“¿Qué tiene de especial la locura?
¿qué tiene de especial el asesinato?”
Charles Crichton fue un director todoterreno con
cincuenta años a sus espaldas tras la cámara, lo que le permitió dirigir cosas
tan dispares como la memorable película coral “Al morir la noche” (1945, varios
directores) o aquella broma de “Un pez llamado Wanda” (1988). Especializado
mayormente en comedia, hacia la mitad de su trayectoria filmó esta interesante
película que mezclaba misterio, enfermedades mentales, thriller y drama. Es por
tanto, una rareza dentro de su filmografía, la cual acabó escorándose hacia el
mundo de la televisión con telefilmes y series diversas (varias de ellas
internadas en la ciencia-ficción).
“El primer secreto es lo que no le
decimos a nadie,
el segundo lo que no nos decimos a
nosotros.”
Un reputado psiquiatra es encontrado moribundo en
su despacho: aparentemente es un suicidio (varias pistas, entre ellas una
pistola con sus huellas, parecen dejarlo claro), ratificado por unas frases
autoinculpándose, dejando en el momento de expirar definitivamente pocas dudas
sobre el veredicto. Sin embargo su hija (de apenas catorce años) está
convencida de que a su padre lo mató alguno de sus pacientes. Con la ayuda de
uno de ellos, un famoso presentador de televisión, y una lista con los nombres
de los últimos clientes que tuvieron un trato estrecho con el doctor,
intentarán hacer ver a las autoridades (y sobre todo, a sí mismos) que no se trató
de lo que aparentemente fue a todas luces.
“The third secret” combina elementos del whodunit, de thriller psicológico de los
años cuarenta y de la penúltima ola de películas que habían empezado a
diseccionar con menos prejuicios, menos remilgos y más arrojo psicopatías,
neurosis y psicoterapias varias. Películas como “De repente el último verano”
de Mankiewicz, “La tela de araña” de Minelli o ya desde un punto de vista más grotesco
“Los guardianes” de Bartlett, entre otras muchas.
Con guión de Robert L. Joseph –que también
escribiera “El autoestopista” de Ida Lupino-, destaca por su virtuosa
fotografía, su maestría para dosificar la tensión, su habilidad para generar
una convincente ambigüedad en todo momento y unas interpretaciones persuasivas,
entre ellas la del Peter Lorre británico, Richard Attenborough, en un papel
secundario pero siempre inquietante, con una ambivalencia muy lograda en el
carácter, un poco en la línea de lo que justo estaba haciendo ese mismo año –ya
como co-protagonista- en la obra maestra de Forbes “Plan siniestro”.
Casi imperceptibles dosis de humor (acercándose a
una estantería personal de libros: “¿los
leíste todos?. No, pero los cuento todo el tiempo.”) y un desarrollo donde
aprovechan las posibilidades de la esquizofrenia –racionalidad no exenta de una
ausencia de impresión de parte de la realidad; arrebato violento y fría
planificación yendo de la mano- para entretejer una historia de desórdenes químicos
en una sociedad flemática, calculadora y poco dada a comprender a sus
perturbados.
Guiños literarios aparte -la estatua de un Hans
Christian Andersen, alusión a una niñez que, como la casa donde todo ocurrió,
cambia y se va transformando en otra cosa; un histórico vecino como Horace
Walpole observa en espíritu, terminando de dar el porte gótico que requiere la
película-, “The third secret” es otra de esas joyas a seguir reivindicando del
cine británico de los sesenta –comparte con la mítica y contemporánea “El rapto
de Bunny Lake” de Preminger análisis y giros inesperados realmente
conseguidos-, ese cine visceral y latente que poco a poco iba sacando los
miedos y frustraciones más embarazosas a la luz del día, inestables e
insondables como la transcripción a tiza que recorre sus aristas.
“El tercer secreto es la verdad”