jueves, 1 de noviembre de 2018

The Rocking Horse Winner (Anthony Pelissier, 1949)






Basada fielmente en un cuento corto de D. H. Lawrence publicado veintitrés años antes, “The Rocking Horse Winner” conforma, junto con otras películas casi simultáneas en el tiempo como “The Fallen Idol” (Carol Reed, 1948) o “The Window” (Ted Tetzlaff, 1949), una por aquel entonces (casi virgen) vía de exploración de las miserias del mundo adulto desde el punto de vista de un niño. Si en “The Fallen Idol” el pretexto giraba en torno a la infidelidad y en “The Window” en torno al crimen organizado, en “El caballito de madera” –así al menos se tradujo al castellano el relato de Lawrence- la cuestión cardinal fluctuaba sobre una más bien poco velada crítica al capitalismo salvaje (acumulación, apariencias, codicia) a través de la ludopatía como último –e inmediato- recurso para mantener el status declinante de una típica familia inglesa de clase media aspiracional.






Entremezclada con estos aspectos mundanos, “The Rocking Horse Winner” (con una dirección de actores impecablemente tensionada) presentaba otra faceta sutilmente orientada al fantastique: la creciente obsesión por dar con el caballo ganador del pequeño Paul (que ve en los premios que otorgan sus predicciones previas la salvación a la renqueante economía doméstica) producía todo tipo de fantasmas interiores, manifestados por Pelissier en planos deformantes –las escenas de la habitación del caballo de madera, que cambia ostensiblemente de perspectiva, o las de las nubes que van adquiriendo forma de corcel- y ambientes inquietantes con un deliberado y experto manejo de la luz relumbrante tanto del exterior –ventanas, jardines, hipódromo- como del interior –pasillos, habitaciones, cuadras-, en perfecta armonía con sombras hogareñas y desasosiegos agorafóbicos.

En “The Rocking Horse Winner” –uno de los films más insólitos de la cinematografía británica del inmediato periodo de posguerra- la sugestión infantil también quedaba perfectamente revelada en la frase que, a modo de leitmotiv, inundaba el cuento del autor de “El amante de Lady Chatterley” e inundaba la cinta aquí reseñada: “hace falta más dinero”, un mantra que recorre estancias y es reproducida de manera alarmante por el juguete estrella.





De su director, Anthony Pelissier, también podemos recomendar efusivamente la otra película de su autoría que hemos tenido oportunidad de visionar: “Personal Affair” (1953), -“Escándalo en Rudford”, con Gene Tierney como reclamo estelar- en este caso centrada en la confusión y el anhelo adolescentes desde el plano sentimental, venía revestida de intriga y que, si no fuera por un final feliz demasiado blanco –al contrario que el de “The Rocking Horse Winner”, que supuraba fatalidad-, sería perfecta en su conjunto.

No hay comentarios: