La placa
tectónica del punk, logísticamente ceñida al ‘DIY’, la acritud expresiva y la
denuncia existencial, no tenía otra que albergar también espíritus libres que
compartieran con la corriente su espontaneidad, minimalismo y capacidad
comunicativa. Si a todo esto le añadimos una preocupación literaria confrontada
y el uso de los recursos acústicos, tendríamos en este caso como resultado a Patrik
Fitzgerald (no confundir con el líder de Kitchens Of Distinction), quizá el
primer songwriter de facto del imperdible. A continuación se subirían al carro
(discograficamente hablando) otras luminarias de semejantes presupuestos
sonoros y retóricos como Billy Childish o Jim Carroll. Con este último, por
ejemplo, Patrik compartía sus orígenes estrictamente proletarios de cuna
irlandesa. Las adscripciones con respecto a Fitzgerald no se hicieron esperar:
los plumillas ya habían encontrado su particular “nuevo Woody Guthrie”.
Armado tan
sólo con una acústica y muchas ganas de espolear, Patrik Fitzgerald se brega en
un primer momento en un pequeño pero pujante sello independiente, Small
Wonders, que llegaría a contar en su escudería con primeras referencias de
nombres tan ilustres como The Cure (“Killing an Arab”) o Crass. “Safety-pin
stuck in my heart”, canción de peculiar inclinación amorosa, daba título al primer
ep, adueñado en su totalidad por el espíritu lo-fi y gamberro del momento.
“Backstreet
Boys”, el segundo de los 7’’, se movía por premisas similares al anterior, pero
justamente su canción titular incorporaba un matiz más lírico y sosegado melódicamente
con una marcada predisposición crepuscular y unos tímidos efectos de estudio:
lo someramente cósmico de un hipotético David Bowie adolescente. Todavía no
había más arreglos, que conste. Llegarían con la siguiente grabación, el
mini-lp “The Paranoid Ward” (como el anterior, de 1978), que incorpora bajo y
batería (“Irrelevant battles”), teclados pop (“The Bingo Crowd” en su versión
instrumental, muchos años después revisada por The School en el disco homenaje
a Fitzgerald). Por lo demás destacan las dos canciones con más brío argumental:
“Cruellest crime” (su primera gran canción, con saxo incluido) y “Live out my
stars”.
1979 está
reconocido como el año en que murió el punk, y no precisamente por ser el mismo
en que el fraudulento Syd Vicious expirara, sino más bien por producirse el
fichaje de nuestro protagonista por la major Polydor. Que respiren los
talibanes: el matrimonio de Fitzgeral con el mainstream se redujo a una sola
referencia, y además en edición compartida con el sello que había estado
financiando sus soflamas hasta ese momento. “Grubby Stories”, el primer lp,
gana –hasta cierto punto- en fidelidad. Como en los eps inmediatamente
anteriores, se compaginan canciones sólo con la acústica con otras de variada
instrumentación, siempre dominadas por la voz medidamente histriónica de Patrik. Clásicos como “Don’t Tell Me Because I’m Young” (himno new wave donde los
haya con esos teclados que recuerdan a Subway Sect) o epifanías folk como “Lover’s
Pact”. La paleta estilística se abre definitivamente gracias a piezas como “All
the years of trying”, de ambiente taciturno, con pianos y teclados en primer
término, alejando a Fitzgerald de convenciones predecibles y militancias
baratas. Asumiendo sin atisbo de rencor o titubeo el glam, Magazine o las
enseñanzas de la escuela de Canterbury (“Lover´s pact”) y anticipando la amarga
dialéctica de los Television Personalities o la figura contestataria de Billy
Bragg. Crónica social (que no rosa) y arrebatos vitales siempre teñidos de una
ironía nada enmascarada.
El rotundo
fracaso que supuso “Grubby Stories” para las arcas de Polydor (que sólo se
atrevieron a financiarle un par de singles más, autónomos de aquél) trajo
consigo una relativa inactividad del londinense, que iría rompiendo, mientras
se hacía cargo de las heridas, con un “Tonight ep”, ya en los ochenta, de
teclados neogóticos (“Animal mentality”) y saxos viscerales que, resonancias
freak-folk mediante, le emparenta inmediatamente con prebostes de la talla de
Paul Roland.
