martes, 4 de junio de 2019

Poemas elegidos, de Marceline Desbordes-Valmore





Los que llevamos más de media vida consumiendo literatura “condenada” (en mi caso más de un cuarto de siglo), esos pocos que seguimos valorando contra viento y marea sus efluvios, sabemos que la edición bilingüe recientemente publicada por Somos Libros de los “Poemas elegidos” de la poeta francesa Marceline Desbordes-Valmore es un pequeño gran acontecimiento. Hasta ahora apenas habíamos disfrutado de algunas muestras del aliento lírico de Marceline incluidas en el legendario “Los Poetas Malditos” de Paul Verlaine –felizmente reeditado en castellano hace un par de años-. Hoy el abanico se abre un poquito más para disfrutar de una breve antología individual consagrada a aquella que entrara un tanto con calzador en el recopilatorio del autor de los Poemas Saturnianos. Y es que, como bien debiera ser sabido, Desbordes-Valmore apenas tenía que ver –aunque algunos de ellos, lógicamente, fueran admiradores confesos- con los Mallarmé, Rimbaud, Corbière, Villiers de turno, incluido el propio Verlaine, post-parnasianos tanteados por el fragor del Decadentismo. Marceline pertenecía -incluso cronológicamente- a otro momento, el del Romanticismo, por sensibilidad y expresión. Es tanto así que deberíamos acercarla más bien a Carolina Coronado o a Emily Brontë en viveza rítmica y pasión concisa.






Hija, madre, amante, artista (en el sentido reversible de la palabra), inspiración… Marceline Desbordes-Valmore fue un personaje total que deslizó toda su experiencia en versos ni mucho menos enrevesados o pretenciosos, sino directos a cubrir una suerte de anhelos a menudo incumplidos. También rotundos y absolutos: no en vano una de sus palabras fetiche, que repitiera en varios poemas, era imperio.

Una de sus virtudes más contrastables era el perfecto manejo de la ambivalencia simbólica, como ocurre en “La inconstancia”, donde la lucha entre la irregularidad de la novedad y el firme deseo se van entrelazando con la precisión y la destreza que solo están al alcance de unos pocos.


Una impresión ineludible para los irreductibles del XIX más poderoso. Marceline Desbordes-Valmore ha salido un poco más de la densa floresta del semiolvido autoral en el que estaba sumida: ¡aleluya!


La "familia", por fin, al completo

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