miércoles, 22 de octubre de 2025

Bajo tres banderas, de Benedict Anderson

 



¿Qué tuvieron en común Joris-Karl Huysmans, Errico Malatesta, Stéphane Mallarmé, Federico Urales, Alexandre Dumas padre, Tarrida de Mármol, José Martí, Arthur Rimbaud, James Ensor, Eduard Douwes Dekker, Pío Baroja, Louis Michel o Tetchō Suehiro? Además de un contexto socio-político a finales del siglo XIX que dio origen tanto a la Primera Globalización como a la segunda oleada de descolonización en los entornos americano y asiático, proporcionaron una tupida red de influencias literarias que ayudó a (re)situar a las vanguardias revolucionarias de las últimas colonias del exhausto Imperio Español no solo en la posibilidad de la independencia, sino en la autoconsciencia de sus orígenes y su propia idiosincrasia de pueblos sometidos. Una cosmovisión política y artística, en un mundo muy cambiante, con dos figuras intelectuales finiseculares de Filipinas como el folclorista Isabelo de los Reyes y el novelista José Rizal como ejes fundamentales del relato que el historiador Anderson construye a base de un concienzudo trabajo de investigación, que no hace sino contagiar al lector con las conexiones y descubrimientos 'in progress' -y a menudo casi milagrosas- que prácticamente se van trenzando a medida que avanza el texto.

Cosmovisión donde conviven el anarquismo (y la Propaganda por el Hecho), los nacionalismos post-coloniales, el Decadentismo, el periodismo de trinchera o la antropología aborigen, frente a imperialismos varios, ya estuvieran en apuros (España) o bien en alza (Estados Unidos, Japón). Con, además, el vínculo más o menos estrecho entre los movimientos emancipatorios de la propia Filipinas con el de Cuba o el de China.






A través de la revista La Solidaridad ubicada en Barcelona a finales de siglo -no confundir con Solidaridad Obrera, publicación libertaria también barcelonesa fundada unos años después-, donde convivieron José Rizal y otros activistas pinoys como Mariano Ponce o Marcelo del Pilar, asistimos a las intrigas -en una a menudo ambigua clandestinidad- entre los 'asimilacionistas' y los más radicales defensores de una Filipinas secesionista. Sin perder de vista, más que de reojo, los inevitables influjos culturales del Viejo Mundo europeo -que estos actores asumían preferencialmente, sobre todo los más arriesgados y cómplices-, Viejo Mundo que aún era epicentro del debate cultural y estético a lo largo y ancho del planeta.

Como decíamos, el entusiasmo de Anderson empapa cada una de las páginas de este valioso estudio sobre un momento de la Historia en el que las antiguas estructuras parecieron estar entre las cuerdas, donde muchas cosas nuevas (o más bien justas) parecían a punto de cristalizarse, hasta dar finalmente con el reordenamiento de la Primera Guerra Mundial por un lado y las subsiguientes corrientes rupturistas del pensamiento también en ese primer tercio del siglo XX. A la postre, el Capitalismo entendió que la sumisión de los antiguos protectorados solo podía seguir practicándose transformando estructuras aparentemente liberadas en peones de su sempiterna explotación, con el eufemismo del consenso y la cooperación filantrópica. Un retorcido desenlace que los idealismos del mártir Rizal o el de Isabelo, quizá, no pudieron llegar a colorear ni en sus más tibias fantasías.

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