No se trataba tanto de impugnar a Darwin como de oponerse a uno de
sus principales seguidores, el maniqueo Thomas Henry Huxley. La contraposición
entre la lucha de todos contra todos (Huxley), tan del gusto del pensamiento
ultraliberal y capitalista –devenido más falso que una moneda de madera-, y la
sociabilidad y la lucha mutua (Kropotkin) como factor histórico de desarrollo y
adaptabilidad al entorno.
Dividido en fases que van de las sociedades tribales al
corporativismo y la sindicación de principios del siglo XX (fecha en la que
está escrito este tratado), pasando por las comunas aldeanas de los bárbaros o
los gremios medievales, “El apoyo mutuo. Un factor de evolución” repasa todos
aquellos acontecimientos que, más o menos evaporados de subconsciente actual
–donde se ha impuesto el pensamiento único de la depredación y el sálvese quien
pueda como (amañado) modelo de conducta a seguir no solo entre congéneres sino
respecto al resto de habitantes del planeta, repasa todos aquellos
acontecimientos que valoran y evidencian la permeabilidad al asociacionismo tanto
del ser humano como de la mayor parte de las diferentes especies animales como
instrumento fundamental para la durabilidad y la progresión de todos ellos.
Como bien dice el propio Kropotkin, “después
de haber oído tanto sobre los que dividía a los hombres, debemos reconstruir
piedra a piedra las instituciones que los unían”.
Los dos primeros capítulos, eso sí, se centran exclusivamente en la
ayuda mutua entre animales y es donde, además de Huxley, también recibe sus
palos Rosseau y el papel de bestia inmisericorde que este último quiso otorgar
al hombre respecto al resto de individuos. En ambas partes el bueno de Kropotkin
alude a la predisposición nacionalista de las hormigas –en contraposición al
internacionalismo de la vizcacha-, al talante conciliador de las abejas con refugiados
e inmigrantes respecto a su grupo, además de su predisposición a la
erradicación del latrocinio o la delincuencia en general. También a la
promoción de las jornadas laborables reducidas en las ardillas que, por otra
parte, son proclives a un cierto afán acumulativo-capitalista en gran medida a
consecuencia del ahorro. O del sentido de la independencia en las marmotas y
del federalismo de los corzos. Siempre con la “suavización –cuando no la eliminación- de la competencia allí donde existiese”.
Por el título no se trata de un libro de auto-ayuda, sino de una
teoría filosófica del pensador moscovita asentada en el empirismo que parte de
la observación detenida de los modelos de conducta que han ayudado (valga la
expresión) a la formulación del fomento de la alianza como causa fundamental
para el progreso, el desenvolvimiento y la supervivencia. Es su certero relato,
frente a la ambivalencia (por decirlo suavemente) del sacrificio y la supuesta
inevitabilidad del egoísmo, heredadas ambas del retorcido pensamiento cristiano
–con una versión para todos los públicos llamada caridad, contraria a la ayuda
mutua, por ser una virtud superior heredada del cielo- o el intrusismo estatal,
formado por “teóricos de la ley o
defensores de los intereses ajenos”.
“La absorción por el Estado
de todas las funciones sociales favoreció inevitablemente el desarrollo del más
estrecho y desenfrenado individualismo. A medida que los deberes del ciudadano
hacia el Estado se multiplicaban, los ciudadanos se liberaban de los deberes
hacia los demás”. Y
también: “la ausencia de intereses
comunes educa la indiferencia; y el coraje y el ingenio, que raramente hallan
aplicación, desaparecen o toman otra dirección”.
La lucha por la existencia como una pelea contra los condicionantes
naturales, no contra los medios o los grados. Ni más ni menos.
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