“Gifts and telegrams”
(1982) es su reconciliación con el formato de larga duración y, podemos decir,
el comienzo de la era electrónica para Fitzgerald, lo que llaman ahora los
cursis y pomposos minimal wave. Publicado en Red Flame, Patrik se mantiene ya a
una considerable distancia del esputo inicial, y a través de dicho sello
entabla amistad con la gran Anne Clark, que devendrá en alguna que otra
colaboración posterior entre ambos. Las programaciones del momento (de saldo,
obviamente, y bastante esquemáticas en su configuración) nutren de un desusado
fulgor sus composiciones. “One little soldier” se empapa de los consiguientes
ritmos marciales y “Personal loss” se hace acompañar de un sombrío tejido de
sintetizadores con un texto muy acorde a tan post-apocalíptica estimación. Con
sólo arañar superficialmente la causticidad de una letra como “World is Getting
Better” podemos oler in situ el frustrante ambiente resultante de una de las
etapas más negras en las islas británicas: el thatcherismo, del que, huelga
decir, Patrik Fitgerald fue uno de sus más encendidos denunciantes (véase
“Work”). Sólo “Island Of Lost Souls” (que acabaría convertido en clásico de su
repertorio) hace una apuesta por remedios más o menos acústicos dentro de un
disco donde Patrick se recrea en experimentos con las primeras máquinas para
combatir el exilio comercial y el atosigante panorama colectivo.
Experimentos
que quedan aparcados en “Drifting Towards Violence” (1983), donde mayormente recupera
el pulso más de cantautor -en sentido clásico- con fortuitos adornos de xilófono,
saxo o clarinete. Siguiendo la hoja de ruta de “Backstreet boys”, Fitgerald se
rebela como un certero poeta e instrumentista de la desolación, no dejando en
ningún momento espacio para veleidades electrónicas.
“Tunisian
Twist” (1986) –firmado como Patrik Fitzgerald + 3- será su última grabación
oficial antes de una retirada momentánea y su primer gran disco de pop
sofisticado, pleno en pasajes intrigantes. Más Magazine que nunca o, quizá, más
Howard Devoto en solitario que nunca, pero sin caer jamás en la imitación o la
deuda, cada canción es mimada hasta el detalle con la instrumentación necesaria
en cada caso. Refinamiento no exento del acostumbrado tono incisivo en sus
letras. “Poor John”, por ejemplo, parece un cruce entre Japan y los futuros
Coloma, con su astuta sección de viento. La canción que da título al disco queda
embebida de ritmos sha’abi cruzados con dub infeccioso.
“Pillow
tension” (1995) –como Patrik Fitzgerald Group- supuso un feliz retorno donde
Fitzgerald lo había dejado con “Tunisian Twist”. Post-punk atenuado y a la vez
circunspecto (muy hermanado a las maneras de Robyn Hitchcock), un poco como insinúa el propio título, que consigue driblar al
anacronismo. Deliciosamente angulosas, descatan “Tears” o “Charlie Leads a Life
Of Crime”, y el conjunto constata la definitiva madurez de un autor crecido,
sobrepuesto a la rígida impostura del punk, haciendo prosperar su
convencimiento ‘working class’ con inteligentes aderezos.
¿Después?, algunos
episodios migratorios que incluyen una estancia prolongada en Nueva Zelanda, y
vuelta a los escenarios y a grabaciones tan dispares como “Room Service” (tomas
caseras de nuevas canciones), discos compartidos con otros irremediables
perdedores (Attila The Stockbroker, Pog) ya sea con material clásico o inédito,
demostrando en todo momento su proverbial dominio de la causticidad,
vistiéndola de seda si es necesario. Además, varios recopilatorios panorámicos
(“Treasures From The Wax Museum” a la cabeza) y el homenaje correspondiente
para celebrar la vigencia de un cronista reivindicativo auspiciado por un
mantra de thriller imperecedero.