jueves, 23 de noviembre de 2023

Molly Burch, "Daydreamer"

   




En cuestiones de criterio -en este caso musical- cada vez agradezco más poder comerme mis palabras. Si en 2021 dudaba del acercamiento a texturas más sintéticas por parte de Molly Burch -fue en concreto en la reseña del disco de aquel año de Eve Adams-, el "Draydreamer" (Captured Tracks) de la angelina, que insiste en la misma línea, pero esta vez con una inspiración manifiesta que en "Romantic Images" costaba vislumbrar, me ha hecho recapacitar y terminar rendido a su última apuesta, máxime cuando Burch había debutado con "Please Be Mine", una de las obras mayores del neotradicionalismo pop de los últimos lustros.

Empezando por la producción de Jack Tatum (Wild Nothing): valiente, arrolladora e infecciosa. Es en "Physical", "Baby Watch My Tears Dry" o "2003" donde Molly y Jack apuestan encarecidamente por recrear ese pasado de alguna manera idealizado que nunca vivieron, expresión máxima de aquello que llamamos retrowave y que, al contrario de lo que suele ocurrir con los exponentes habituales del género (muy de canción esporádica realmente atractiva), aquí mantiene un nivel notable en estas tres piezas y a lo largo luego de otros tramos del resto del disco, gracias al más que efectivo talento compositivo de Burch. Es pop electrónico descarado, con guiños al AOR -vertiente new wave- de los ochenta -pero evitando mayormente las guitarras casposas que arruinaban el resultado final en aquella época-. Todo ello enhebrado a base de inteligencia y naturalidad con los baladones sesenteros marca de la casa -"Tattoo" y, sobre todo, las monumentales "Beauty Rest" o "Bed", que cierran de la mejor manera-.




De regocijantes pueden calificarse el estribillo de acordes abiertos de "Unconditional" -por la forma casi insolente de recalcarlo-, así como "Heartburn", el single más preclaro de toda la serie. El puntal sophisti corresponde a "Champion", con su acertado cambio de tonalidad y ese solo de saxo tan conveniente.

Puedo ver las caras de los críticos indie-rockeros acostumbrados a minusvalorar todo lo que suene a años ochenta: se notan sus sarpullidos y su paternalismo perdonavidas a la hora de sentarse a escribir y valorar un disco como este. Ni caso: esto es una gozada total que nos reconcilia con la mejor escritura de Molly. Todos los interesados salimos ganando: a ella le ha valido para exorcizar fantasmas de su pubertad, y a nosotros para adherirnos con fruición una vez más a las entrañas del mejor pop, que es el de entonces, ahora y siempre.

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