lunes, 27 de octubre de 2025

Andrea Laszlo de Simone, "Una Lunghissima Ombra"

 



Solo con visualizar el número de cortes -diecisiete- o la duración del total -más de una hora-, o con ver la portada y escuchar tan solo el primer instrumental -"Il Bulo"- que abre el tercer disco en solitario del turinés Andrea Laszlo de Simone podemos intuir que nos vamos a encontrar ante un trabajo denso, con muchos recovecos y pistas de diferente calado, como viene sucediendo con este tipo de proyectos de pop post-progresivo desde hace más de medio siglo.

"Ricordo Tattile", con su arranque litúrgico y ropaje de orquesta barroca, también nos predispone para un cancionero sin demasiadas estridencias -al contrario que ocurría en parte de su anterior "Uomo Donna" de 2017, con ramalazos de psicodelia cósmica algo dura-, para pasar a "La Notte", una de las más relevantes, con ese ritmo radiante y sus destellantes coros sesenteros. En un registro similar está "Aspetterò", con vocación de himno pop sacada de lo más histórico del Festival de San Remo. "Colpevole" -y ese guiño a Chaikovski en los primeros compases- podría pasar por un cruce entre Franco Battiato y Lucio Battisti, y esto es algo que, para nuestro solaz, se va a repetir en momentos posteriores, como en "Pienamente".






Es cierto que en "Un Momento Migliore" se cuela el mismo tipo de arreglo de la tristemente ubicua "Bitter Sweet Symphony": ¿casualidad, homenaje o una mala pasada del subconsciente?. Lo cierto es que, sin molestar demasiado dicho atavío, por previsible, aquí resta puntos. Lo compensa poco después "Planando Sui Raggi Del Sole", con sus ambiciosos cambios de clímax para converger en una marching jazz la mar de sugestiva.

Prácticamente cierran, entre otros instrumentales otoñales y algo laxos, "Quello Che Ero Una Volta" y "Non è Reale", que incorporan arreglos electrónicos en primer plano, con la segunda vertiendo toda su querencia por los sonidos space disco de, por ejemplo, G.G. Tonet o La Bionda.

"Una Lunghissima Ombra", o la reconstrucción tranquila -y algo desbocada en minutaje-, heredera de su magnífico ep "Immensità" (2019), de un Andrea Laszlo de Simone con hechuras de autor puntilloso que revuelve, casi siempre, en lo mejor del pasado, aquí definitivamente con notables resultados.

miércoles, 22 de octubre de 2025

Bajo tres banderas, de Benedict Anderson

 



¿Qué tuvieron en común Joris-Karl Huysmans, Errico Malatesta, Stéphane Mallarmé, Federico Urales, Alexandre Dumas padre, Tarrida de Mármol, José Martí, Arthur Rimbaud, James Ensor, Eduard Douwes Dekker, Pío Baroja, Louis Michel o Tetchō Suehiro? Además de un contexto socio-político a finales del siglo XIX que dio origen tanto a la Primera Globalización como a la segunda oleada de descolonización en los entornos americano y asiático, proporcionaron una tupida red de influencias literarias que ayudó a (re)situar a las vanguardias revolucionarias de las últimas colonias del exhausto Imperio Español no solo en la posibilidad de la independencia, sino en la autoconsciencia de sus orígenes y su propia idiosincrasia de pueblos sometidos. Una cosmovisión política y artística, en un mundo muy cambiante, con dos figuras intelectuales finiseculares de Filipinas como el folclorista Isabelo de los Reyes y el novelista José Rizal como ejes fundamentales del relato que el historiador Anderson construye a base de un concienzudo trabajo de investigación, que no hace sino contagiar al lector con las conexiones y descubrimientos 'in progress' -y a menudo casi milagrosas- que prácticamente se van trenzando a medida que avanza el texto.

Cosmovisión donde conviven el anarquismo (y la Propaganda por el Hecho), los nacionalismos post-coloniales, el Decadentismo, el periodismo de trinchera o la antropología aborigen, frente a imperialismos varios, ya estuvieran en apuros (España) o bien en alza (Estados Unidos, Japón). Con, además, el vínculo más o menos estrecho entre los movimientos emancipatorios de la propia Filipinas con el de Cuba o el de China.






A través de la revista La Solidaridad ubicada en Barcelona a finales de siglo -no confundir con Solidaridad Obrera, publicación libertaria también barcelonesa fundada unos años después-, donde convivieron José Rizal y otros activistas pinoys como Mariano Ponce o Marcelo del Pilar, asistimos a las intrigas -en una a menudo ambigua clandestinidad- entre los 'asimilacionistas' y los más radicales defensores de una Filipinas secesionista. Sin perder de vista, más que de reojo, los inevitables influjos culturales del Viejo Mundo europeo -que estos actores asumían preferencialmente, sobre todo los más arriesgados y cómplices-, Viejo Mundo que aún era epicentro del debate cultural y estético a lo largo y ancho del planeta.

Como decíamos, el entusiasmo de Anderson empapa cada una de las páginas de este valioso estudio sobre un momento de la Historia en el que las antiguas estructuras parecieron estar entre las cuerdas, donde muchas cosas nuevas (o más bien justas) parecían a punto de cristalizarse, hasta dar finalmente con el reordenamiento de la Primera Guerra Mundial por un lado y las subsiguientes corrientes rupturistas del pensamiento también en ese primer tercio del siglo XX. A la postre, el Capitalismo entendió que la sumisión de los antiguos protectorados solo podía seguir practicándose transformando estructuras aparentemente liberadas en peones de su sempiterna explotación, con el eufemismo del consenso y la cooperación filantrópica. Un retorcido desenlace que los idealismos del mártir Rizal o el de Isabelo, quizá, no pudieron llegar a colorear ni en sus más tibias fantasías.

miércoles, 15 de octubre de 2025

Kit Sebastian, "New Internationale" (2024)

 



Siguiendo con pop de delicias turcas, hoy rescato un disco que me pasó desapercibido el año pasado pero que ahora cobra todo su sentido aprovechando el inusitado influjo de Peki Momés. El francés -pero de ascendente otomano- Merve Erdem y la osmanlí Kit Martin empezaron a hacer migas artísticas a través de las redes sociales hace ya unos cuantos años, coincidiendo con su asentamiento en Londres, y con "New Internationale" suman tres valiosos discos, siendo este último hasta la fecha el más convincente de su carrera.

Aun sin la espiritualidad de Issam Hajali o la luxación hacia la disco-music de Altin Gün -por citar un par de ejemplos de destacadas sonoridades similares de aquella latitud en el último decenio-, la propuesta de Kit Sebastian en "New Internationale" alcanza un exquisito equilibrio entre el lounge, el folclore de Anatolia, la psicodelia combada y el aroma a banda sonora de espías 'ad hoc' tipo John Barry o Dick Hyman.




La combinación de voces entre la dulce -pero potente- de Martin y la decididamente bizarra de Erdem también funciona a las mil maravillas en canciones como "Faust" o "Camouflage". Sus progresiones melódicas remiten al easy-listening de Burt Bacharach pero más cribadas por las evocaciones de Saint Etienne o Pizzicato Five que por las de Stereolab.

A su vez hay reminiscencias de la rumba en "Ellerin Ellerimde" y "Bul Bul Bul", o del garage-ye yé en "Göç / Me". La balada alambicada de ágape junto al mar que fluye en "The Kiss" va dando paso al irresistible mid-tempo tenuemente 'jazzeado' de "Mechanics of Love" sin rebajar en ningún momento el nivel, sino más bien todo lo contrario.

Kit Sebastian saben exhibir atinada melosidad y, a la vez, músculo. La prueba final de esto último se encuentra en la canción que da título al disco y, de paso, lo cierra: los arreglos entran y salen dosificándose con mucho oficio, y acrecentando la temperatura con unos de teclado en los compases del desenlace hasta alcanzar un controlado éxtasis.

