Como Julian Cope, otro mago druida embebido por la
tradición del pop, rock y folk, aunque en el caso de Colin Lloyd Tucker
operando desde Primrose Hill. Ya desde sus primeros escarceos, este gnomo
saltimbanqui de la más pura heterodoxia british destacó como promiscuo
colaborador en mil batallas: en aquellos días –finales de los setenta y
principios de los ochenta- llegó a compaginar al 50% dos grupos lo
suficientemente alejados de la ortodoxia post-punk como Plain Characters y The
Gadgets. En estos últimos coincidirá con otro adalid de la incomodidad estilística
como Matt Johnson, el líder de los transversales The The, y con él colaborará
en el primer disco de éste –el inquietante collage sónico “Burning Blue Soul”-.
Allí conocerá al otrora niño prodigio Simon Fisher Turner –otro francotirador
en la sombra-, con el que inventará el post-rock en Deux Filles y el post-pop
en Jeremy’s Secret. También hará buenas migas en los noventa con el hermano de
Kate Bush, Paddy, con el que fusionará pop pastoral, new age y bandas sonoras
en el fugaz proyecto Bushtucker.
Siempre impredecible, Colin también ha transitado
en solitario de manera discontinua en las tres últimas décadas. “Toy box”
(1984), armado con cajas de ritmos y teclados hipnóticos, fundía las enseñanzas
de Syd Barrett con la dicción punk de Patrik Fitzgerald y el punch gótico de
Paul Roland (“The Roundabout And The Wig Wam”). Las joyas de esta primera
colección son las psicodélicas “The Young Boys Belong To Mr Brown” y “U.F.O.
Report No 1”, en la onda de los mejores –primeros- Pink Floyd o los Beatles más
“extremos”.
“Mind box”, dos años después, recurre a una
instrumentación más clásica –sonidos de piano y formación pop más clásica-, que
repercute en unas canciones levemente más discernibles -cristalizando en ese
“Use it” tan vacilón que cierra el disco- que presentan influencias de Bowie
–“Suburbias Autumn”, Kevin Ayers o Peter Hammill -“Everything Will Melt Away”-.
“Head”, de 1987, es su mejor disco. Más inmediato
y rítmico, se escora hacia los Talking Heads de “Fear of Music” (“The Kiss”) o la
new wave más clásica (“Kicking Buddah’s Song”), sin dejar de lado la psicodelia,
más tamizada aquí por compases tropicales (“Up An Airy Mountain”). También
demuestra que, cuando quiere, puede hacer canciones redondas en la onda de los
XTC de “English Settlement”, como en el caso de “Don´t Crack My Dreams”. Como
Martin Newell, entonces en los Cleaners From Venus y con el que comparte
madriguera conceptual, Colin Lloyd Tucker es capaz de interiorizar todo lo que
se le ponga por delante si con ello consigue desconcertar al oyente medio.
“Remarkable” (1990) nos muestra en “Remarkable
Girl” su lado más tierno y romántico, pero permanece la querencia bufonesca en
otros cortes como “Abbey! See de Gol’fish” a ritmo de tonadilla de fuego de
campamento. El traje de juglar intenso aparece en “House of the Hill” o en la
ensoñadora (como descubre mismamente su título) “Dream Time”.
“Songs of Love, Life & Liquid” (1994) arranca
con una gozosa mini-sinfonía de pop orquestal beatlemaniana (“It’s a Fine Day”)
que da paso a brotes loureedianos ya sean al trote (“Another You”) o algo más
ensimismados (“Accelerator”, “On Moonlight Bay”). No podían faltar sus bromas,
como en “Out of the Blue”, con parodia de canto tirolés incluida.
Dividido en dos partes bien diferenciadas (la
primera mitad son 'arrivals' y la segunda 'departures'), “Fear of Flying”
supuso su retorno después de diez años de silencio discográfico. “Saxaphone
Song” es la particular recreación de Tucker sobre el universo de Lou Reed que
bien podría apuntar a “Walking on the other side”, a “Power and Glory” o a casi
cualquier otra del universo de neoyorquino que cuente con un coro femenino para
poner la guinda. También loureediana es “Kids”, con un trazo melódico que
recuerda por momentos al “Common People” de Pulp o “. Como bien dice Julian
Cope en la crítica correspondiente para su “Head Heritage” y para quien se
trata del mejor disco del londinense hasta esa misma fecha, también hay ecos de
J.J. Cale en “Always Remember You”, con ese suave galope sureño de la guitarra.
Vuelve a compaginar momentos espectrales con otros psicodélicos (George
Harrison en el recuerdo) y/o narcóticos, todo en una misma canción (“A Happier
House”) como mismamente experimentara desde “Toy Box”. En medio de todo ello
hay experimentos electrónicos de diverso pelaje, tan resbaladizos como
atrayentes, o canciones que le hermanan inevitable a otro vampiro del folk
psicodélico como Robyn Hitchcock.
Fiel a su deambular por pequeños e inestables
sellos discográficos, las dos últimas referencias (conocidas por quien esto
escribe), “Desire Path” (2006) y “Beside Myself” (2008) continúan con el feliz
mestizaje entre electrónica, pop clásico (y, ¡ja!, neoclásico) y desvaríos
varios. Más John Cale, para entendernos (ahí están cosas como “The Way She Was”,
por ejemplo), sobre todo en “Desire Path”. En este primero está su último gran
“clásico”, “Caterpillars” y otras canciones de fuerte inspiración pastoral
sesentas: “Where Was Julie”. Posiblemente su mejor disco desde “Head”.