Una de las características más destacables del Romanticismo clásico era el interés exacerbado por las culturas entonces consideradas exóticas: el gusto por investigar e involucrarse de lleno en otro yo que reafirmase, paradójicamente, la personalidad única del propio creador, fuese éste músico, pintor o literato.
"Blomovinho", el tercer disco del francés Leo Blomov, que hasta ahora se movía en unas coordenadas bedroom pop donde compaginaba su lengua natal con el inglés, se lanza al universo brasileño -ya lo había tanteado antes en alguna canción suelta- con todo el equipaje que se le presupone a tamaña aventura (portugués incluido). Y es que aunque algunos tengamos interiorizado semejante mundo, aún en 2025 mucho de lo relacionado con Brasil sigue pareciendo a oídos de la modernidad como un artefacto -para los frívolos un mero souvenir- un tanto irreconocible -aunque ya se haya avanzado mucho al respecto-, y remoto. De ahí el aspecto distintivo del asunto.
Blomov se propone con esta colección reanimar las sonoridades de aquel país sobre todo con el pálpito de los años setenta donde la samba y la bossa nova, fieles a su proverbial espíritu misceláneo, ahondaron en otras músicas norteamericanas -además del jazz- como el soul, el funk o la música disco más contenida. "Blomovinho" parece querer zambullirse por tanto en las refrescantes aguas del movimiento del Clube da Esquina -la canción "Beto Beto", de hecho, es un homenaje al prohombre del movimiento Beto Guedes- donde gente como Gonzaguinha dieron las mejores alegrías musicales de aquel periodo. Pero también el primer Djavan, Tim Maia o el Marcos Valle de, pongamos por caso, "No Ruma do Sol".
Con una tesitura vocal asimismo que recuerda bastante a la de Arto Lindsay, Blomov chapotea con desmesura en la yatch-canção que, de todas formas, también echa mano de otros socorridos baluartes como João Gilberto (descaradamente en "Meu Amor"). El resultado aun así se alinea sin dificultad con los muestreos elegantes de artistas más o menos actuales como Marinero, Pearl & the Oysters -que Leo, como nosotros, se empeña en reivindicar siempre que puede- o el Mac DeMarco de "This Old Dog" -en el balanceo de "As Praias do Norte"-.
El disco de Leo está publicado a través del sello de Bertrand Burgalar -Tricatel-, el cual ejerce de auténtico mecenas y animador, y está empapado de la misma querencia por estos sonidos de ultramar sobre los que un buen día personajes como el belga Guy Cabay -compañero de sello y del que Blomov se declara admirador, lo cual le honra mucho- también cayeron rendidos en un arrebato idealista, ese que nos sigue enseñando otros paraísos con sus infinitas posibilidades.
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