viernes, 11 de abril de 2025

Eiko Ishibashi, "Antigone"

 



El mito de Antígona, además de enmarcarse hoy dentro de la reivindicación feminista más palpitante, se resignifica como reinterpretación de los valores más íntimos e irrenunciables del individuo en un contexto social, como indicaba el filósofo heleno Castoriadis, sustentado en significaciones imaginarias bajo el a menudo trampantojo potestativo del consenso (adquirido normalmente entre élites). Esto es: además de servir como gasolina para la autoafirmación ética, también funciona como ejemplo de rebelión e inconformismo ante una legalidad tantas veces exasperante, estúpida y (pese a lo que suele parecer) inaceptable.

Con esta excusa conceptual la artista japonesa Eiko Ishibashi, que dio sus primeros pasos allá por finales de los noventa en formaciones de progresivo incandescente como Mong Hang o Panicsmile, y que ha desarrollado una carrera posterior abrumadora a base de colaboraciones dispares, bandas sonoras y demás experimentación intensiva, con esta excusa conceptual -sazonada en textos y reverberaciones- Ishibashi ha terminado de perfilar un lado pop (o, si se quiere, menos especulativo a nivel sonoro) con el que fue trufando de vez en cuando su trayectoria en discos como "Imitation of Life" (2012), "Car and Freezer" (2014) o "The Dream My Bones Dream" (2018), menos conseguidos que el que aquí nos ocupa. Un "Antigone" donde, entre otros, vuelve a colaborar determinantemente su pareja Jim O' Rourke, otro todoterreno drone-pop como Ishibashi.





Si en aquellos trabajos de la pasada década la referencia sobre la que más echar mano sería Akiko Yano (por el lado vivaracho de esta), en "Antigone" pasa a ser Taeko Ohnuki, sobre todo la parte de la producción de la segunda a partir de los últimos ochenta, donde aquel blues futurista y ceremonial se hace ahora carne de manera similar en cortes de Ishibashi como "October" o "Mona Lisa". La más radiable de las ocho, "Coma", se insufla a sí misma una velocidad fervorosa cuando llega el estribillo dando paso a "Trial", que va del nu jazz al post-pop evitando con maestría las previsibles estridencias y cambios de ritmo degenerativos.

Por una senda más escorada a la canción de cuna líquida se desenvuelve "Nothing As", que recuerda tanto a los primeros trabajos de Dip in the Pool (¡en cuántas cosas parece percibirse su inconsciente influjo!), con "Continuous Contiguous" adoptando los tonos agrisados y esa atmósfera de albufera lunar del diseño interior del disco. 

Para el final, la sublimación art-pop se sustenta en los más de ocho minutos de "The Model", sin perder de vista el intrínseco carácter cinematográfico de la nipona, y el cierre total, con la canción que da título al álbum, se convierte en la pieza decisiva del proyecto, tan compleja como estremecedora. De un tímido piano preparatorio va subiendo a continuación en intensidad, potencia abisal y giros armónicos, conformando un melodramatismo de muchísimos quilates.

Como bien anuncia su carátula: el disco más insondable de lo que llevamos de 2025. Una auténtica sacudida emocional.

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