Uno de los mayores damnificados por la revolución
sonora que supuso la irrupción de la bossa nova fue este intérprete carioca que
hizo sus armas fundamentalmente en la década de los cincuenta. Dilermando
Pinheiro, como puntal del samba-canção más ingenioso y clarividente de la
época, otorgó a los clásicos del género un plus de liviandad –además del que ya
venía de fábrica- en perfecta armonía con el respeto de sus lecturas y el
progreso en las formas.
Frecuentó a los más grandes (Noel Rosa, Ary
Barroso, Francisco Alves, Wilson Batista) potenciando la intención de los
versos de todos ellos, entre el descaro y la ocurrencia refinada. Siempre
percutía su propio sombrero de paja, lo que acabó convirtiéndose en marca de la
casa, reclamo inevitable y motivo de portadas originales y recopilatorios
posteriores de su figura.
Además de grabar excelentes discos a su nombre
(“Lulu de Madame”, “Sambas do Passado Vol.2” o “E Samba Mesmo!”, entre los años
56 y 58) compartió cartel en otros con incuestionables figuras del batuque y el
samba. “Trombone Zangando”, junto a Raúl de Barros, uno de los más audaces
trombonistas brasileños de todos los tiempos -que alcanzaría la cúspide
mediática junto al gran Sérgio Mendes-, es un disco que pondera el espacio de
uno y otro alternando instrumentales desbocados a cargo de Barros con piezas
donde Pinheiro canta sobre temas como las andanzas de los playboys de
Copacabana mientras pone el acento en el costumbrismo hilarante de aspirantes a
soprano sin oído ni aptitudes vocales, tentando a la paciencia del vecindario.
Después de un largo periodo de silencio, la
televisión le dio una nueva oportunidad, ni más ni menos que junto a Cyro
Monteiro –institución del samba- en el espacio Teleco Teco, en 1966. Fue uno de
los programas más celebrados del momento que acabaría registrado para la
posteridad, como tantos, en un vinilo hoy muy cotizado y considerado por
cualquier buen aficionado al samba más desprejuiciado y contingente. Entre
inspiradas bromas y chistes instantáneos, Cyro y Dilermando cuajaron una
actuación imperecedera entre clásicos propios (Monteiro) y ajenos (Caymmi o los
poemas de Vinicius de Moraes musicados por Baden Powell). Fiesta asegurada que,
desgraciadamente, apenas tuvo continuación. Los problemas del corazón que a Pinheiro ya le
habían dado algún susto en el pasado se presentaron tiempo después,
en un segundo comeback también para
la televisión, apagando para siempre su estrella. Afortunadamente nos quedan
sus discos y sus fantásticas interpretaciones incluidas en ellos donde la
frescura y la alegría de vivir para contar las aventuras más divertidas
permanecerán indelebles en la memoria de sus seguidores.
“Até amanhã”, Dilermando!.
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