miércoles, 30 de octubre de 2013

Colin Lloyd Tucker





Como Julian Cope, otro mago druida embebido por la tradición del pop, rock y folk, aunque en el caso de Colin Lloyd Tucker operando desde Primrose Hill. Ya desde sus primeros escarceos, este gnomo saltimbanqui de la más pura heterodoxia british destacó como promiscuo colaborador en mil batallas: en aquellos días –finales de los setenta y principios de los ochenta- llegó a compaginar al 50% dos grupos lo suficientemente alejados de la ortodoxia post-punk como Plain Characters y The Gadgets. En estos últimos coincidirá con otro adalid de la incomodidad estilística como Matt Johnson, el líder de los transversales The The, y con él colaborará en el primer disco de éste –el inquietante collage sónico “Burning Blue Soul”-. Allí conocerá al otrora niño prodigio Simon Fisher Turner –otro francotirador en la sombra-, con el que inventará el post-rock en Deux Filles y el post-pop en Jeremy’s Secret. También hará buenas migas en los noventa con el hermano de Kate Bush, Paddy, con el que fusionará pop pastoral, new age y bandas sonoras en el fugaz proyecto Bushtucker.





Siempre impredecible, Colin también ha transitado en solitario de manera discontinua en las tres últimas décadas. “Toy box” (1984), armado con cajas de ritmos y teclados hipnóticos, fundía las enseñanzas de Syd Barrett con la dicción punk de Patrik Fitzgerald y el punch gótico de Paul Roland (“The Roundabout And The Wig Wam”). Las joyas de esta primera colección son las psicodélicas “The Young Boys Belong To Mr Brown” y “U.F.O. Report No 1”, en la onda de los mejores –primeros- Pink Floyd o los Beatles más “extremos”.

“Mind box”, dos años después, recurre a una instrumentación más clásica –sonidos de piano y formación pop más clásica-, que repercute en unas canciones levemente más discernibles -cristalizando en ese “Use it” tan vacilón que cierra el disco- que presentan influencias de Bowie –“Suburbias Autumn”, Kevin Ayers o Peter Hammill -“Everything Will Melt Away”-.





“Head”, de 1987, es su mejor disco. Más inmediato y rítmico, se escora hacia los Talking Heads de “Fear of Music” (“The Kiss”) o la new wave más clásica (“Kicking Buddah’s Song”), sin dejar de lado la psicodelia, más tamizada aquí por compases tropicales (“Up An Airy Mountain”). También demuestra que, cuando quiere, puede hacer canciones redondas en la onda de los XTC de “English Settlement”, como en el caso de “Don´t Crack My Dreams”. Como Martin Newell, entonces en los Cleaners From Venus y con el que comparte madriguera conceptual, Colin Lloyd Tucker es capaz de interiorizar todo lo que se le ponga por delante si con ello consigue desconcertar al oyente medio.

“Remarkable” (1990) nos muestra en “Remarkable Girl” su lado más tierno y romántico, pero permanece la querencia bufonesca en otros cortes como “Abbey! See de Gol’fish” a ritmo de tonadilla de fuego de campamento. El traje de juglar intenso aparece en “House of the Hill” o en la ensoñadora (como descubre mismamente su título) “Dream Time”.

“Songs of Love, Life & Liquid” (1994) arranca con una gozosa mini-sinfonía de pop orquestal beatlemaniana (“It’s a Fine Day”) que da paso a brotes loureedianos ya sean al trote (“Another You”) o algo más ensimismados (“Accelerator”, “On Moonlight Bay”). No podían faltar sus bromas, como en “Out of the Blue”, con parodia de canto tirolés incluida.




Dividido en dos partes bien diferenciadas (la primera mitad son 'arrivals' y la segunda 'departures'), “Fear of Flying” supuso su retorno después de diez años de silencio discográfico. “Saxaphone Song” es la particular recreación de Tucker sobre el universo de Lou Reed que bien podría apuntar a “Walking on the other side”, a “Power and Glory” o a casi cualquier otra del universo de neoyorquino que cuente con un coro femenino para poner la guinda. También loureediana es “Kids”, con un trazo melódico que recuerda por momentos al “Common People” de Pulp o “. Como bien dice Julian Cope en la crítica correspondiente para su “Head Heritage” y para quien se trata del mejor disco del londinense hasta esa misma fecha, también hay ecos de J.J. Cale en “Always Remember You”, con ese suave galope sureño de la guitarra. Vuelve a compaginar momentos espectrales con otros psicodélicos (George Harrison en el recuerdo) y/o narcóticos, todo en una misma canción (“A Happier House”) como mismamente experimentara desde “Toy Box”. En medio de todo ello hay experimentos electrónicos de diverso pelaje, tan resbaladizos como atrayentes, o canciones que le hermanan inevitable a otro vampiro del folk psicodélico como Robyn Hitchcock.






Fiel a su deambular por pequeños e inestables sellos discográficos, las dos últimas referencias (conocidas por quien esto escribe), “Desire Path” (2006) y “Beside Myself” (2008) continúan con el feliz mestizaje entre electrónica, pop clásico (y, ¡ja!, neoclásico) y desvaríos varios. Más John Cale, para entendernos (ahí están cosas como “The Way She Was”, por ejemplo), sobre todo en “Desire Path”. En este primero está su último gran “clásico”, “Caterpillars” y otras canciones de fuerte inspiración pastoral sesentas: “Where Was Julie”. Posiblemente su mejor disco desde “Head”.

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