Si
Aleister Crowley, una vez publicada la obra de Maugham “El mago”, realizó una
furibunda crítica de la misma, aduciendo –bajo pseudónimo: Oliver Haddo, el
personaje de la creación basado en él mismo- que se trataba de un pastiche terrorífico
fusilado de diferentes obras –como por ejemplo “La isla del Dr. Moreau”, de
Wells-, también se puede decir en defensa de la adaptación cinematográfica que esta sirvió de inspiración para cintas posteriores como “King Kong” (protagonista en
aprietos, indefensa y controlada mediante ataduras) o el “Frankenstein” de
Whale (tétrica e imponente sala de experimentos).
Primera
licencia argumental de “Dominio Mágico” (título en castellano de la película de
Ingmar): Margaret aparece como escultora (mientras que en papel es
fundamentalmente pintora), y tras caérsele encima una de sus voluminosas obras
–la cabeza de un fauno-, ingresa en un hospital donde trabaja Arthur, su
prometido –en el film no queda claro si se conocen antes del accidente o
justamente en el centro sanitario-, médico que le realizará una compleja
operación de cirugía en la espalda. Uno de los estudiantes que presencian la
ejecución es Oliver Haddo –interpretado por el legendario Paul Wegener-,
visitante de la biblioteca del Arsenal y sumamente interesado en la creación de
vida artificial –mediante la alquimia y sacrificando el corazón de una virgen-,
mucho más meritoria que andar a vueltas con la medicina convencional.
El
británico Ingram cambia los salones y restaurantes de lujo del relato por el
parque de Atracciones –pequeño papel para el futuro director y compatriota Michael
Powell (“El ladrón de Bagdag”, “El fotógrafo del pánico”) a la hora de recibir
la silueta en papel realizada por un caricaturista del parque o asistir como
público a la sesión de encantamiento con serpientes, escena esta vez sí
plasmada en la novela-.
Se
describe un París caótico, infectado de los primeros automóviles –los coches de
caballos, tan presentes anecdóticamente en el texto original, son sustituidos
por el aquelarre sin concierto de la modernidad y el progreso-.
Haddo
emplea las mismas artimañas que en el libro para llegar a una desafecta -en
grado sumo- Margaret. Escribe una carta a su compañera de piso –Susie-
haciéndose pasar por una amiga de ésta para que abandone durante un tiempo
precioso la casa y así poder aparecer en el domicilio, estar a solas con Margaret
y poder hipnotizarla, dominarla y arrastrarla a un mundo de pesadilla. El fauno
cobra vida, el sátiro despierta las más bajas pasiones y tanto Haddo como
Margaret se impregnan por completo de un ambiente en forma de bosque humeante,
salvaje, libertino y nigromante cuya escenografía recuerda muy mucho a la
empleada por Lachman en los momentos más apoteósicos de “La nave de Satán”,
film realizado casi una década después, ya en el sonoro. Son estas secuencias
de la influencia imparable y perniciosa de Haddo las que más se acomodan de
manera más fidedigna a la novela de Maugham.
En
“Dominio Mágico” no es Susie quien redescubre a una Margaret ya esposada por
Haddo, sino el propio Arthur, a la búsqueda y captura de la pareja –Montecarlo,
epicentro del juego y la corrupción-, lo que reconfigurará y acomodará el
discurrir del argumento respecto del original, centrando aún más la trama en el
triángulo amoroso-de posesión entre Haddo, Margaret y Arthur. Caso parecido
respecto a la supuesta demencia de Haddo: en la novela se sugiere que se trata
de un caso hereditario, mientras que en la película se omite directamente la
última puntualización.
Es
una película luminosa que dosifica tinieblas y vesania, que aplaca la
degeneración en el hábito sufrida por Margaret a medida que va capitulando a la
voluntad de Haddo.
La
mansión de Maugham y su arboleda descuidada son sustituidas en la pantalla por
un castillo al modo transilvano: inhóspito y prácticamente alejado de la
civilización –elocuente el plano donde Arthur y el profesor Porhoët, amigo de
la pareja, cambian el vehículo a motor por la calesa-, donde contará con una
participación inédita en el laboratorio del primer texto, una especie de Igor liliputiense.
Mucho
más esquemática es la parte final: eliminada de la acción la la cuarta
protagonista –Susie-, el desenlace devendrá más convencional, con una Margaret –como
advertí al inicio- atada de pies y manos y un Paul Wegener en modo chamán
desatado e inserto en un laboratorio barroco y sulfuroso.