No hay más que ver el remake ostentoso,
convencional y considerablemente innecesario de esta película (traducida como
“La doncella”) para darse cuenta de que los cincuenta años que separan la
original del homenaje equivalen más o menos a los que separan virtuosamente la
transgresión, la valentía y la crudeza de Kim Ki-young de la lasitud, el
conformismo y la pulcritud de la cinta de Im Sang-soo en 2010.
Si algo me ha quedado claro de las cuatro obras
visionadas hasta la fecha de Ki-young es que no se trata de un director que provoque
la indiferencia o de un autor que pueda recrearse en un hermetismo etéreo o un
naturalismo metafísico de tres al cuarto. Tanto “Goryeo jang” (“Burying Old
Alive”, 1963), algo parecido a una versión shakesperiana, escarpada y hechicera
del clásico japonés “Narayama bushiko” (“The Ballad of Narayama”, Keisuke
Kinoshita, 1958) sobre la tradición ancestral de abandonar en una montaña a aquellos
ancianos que recién cumplen los setenta años (gracias, Laura Maza), como “Iodo”
(“Io Island”, 1977), especie de thriller-folk erótico que bordea el fantastique (tiene algo de hammeriano) sobre una isla poblada exclusivamente
por mujeres donde los hombres han desaparecido misteriosamente víctimas de
hechizos funestos, como “Sunyeo” (“Water Lady”, 1979), melodrama con cuadrado
amoroso, ascensión social y la femme
fatale pertinente o el film que protagoniza esta entrada dan fe una forma
vehemente de dirigir, hurgando al máximo y en todo momento en las flaquezas y
desventuras del ser humano.
“Hanyo”, aparte de estar considerada casi
unánimemente como una de las películas imprescindibles del cine coreano de
todos los tiempos, da carta de naturaleza al grand guignol cinematográfico del país asiático. Mucho más que el
triángulo amoroso entre un respetable profesor de piano que se ve involucrado
en un desliz sexual con la criada recién contratada y la abnegada esposa de
aquel, cohabitando todos –incluidos los hijos de la pareja, que también reciben
lo suyo- en una nueva y próspera casa, “La doncella” supura insania,
esquizofrenia y mal rollo.
Tenemos a la doncella (una radiactiva Eun-Shim Lee),
metaforizada en la rata que hace acto de presencia en la cocina como ser
incómodo y desagradable que viene a perturbar la delicadeza y la buena
vibración del entorno –se mete hasta en la comida-. O al pianista, centro de
todos los dardos de seducción –previamente tendrá que vérselas sentimentalmente
con una alumna de su conservatorio- que poco a poco va perdiendo los estribos y
la cordura. Es un film que ejemplifica a la perfección la especial
significación en todo el cine de Kim Ki-young del universo femenino como
productor de desgracias: la mujer como embaucadora irremediable y criatura
turbulenta de la que resulta imposible deshacerse. Es decir, adaptando el mito
de Lulú (“La caja de Pandora”) o Mildred Rogers (“On human bondage”) a la
idiosincrasia oriental que flirtea con el concubinato más tóxico e impredecible,
algo que también se reproduce en la citada “Sunyeo”.
“Hanyo” se adelanta un par de años a una película
con no pocas similitudes: “What Ever Happened to Baby Jane?” (Robert Aldrich,
1962): ambas comparten el uso llamativo del travelling,
la densidad claustrofóbica –ergo gótica- in
crescendo –se percibe ya desde los primeros planos en la escuela de música:
pasillos estrechos, sensación de calor asfixiante, recelos por doquier- o el
uso grandilocuente del terror psicológico en un poroso blanco y negro. Pero
también bebe de un cine norteamericano anterior a su realización: el desenlace
sin duda remite a “La mujer del cuadro” (Fritz Lang, 1944) y no diremos
exactamente en qué –aunque no es muy difícil deducirlo- para evitar en la
medida de lo posible el spoiler.
Un blockbuster como “La mano que mece la cuna” ("The Hand That Rocks the Cradle", Curtis Hanson, 1992) es
un (ingenuo y edulcorado) juego de niños al lado de “Hanyo” y su amoral tejido
de relaciones afectivas y pasiones conducidas al paroxismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario