Los que llevamos más de media vida consumiendo
literatura “condenada” (en mi caso más de un cuarto de siglo), esos pocos que
seguimos valorando contra viento y marea sus efluvios, sabemos que la edición
bilingüe recientemente publicada por Somos Libros de los “Poemas elegidos” de
la poeta francesa Marceline Desbordes-Valmore es un pequeño gran
acontecimiento. Hasta ahora apenas habíamos disfrutado de algunas muestras del
aliento lírico de Marceline incluidas en el legendario “Los Poetas Malditos” de
Paul Verlaine –felizmente reeditado en castellano hace un par de años-. Hoy el
abanico se abre un poquito más para disfrutar de una breve antología individual
consagrada a aquella que entrara un tanto con calzador en el recopilatorio del
autor de los Poemas Saturnianos. Y es que, como bien debiera ser sabido,
Desbordes-Valmore apenas tenía que ver –aunque algunos de ellos, lógicamente,
fueran admiradores confesos- con los Mallarmé, Rimbaud, Corbière, Villiers de
turno, incluido el propio Verlaine, post-parnasianos tanteados por el fragor
del Decadentismo. Marceline pertenecía -incluso cronológicamente- a otro
momento, el del Romanticismo, por sensibilidad y expresión. Es tanto así que
deberíamos acercarla más bien a Carolina Coronado o a Emily Brontë en viveza
rítmica y pasión concisa.
Hija, madre, amante, artista (en el sentido
reversible de la palabra), inspiración… Marceline Desbordes-Valmore fue un
personaje total que deslizó toda su experiencia en versos ni mucho menos
enrevesados o pretenciosos, sino directos a cubrir una suerte de anhelos a
menudo incumplidos. También rotundos y absolutos: no en vano una de sus
palabras fetiche, que repitiera en varios poemas, era imperio.
Una de sus virtudes más contrastables era el
perfecto manejo de la ambivalencia simbólica, como ocurre en “La inconstancia”,
donde la lucha entre la irregularidad de la novedad y el firme deseo se van
entrelazando con la precisión y la destreza que solo están al alcance de unos
pocos.
Una impresión ineludible para los irreductibles
del XIX más poderoso. Marceline Desbordes-Valmore ha salido un poco más de la
densa floresta del semiolvido autoral en el que estaba sumida: ¡aleluya!
La "familia", por fin, al completo
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