Gozada máxima.

viernes, 10 de octubre de 2025

Peki Momés, "Peki Momés"

 



Sospecho, teniendo en cuenta las alturas de año en las que ya nos movemos, que vamos a encontrar pocos discos -por no decir que casi ninguno- tan divertidos y refrescantes en 2025 como "Peki Momés", el debut de esta chica turca afincada en Alemania, enfundada en el más estricto autodidactismo. Fruto de la más pura intuición -empezó a componer música en 2023, casi por accidente-, Momés ha facturado un álbum descarado, repleto de influencias de lo más diversas y atractivas, que ya está trascendiendo a radares insospechados -el mismísimo Iggy Pop la ha difundido recientemente a nivel masivo en una de sus playlists públicas- por su destreza a la hora de combinar dichos condimentos.

Sus canciones acometen destilados empleos de batidora donde caben psicodelia gelatinosa, tropicalismo furibundo, dance-pop edulcorado o funk coqueto, sobre las que Momés construye sus letras a modo de dietario desde los primeros tiempos (de ahí el motivo de la portada). Partiendo del ascendiente anatolio -la producción mate remite al pop turco de cassette de bazar y mestizaje similar, al estilo del mítico "Karadut" de Mustafa Kuş & Grup İmece-, entronca con paladines del lounge árabe actual como Charif Megarbane o Kit Sebastian, pero en un tono más despreocupado que estos.




Hits impepinables como "Göç Mevsimi" u "Oyun", que incorporan teclados gomosos, según la propia Peki Momés reconoce, con el city pop japonés de los ochenta en el punto de mira, incluso hasta en las declamaciones. Synth-funk que no te puedes quitar de la cabeza en "Masmavi"; reggae-pop alienígena en "Future"; disco-music libidinosa en "Yaşlı Dünya"; synthpop encantador en "Dertsiz Kedi"; space-disco lisérgico en "Bahçe"; cocktail-nation de muchos quilates en "Laleler".... el disco es una sorpresa constante, siempre con la chispa pertinente, al acecho del groove irreprimible y a la vez conformando un todo cohesivo.

Dispositivos como "Peki Momés" son los que te hacen seguir teniendo esperanza. Te alegran la temporada y justifican muy mucho el seguir explorando en el proceloso océano de las novedades discográficas. Tremendísimo todo.

jueves, 9 de octubre de 2025

Sandrayati, "Inhabit"

 



Si pensamos de dónde viene Sandrayati Fay y dónde tiene su residencia actualmente -Indonesia e Islandia respectivamente- convendremos en que su música está especialmente escogida con el fin de sumergirse al máximo en los espacios insondables y mágicos que prometen ambos territorios.

Tras formar parte del trío folk femenino Daramunda -de muy corta existencia: apenas un disco- en su país natal, Sandrayati debutó en solitario en 2023 con "Safe Ground", que la situó y la sigue situando en una nebulosa zona entre Karen Peris, Linda Perhacs y Elizabeth Fraser.

Su segundo álbum, "Inhabit", mantiene la depuración exhibida en "Safe Ground" con respecto al grupo en el que irrumpió, pero alcanzando cotas expresivas de un acabado todavía más concluyente. Con un mayor apoyo en el piano, en el sinte y, ocasionalmente, en la guitarra eléctrica contenida -esto es: más art-pop que folk-, Sandrayati acomete el tratamiento de las pausas y los subsiguientes avances cinéticos con dominio y madurez incuestionables.




Aun imbuida en todo momento en un tono comatoso, hay piezas de efecto inmediato como "Forward" -que crece en proporción a la gradual penetración de arreglos electrónicos-, la estilizada "Jawline" o la crepuscular balada "Wonder". Concisos arreglos de cuerda y viento se disponen en "Give in", que parece siempre a punto de quebrarse a poco que amenace con asomar un solo rayo de sol. "Seafaring" estremece con su oscura gravedad controlada según se nos va adhiriendo el repiqueteo rítmico, hasta romperse y desembocar en una mínima "Ashes" que parece diluirse sin remedio en un paisaje mayormente abisal. "Waken" continúa con similar guionización, incorporando lastimeros aullidos entre la inmensidad y el sordo temporal. La cosa acaba con "Instill" como en mitad de la noche, entre cri-cri-cris y un telón que va subiendo casi imperceptiblemente, para acabar acogiendo una especie de revelación beatífica.

Un disco cuya única exigencia es que el oyente se abandone en la escucha: solo con esa predisposición obtendrá su recompensa, que no es otra que tonificar el espíritu y reincorporarse como nuevo.

miércoles, 8 de octubre de 2025

Shabason, Krgovich, Tenniscoats, "Wao"

 



Supongo que, como en el reciente caso de Blood Orange, era cuestión de tiempo que un disco de los músicos canadienses Joseph Shabason y Nicholas Krgovich, que llevan colaborando estrechamente entre ellos y con otros artistas más o menos desde la pandemia, asomara por valioso en nuestras costas de Samoa. Lo mismo se puede decir de la tercera pata de esta puntual asociación: el dúo Tenniscoats, de alguna manera una pequeña institución dentro del pop de vanguardia japonés, y también muy dados al montaje de artefactos en compañía de otros (Pastels, Jad Fair).

"Wao" surge espontáneamente a raíz de una gira de los dos primeros por Japón, donde terminan haciendo tan buenas migas con los tokiotas -que cumplieron la doble función de banda de acompañamiento y teloneros- que en muy poco tiempo dan forma a esta abstraída grabación donde Shabason aporta el componente más ambient, Krgovich el más sophisti-pop y Tenniscoats el indie.






Se abre con la rítmicamente slowcore "Departed Bird", y rápidamente te das cuenta de que el ambiente de improvisación e intuición entre todas las partes va a tener las trazas de marchar como sobre una balsa placentera, que permita detener la vista y hacer fluir el alma a cada ponderado impulso. "A Fish Called Wanda", más allá de la alusión cinematográfica, parte inteligentemente de una melodía muy sencilla, casi pueril, para transformarse después en una con progresión jazzística de más calado, combinándose ambas con gracia en toda su duración. 

"Shioya Collection" se apoya en un dream-pop muy distinguido, también con la aleación de voz femenina y masculina sujetando el conjunto. "Our Detour", con su exiguo planteamiento, se apoya instrumentalmente y a nivel de dicción en un hipotético territorio Momus de pop electrónico de mesa camilla. "At Guggenheim House" o "Look Look Look" entroncan con el lounge deconstruido de los The Aluminum Group más especulativos, y el tratamiento más folk se reserva para "Ode to Jos'" y la excelente versión del "Lose my Breath" de My Bloody Valentine que hace por terminar un disco que, en contra de la regla preestablecida para este tipo de experimentos que suelen moverse entre lo fútil y lo meramente caprichoso, merece y mucho la pena. 

Sustanciosa quedada.

jueves, 2 de octubre de 2025

Dale Jenkins, "Undesirable Element(s)" (1984; reed. 2021)

 



Fue en 2010 cuando descubrí este disco del más recóndito underground estadounidense. En concreto a través de esta misma entrada del mítico blog de Mutant Sounds, todavía consultable. En esa época lo tuve en agenda para comentarlo en esta página, pero revisando la discografía de Dale Jenkins y viendo que le había dado tiempo a grabar dos álbumes más aparte de "Undesirable Elements", preferí en ese momento esperar a localizarlos con el fin de hacer una reseña del personaje más en profundidad. Esto último no ocurrió -de hecho "Taking a Drive..." de 1987, y "Apathy" del 89, continúan siendo un completo misterio para quien esto suscribe- y el proyecto de integrar a Jenkins en el inventario del Jardín Secreto de Vailima quedó aparcado en un cajón mental.

Hace unos pocos días, de visita por Mallorca descubro en la tienda de discos de Palma llamada Mais Vinilo el ejemplar que ilustra el comienzo de esta entrada. Aparte de no resistirme a comprarlo -nunca lo había palpado físicamente-, es también ahora cuando aprovecho para dedicar estas líneas a uno de los artefactos más insospechados de la por otra parte rica tradición lo-fi/electro/post-punk de los años ochenta.




Para empezar, "Undesirable Elements" viene en esta reedición de 2021 -el disco, originalmente, fue una autoedición- titulado en singular, y con el añadido de tres canciones inéditas respecto a la edición original -que constaba de siete piezas-, que son "War Was Raging On", "Paranoid Song" y "Destitute". Se trata de una reimpresión con bonus track editada por el sello de Chicago especializado en rarezas de psicodelia, garage, post-punk y demás anomalías pop Got Kinda Lost, subsello a su vez del leridano Guerseen, siendo este último el encargado de distribuir "Undesirable Element" en el circuito europeo.

La historia de Dale Jenkins está asociada a la escena alternativa de Washington DC de la década citada. Era, por tanto, un ambiente donde primaban en su día los sonidos abrasivos de punk y del hardcore -Dead Kennedys, Minor Threat-, unidos a la denuncia social y política más militante, junto al espíritu DIY más comprometido. Eran tiempos de resistencia y vicisitud en el despiadado corazón del imperio yanki. Jenkins participará de todo aquello, de esas mismas influencias, a las que añadirá en su corta carrera en solitario matices más ensoñadores y hasta pastorales. Hablamos de su fascinación por Soft Machine o los primeros Pink Floyd, pero también de la new wave más extraterrestre, representada en Devo o los B-52's, y que él en solitario tratará de emular muy a su manera y de fusionar con los elementos más pétreos de lo post-77. Dale Jenkins, a través de grupos efímeros como The Users, fue partícipe activo de dicho escenario. Después la susodicha carrera a su nombre, que compaginó con All White Jury, otro combo hardcore de corta vida que, esta vez sí, dejó para la posteridad un ep en 1987 para veinte años después ser rescatados en un álbum de archivo con todas sus grabaciones, incluida alguna de Jenkins que también pasó a formar parte de "Undesirable Element".




El abrupto final de Dale Jenkins -suicidio en 1989, poco después de lanzar su tercer disco solo- no solamente impactó para siempre en su círculo más cercano -obviamente-, sino que no impidió ver sustentar unas canciones que, a pesar de su limitado radio de acción en aquellos días, han sobrevivido con obstinación en el imaginario de los más infatigables buscadores de joyas ocultas, gracias en los últimos años a la difusión global en la red. Y es que sus letras ya vaticinaban el desdén, la contrariedad y la profunda melancolía en la que se hallaba inmerso Jenkins, y que desembocaron en tan terrible acto.

El hypnagogic pop gótico de John Maus, el más new wave de Part Time o el más psicodélico de Ariel Pink no pueden entenderse sin el precedente de -entre otros- Dale Jenkins, igual que el de este último no puede comprenderse sin R. Stevie Moore, los Cure de "Seventeen Seconds" o Patrik Fitzgerald. El aliento no wave de "War Was Raging On", el punk tremebundo y satírico de "Non-Surgical Lobotomy" o el siniestrismo claustrofóbico de "Paranoid Song" dan fe de una capacidad de fascinación a día de hoy intacta, aun a costa de su precariedad logística. Pero la tonada más destacada, y que deja entrever como podría haber sido la evolución de Dale Jenkins como cantautor en el futuro, no viene hasta el último aliento: "Another Day", de una estática belleza, parece sacada directamente del "Pink Moon" de Nick Drake, y deja revoloteando en el ambiente una sensación de profunda tristeza, de hiriente abandono, como en 1984, como en 2010, como en el resto de nuestras vidas, y más allá.