domingo, 13 de octubre de 2013

Shelleyan Orphan, “Helleborine” (1987)





Puedo decir sin miedo a equivocarme que se trata de un grupo de un solo disco (¿un ‘one album wonder’?). Después de este disco (de debut) hicieron más, pero ni de lejos alcanzaron un nivel tan bueno y convincente. ¿Por qué tantos primeros discos suelen quedar en la retina de los oyentes como los más apreciables y hasta imbatibles?. La eterna polémica que gira en torno a quienes suelen defender tal premisa y los que, por el contrario, aprovechan la oportunidad para desmitificar semejantes argumentos.

Para el caso de “Helleborine” habría que basarse en unas líneas melódicas claras y reminiscentes. En unos arreglos que, sin eludir el barroquismo que se le presupone a propuestas de porte literario y preciosista como la de Shelleyan Orphan, no se empantanan nunca en el exceso o en esas soluciones grandilocuentes que podrían derivar hacia la más absoluta vaciedad. Además, suenan siempre frescos –pero no ingenuos o amateurs- y no se pierden en ambigüedades sonoras ni desarrollos interminables para encofrar su talante.




Los ochenta, bien es sabido, no fue precisamente un terreno muy abonado para ni para el folk ni para proyectos que incorporaran en su adn connotaciones –ergo instrumentación- que rindiese pleitesía siquiera a cierta distancia. Algunos estandartes del folclore contemporáneo que venían batallando desde los años sesenta –piensen en Cohen, sin ir más lejos- viraron la orientación de sus discos hacia territorios más sintéticos, otros andaban desaparecidos o se reciclaron en el rock y las últimas sensaciones, o se convertían en pasto del malditismo debido a la excepcionalidad de su carácter –Loren MazzaCane Connors y Kath Bloom, juntos o por separado- o los había también que veían diluir sus intenciones más o menos acústicas y tradicionalistas en formatos más pop con el fin de acercar sus respectivas expresividades a un público por entonces bastante ajeno a eso que solemos relacionar con el terruño.




Shelleyan Orphan –comprometido bautismo nominal- fueron de los últimos pero, aún así, fueron un ovni en una escena tardo-ochentera dominada por productos a cual más prefabricado, fugaz e intrascendente. Así que no era de extrañar que acabaran, años después, haciendo buenas migas con vampiros de la anomalía respecto al sentir mayoritario como Ivo Watts de 4AD. Así, Caroline Crawley, la mitad femenina de Shelleyan aportaría una estimable aportación sin red en la versión del “Late night” de Syd Barrett de cara al “Blood” de This Mortal Coil, el fantástico proyecto-capricho de Ivo. De hecho Shelleyan Orphan compartían, en algunas de sus composiciones, muchas señas de identidad con TMC: instrumentación justa (o minimalismo orquestal), limpieza, carga intelectual y etérea heterodoxia post-punk. También tuvieron otro padrino de postín: en la gira de “Disintegration” de The Cure oficiaron de teloneros y no dejaron de hacer buena amistad con Robert Smith, siempre atento a las novedades que encajaran con su particular universo. Sin embargo, pese a estos ilustres contactos, Caroline Crawley y Jemaur Tayle no pasaron de eterna promesa, hasta dar con sus huesos en la irremediable disolución, y aunque después renacieran para volver a grabar y subirse a los escenarios.




“Helleborine” es una excelente colección de estampas neoclásicas impregnadas de retórica post-romántica  que bien podría recordar por momentos a The Dream Academy (“Southern Bess (A Field Holler)”), en otros a Everything But The Girl sin jazz (“Anatomy Of Love”) o al delicioso revisionismo de Virginia Astley y las soluciones academicistas de los dos primeros discos de Nick Drake (la mayor parte del disco). En la propia “Helleborine” o “One Hundred Hands” podrían pasar en un momento dado por una versión algo menos grave del David Sylvian que justo en ese mismo año publicaba su obra maestra “Secrets Of The Beehive”, obra que comparte con el álbum de nuestros protagonistas una muy intencionada disposición cinematográfica (“Melody Of Birth”).


Fueron, durante unos pocos meses, algo parecido a la naturalidad de lo arty, y “Helleborine” es, por derecho propio, una de las joyas de la segunda mitad de los ochenta de tan elegante y precisa como se sigue conservando.

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