2018 está siendo un año tirando a flácido musicalmente hablando. Pocos álbumes –por no decir
casi ninguno- mínimamente relevantes que, por inspiración, se salgan de la
propaganda oficial hipster (siendo, por tanto, ese hype que acaba pinchando a
las primeras de cambio) o de cierta obligatoriedad crítica canónica inocua. Aun
rebuscando en la medida de nuestras posibilidades no hemos podido dar con
trabajos totalmente convincentes más allá de un pequeño puñado de dianas que no
terminan de apuntalar la globalidad de dichas obras: los pujantes Cosmo
Sheldrake, Henry Green, Lauren Auder, Nadine, Orchid Mantis o Whyte Horses no han
terminado de despejar dudas; gente con algo más de trayectoria tipo Optiganally
Yours o Lomboy se han quedado a las puertas de la
reivindicación; rescates como los de Mark Renner o Sonoko han terminado
resultando frustrantes; recopilatorios como “Uneven Paths. Deviant Pop From
Europe 1980-1991” insuficientes, y recuperaciones insólitas como la de Candy
Opera bastante previsibles. Afortunadamente, en las últimas semanas hemos
podido dar con un francotirador insospechado que se ha destapado no solamente
con el que es el mejor disco de lo que llevamos de año, sino también con un
material previo que no desentona en absoluto con su última grabación. El álbum
triunfador es “It's All Here Somewhere” (Kitchen, 2018) y el proyecto en
cuestión Hanging Up The Moon.
Sean Lam, su cabeza visible, es un singapurense de
su tiempo: CEO en una prestigiosa empresa de marketing y diseño gráfico -Kinetic
Singapore-, compagina su actividad profesional con HUTM, una aventura muy
personal que arrancó allá por 2011. Pero no era su primera experiencia sonora
significativa: ya en los noventa Lam fue co-líder de una de las formaciones más
recordadas en su país natal, Concave Scream, en el fondo no mucho más que una desorientada
banda post-grunge que, sin embargo, sirvió –junto a otras- para reflotar una
escena local cuyo último periodo de florecimiento musical verdaderamente candente
se había dado en los sesenta con formaciones más o menos pop como Naomi and The
Boys, The October Cherries, The Stylers o The Quests.
Un lustro después de la última incursión
discográfica de Concave Scream (2006), Sean Lam empieza a dar a conocer en la
red sus primeras composiciones en solitario, donde da rienda suelta a su pasión
por sonoridades más acústicas, intimistas y ensoñadoras. Su ‘self titled debut’
ya da sobradas muestras de un talento melódico e instrumental, sustentado este
último sobre todo en una querencia por los cambios de tonalidades que dan como
resultado una riqueza cromática inestimable (y eso a pesar -es un decir- de su
autodidactismo) con toda seguridad influida –no hay más que ver, por ejemplo,
su facebook- por una manifiesta vasta
cultura musical. En este primer disco destacan la inicial “Towering Gloom”,
“Slow Train” -en la línea del Apparat más confesional-, “Winners All” –epílogo
con vocación de canción de fuego de campamento- y fundamentalmente la estremecedora “Water
Under the Bridge”, pero en cualquier caso un (excelente) conjunto que apenas
baja de nivel en momento alguno… a pesar de ciertos abusos con el ukelele.
Si “Hanging Up The Moon” se trata de un trabajo
casi ascético, defendido en su totalidad exclusivamente por Lam, la siguiente
grabación -“The Biggest Lie In The World”, de 2013- tiene novedades al
respecto: Sean se hará acompañar esta vez por Dean Aziz (batería de Concave
Scream) y los hermanos Leslie y Victor Low, conformando un núcleo emisor con el
que, por lógica, ganarán en consistencia y amplitud polifónica, hasta nuestros
días. Un reajuste estructural que aunque por momentos se resienta y no termine
de engarzarse con suficiente plenitud en este segundo asalto, vuelve a mostrar
a un Lam de genio en piezas como “Pedestrian” y “Last Call” (que recuerdan
tanto a las evoluciones crepusculares de The Apartments) o “Nuclear”.
“Immaterial” (2015), su tercer disco y de momento
el más celebrado por lo menos a nivel publicitario, arranca con otra de las
piezas claves de Lam y compañía, “Brave New World” y su influjo vespertino, a
pesar del homenaje (¿inconsciente?: no lo creo, la presuntuosa influencia
ingrávida de Pink Floyd se percibe soterradamente en más canciones) homenaje a
los acordes arpegiados iniciales del “Wish You Were Here”. “A Pathetic Excuse” tiene
algo de Belle & Sebastian; en “Unconditional” vuelve a aparecer en el
subconsciente del que esto suscribe el grupo de Peter Milton Walsh, mientras
“Indie Movie” o “Comes a Light” reparten a partes iguales atmósferas
arrulladoras, coros lounge y estribillos esclarecedores. Cierra esta más que
meritoria colección el ligero trote de bossa suspendida de “Till The End”.
“It's All Here Somewhere” tiene una doble virtud:
mantener el cualitativo nivel del trabajo precedente e incluir mayor número de
piezas categóricas que en cualquiera de sus producciones anteriores: “Rain Dance”, conducida con
presteza por los ribetes de la guitarra solista -escuela Felt- y unos oportunos
arreglos de colchones de teclas en el tramo final, “Snakes and Ladders” -la
mejor canción del año-, con esa melodía que no dudaría en firmar con los ojos
cerrados Neil Hannon –recuerda especialmente a la época del “Regeneration” de
The Divine Comedy-, “Game of Life”, que tiene el mismo encanto cuasi-mórbido de
las grabaciones de folk de dormitorio de Yoñlu, “Glass House”, rozando
tangencialmente al Bowie del segundo disco, “Be Here”, que crece a golpe de
acordes jazz y dramáticas cuerdas sintetizadas, “Small Talk”, que parece
compuesta por un Robyn Hitchcock espacial o “End Times”, otra virguería de folk
estratosférico y pastoral como es “End Times” con la que se cierra este
conjunto de filigranas. Bendito tiempo libre entre obligaciones ejecutivas,
hábitos de negocio y una escena doméstica siempre al borde de la más absoluta
irrelevancia. Mucho mérito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario