sarnosos de Vox-, a la
estética por medio de la moda post-industrial estandarizada y de sci-fi que
sustentó sus actuaciones y fotos promocionales, a la contribución femenina al
proyecto y a las reflexiones de sus componentes tras levantar literalmente y desde
lo más abajo los cimientos de la industria musical independiente en nuestro
país, a través primero de su sello discográfico DRO y posteriormente en una
segunda aventura con La Fábrica Magnética.
“Robots guerrilleros apuntan a la
sede del Dominio Universal (…)
Nuestras manos enguantadas alzan sus
herramientas contra los edificios públicos.
La policía carga hacia el vacío sin
poder impedir lo irremediable
y la televisión emite un comunicado
de lucha universal”
(“El último asalto a La Bastilla”)
Decididamente un libro para iniciados, y de entre
ellos, sobre todo para los que un buen día certificaron con su entusiasmo un férreo
juramento de fidelidad. Y es que Aviador Dro y Sus Obreros Especializados, si
por algo se han distinguido a lo largo del tiempo, es precisamente por dar más
que nadie y alimentar puntualmente a sus seguidores con una obra kilométrica
llena de recovecos y sazonada con una oratoria que arenga el conocimiento a
través del guiño cómplice y la acumulación sistematizada de datos e impresiones:
Aviador Dro como el grupo nerd
español por antonomasia.
“Gritan vítores a las fotos de los
muertos,
el clamor hipócrita de la oligarquía.
Enemigos del progreso preparando la
nueva Santa Alianza,
han probado el sabor del dominio”
(“Ruido de sables”)
El interés de “Anarquía científica” y sus giros
concéntricos alrededor de los estatutos mutantes de la revolución dinámica es
desigual –dicho de otro modo: hay de todo, como en (ro)botica-, y de entre los
varios motivos para pensar así, hay uno muy a tener en cuenta: en el libro se
ha intentado monitorizar prácticamente toda su carrera, pero la cruda realidad
es que Aviador Dro es un grupo que hace ya casi tres décadas que no ofrece
material discográfico de cierto nivel –en concreto desde “Trance” (La Fábrica
Magnética, 1991)-, con lo cual es normal que algunas partes ahí reflejadas –centradas
en sus últimos proyectos- se resientan por la inevitable falta de persuasión,
principalmente para los que no comulgan con cualquier excusa en forma de
lanzamiento. Digámoslo de nuevo de otro modo: el corpus principal de Aviador se
agrupa fundamentalmente en las siguientes referencias: “Alas sobre el mundo”
(1982), “Síntesis: la producción al poder” (1983), “Cromosomas salvajes” (1985)
–estos tres bajo el paraguas de Discos Radioactivos Organizados-, el citado
“Trance” y el maxi “La chica de plexiglás/La Visión” (1983) -de la era
Movieplay- que, como acertadamente indicara el crítico Jesús Rodríguez “Lenin”
hace años, de haberse publicado íntegramente en el momento en el que debería
haberlo hecho originalmente -1981- habría supuesto un hito incuestionable dentro
de la entonces incipiente escena electrónica del Estado. Grabación esta última clave
para entender gran parte de la evolución del Aviador, ya que después de su
registro se produciría la famosa escisión de varios de sus fundadores para
formar los anecdóticos Esplendor Geométrico: esa recurrente bufonada disfrazada
de vanguardismo supuestamente epatante que, incomprensiblemente, perdura en la
actualidad. Consecuentemente, el alma máter de Esplendor –Arturo Lanz, alias
Sincotrón- apenas participa en el libro: los que hemos tenido la oportunidad de
asomarnos a sus entrevistas en las revistas o webs que dan pábulo a sus casuales
psicofonías sabemos de sobra que nunca ha tenido mucho que contar, sobre todo
musicalmente.
Los mejores capítulos son los que tratan la
materia oscura con el máximo rigor y se centran en los tiempos o temáticas de
mayor heroicidad y relevancia: “La forja del mutante”, con buen pulso a cargo
de Elena Cabrera, nos pone en situación sobre los inicios de la federación, en
un terreno muy controlado con la autora –el ateneo libertario de Prosperidad, barrio
madrileño donde nace Dro-. De ahí y de las cintas personales de Carballar
subyace quizá el cariz más significativo de todo el libro: una sensación
agridulce de adolescencia perdida en la persona de su principal motor, “tocado” por
diferentes deserciones, traiciones y demás avatares, una disimulada –pero
reconocible- añoranza de los empeños conseguidos pero finalmente frustrados o
abandonados por el curso de los acontecimientos.
Otro momento destacable es “Libertad, igualdad,
electricidad”, escrito por el citado anteriormente Jesús Rodríguez (del círculo
más cercano de Biovac N y Arcoiris), sobre las motivaciones tecno-políticas de
los Obreros Especializados. “Performances, vestuario, música y estética. El legado
de las vanguardias”, responsabilidad de Victoria Hurtado, disecciona las
estrechas conexiones del Aviador con disciplinas artísticas de principios del
siglo XX como el Dadaísmo o la moda mecánica. La propia historia oral de los
principales protagonistas también nos da plancton más que vitaminado. Igualmente
es de destacar el apartado predictivo del Aviador Dro, ya que ellos vaticinaron
varios acontecimientos notorios antes de
producirse –ya fueran meramente políticos o también tecnológicos- bien a través
de sus declaraciones públicas, bien plasmadas en sus manifiestos. Todo ello
siempre acicalado con su incombustible ironía y humor post-humano.
“Las iglesias caerán
carcomidas por el peso del silencio,
y edificaremos escuelas de aluminio
en los solares de los antiguos
ministerios.
Recogemos la antorcha del verdadero
socialismo.
Ha llegado el momento de la anarquía
eléctrica.”
(“Camarada Bakunin”)
A la vez que se insertan aportaciones previsibles
como las de locutores y críticos cercanos al Aviador Dro como Jesús Ordovás o
José Manuel Costa, se agradecen ausencias como las de otros personajes
incrustados en la biografía del grupo: pienso por ejemplo en el prestigioso
cantamañanas de Julián Ruíz –productor de algunas de las canciones de los de
Biovac N con más posibilidades comerciales-, un personaje enfundado en su
ridículo ego de Rey Midas de la técnica castiza, pseudo-periodista que a través
de su web de “Plásticos y Decibelios” parece que sigue demostrando sus
absolutas carencias en las nobles artes de la sintaxis o de la puntuación, y donde
cuelga cualquier tontería megalómana que parece escrita por el traductor de
google en manifiesto estado de embriaguez.
También hay pequeñas imprecisiones –el sub-sello
Virus no arrancó ni en 1992 ni en 1993, sino en 1991; además hay una
inexactitud en uno de los cómic-homenaje ambientado en 1982 donde se hace
referencia en tiempo real a la revista Disco-Express, publicación desaparecida
poco antes: 1980- que se disculpan por lo ingente de la información
seleccionada, pero sobre las que, modestamente, queremos dejar constancia.
Se echa en falta un análisis informativo más
detenido en su discografía –repleta de referencias cinéfilas, científicas,
musicales, gráficas, etc.-, que tan solo aparece enumerada sin más (por la propia Patricia Godes), para
destacar después un puñado de piezas y sus correspondientes temáticas.
Objeciones todas ellas que no impiden por otro lado valorar su adecuado diseño
–al modo de recopilatorio fanzinero, algo habitual en las ediciones de La
Felguera, por otra parte-, la concreción en los sucesivos contextos donde se ha
movido un grupo y una forma de entender el mundo que, a medida que aflojaba su
interés puramente creativo exclusivamente en los aspectos musicales, volvían a
ganar terreno en su reconversión comercial –la cadena de tiendas de cómics
Generación X-; que mientras perdían impronta en el panorama pop se destapaban más
obsesionados con el juego de rol y sus posibilidades y conseguían reciclarse en el a
menudo viscoso sub-mundo de lo tecno-gótico o recogían los frutos de tantos años allende los
mares con una hinchada hispanoamericana enfervorecida con el proyecto aún en
marcha. Pura historia.
“La realidad de la corrupción del
estado
y la parálisis del poder
toman otra vez forma en nuestras
voces.”
(“La arenga de los sindicatos futuristas”)
2 comentarios:
Chapeau, maestro!
Muchas gracias, Ignacio
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