viernes, 27 de septiembre de 2024

Pearl & The Oysters, "Planet Pearl"

 




El zeitgeist vigente nos dice que hoy puedes ser la gran sensación, pero que mañana tendrás muchas papeletas para pasar directamente al olvido. Manda con mano de hierro la actualidad, esa que te puede arrojar al contenedor orgánico a la mínima que te descuides o dejarte sin rumbo en mitad de la eternidad. El aluvión de novedades, rescates y sorpresas más o menos imprevisibles hace muchas veces muy difícil, por no decir imposible, un seguimiento reposado de éste o aquél artista. Es el mercado, amigo.

El dúo Pearl & The Oysters ha conseguido sortear tamaño obstáculo, al menos de momento. Cuando apenas habíamos terminado de digerir su disco anterior (de 2023), llega este "Pearl Planet" con las mismas armas novelty, camp de "Coast 2 Coast", hasta el punto en el que todas estas canciones podrían casi ser consideradas como outtakes del precedente, pero sin defraudar o cansar en absoluto.






Siguen los guiños al shibuya-kei, Raymond Scott y John Barry ("Halfway Where", "Triangular Girl") a la vez que cogen un peso considerable las baladas de sunshine pop o easy listening ("Together, Alone", "A Planet Upside Down", "I Feel Into a Piano", "Mid City") junto a tonadas que mezclan la típica sintonía de sitcom de hace cuarenta años con Buggles ("Big Time") casi a modo de library pop. Todo ello sustentado en unas melodías igualmente encantadoras -donde, eso sí, las letras sobre la resaca pandémica y cierta disección del turismo zombi encuentran acomodo y ganan en desencanto- y aderezado con arreglos siderales que justifican a su vez esa portada tan electro-disco o spacesynth, quizá convenientemente más sombría que de costumbre por los temas tratados a los que hemos apuntado.

Como decía aquella canción de Bowie: "I'm floating in a most peculiar way/and the stars look very different today". De eso va un poco "Pearl Planet".

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Claude Fontaine, "La Mer"






Como ocurriera en su disco anterior, de título homónimo y con el que se presentaba en 2019 en formato grande, la angelina Claude Fontaine alterna con regodeo entre el samba-ye yé y el rocksteady. En "Claude Fontaine" la primera parte estaba dedicada a los ritmos jamaicanos y la segunda a las texturas que todos asociamos a Ipanema y alrededores, sin olvidar entonces cierto regusto psicodélico -ella ha llegado a colaborar con lo que queda de Os Mutantes-.

En "La Mer" tan solo cambia la manera de afrontar la secuenciación: ahora es una más brasileña, luego otra reggae, después otra más carioca, y así hasta llegar al final de disco donde se impone por la mínima el pagode. Son dos plantillas sobre las que opera Fontaine y que desarrolla con pulcritud, consistencia y, en el caso de "La Mer" con una madurez manifiesta respecto a las canciones anteriores.






Su propuesta puede parecer simplemente una boutade caprichosa de meros de ejercicios de estilo, pero las melodías están tan bien rematadas, las músicas tan conseguidas -fundamentalmente en la restauración del manejo extremo de la reverb tan característica del dub, algo que algunos indocumentados han achacado a tara de producción-, y a todo ello Fontaine le impregna una sensualidad tan certera -a juego con la portada-, que el conjunto termina por resultar infalible. Por todos los vericuetos en los que se pierde por ejemplo Liana Flores, haciendo flotar una sensación en el ambiente de amnesia melódica constante, lo gana Claude Fontaine con salmodias y cadencias que se te pegan automáticamente al paladar, cuando a este último no le pides demasiada exigencia en términos de originalidad.

Su voz recuerda muchísimo a nuestra Cathy Claret -escojan como botón de muestra "Laissez‐Moi L’aimer", y dense cuenta-  o, por correspondencia, a Astrud Gilberto o Claudine Longet. Cuenta con el reputado productor Lester Mendez -David Byrne, Angélique Kidjo, Nelly Furtado- como apoyo crucial en el sonido y en la coordinación con otros músicos implicados tan bregados como Kleber Jorge -habitual del recientemente fallecido Sérgio Mendes- o Ronnie McQueen, de los históricos Steel Pulse -reggae de procedencia antillana colindante con la new wave-.

Claude Fontaine se divierte y a nosotros se nos alarga el verano tan ricamente: ¿Qué más vamos a pedir?

viernes, 20 de septiembre de 2024

Alaíde Costa, "E o Tempo Agora Quer Voar"

 



Alaíde Costa irrumpió en plena eclosión del movimiento de la bossa nova con su primer disco "Gosto de você" de 1959. Por aquel entonces ella transitaba principalmente entre la samba-canção y otro género -o sensibilidad- más natural si cabe de cara a sus facultades vocales: el bolero. Sin embargo, ya en ese debut incorporaba varias piezas de autores como Carlos Lyra, João Gilberto o Antonio Carlos Jobim, que la situaban en sintonía con los vientos de cambio que vivía profundamente la música popular brasileña en esos años. En este sentido, fue un caso de bendita intuición muy parecido al de Sylvia Telles o la también recién llegada Ana Lúcia.

Ya en los sesenta entregó discos imperecederos como "Alaíde, Jóia Moderna" o "Afinal...". Después sus grabaciones empezaron a espaciarse considerablemente. Fiel a su olfato e interés por cooperar con los artistas más inquietos de cada momento, a principios de los setenta establece conexión con la crême de la oleada tropicalista, más en concreto con Milton Nascimento, que hará un hueco de honor a Alaíde -"Me deixa em paz"- en su prestigioso "Clube da Esquina" de 1972 con Lô Borges. La colaboración se hizo aún más estrecha en el "Coração" (1976) de Alaíde, una grabación coordinada por Nascimento con parte de lo más granado de la composición de aquel país (Ivan Lins, Toninho Horta, João Donato, Johnny Alf o el propio Milton), incluida la propia Costa que, como ya hiciera su predecesora Doris Monteiro, a su vez iba agregando alguna que otra partitura propia a su repertorio.






"Coração" también debía de haber sumado alguna canción de Caetano Veloso expresamente para la ocasión. Una serie de malentendidos hicieron que dicha incorporación no tuviera lugar, algo a lo que hace referencia -en clave irónica- "Foi só porque você no quis", la pieza que abre el más reciente disco de Alaíde, "E o tempo agora quer voar" (Samba Rock). "Foi só" está hecha a medias entre Caetano y Alaíde, y con ese tono abolerado tan irresistible de alguna manera de salda una deuda casi cincuenta años después por parte del de Santo Amaro con la de Rio.

A punto de cumplir los 89, Alaíde Costa está viviendo una recta final de carrera absolutamente deslumbrante: "E o Tempo Agora Quer Voar" es la magnífica continuación de su soberbio "O Que Meus Calos Dizem Sobre Mim" de hace tan solo un par de años -donde se hizo rodear de la plana mayor de penúltimo "indie" brasileño- y que en este blog también destacamos a finales de 2022. Y aún promete un tercero que, presumiblemente, ponga el broche final a una trayectoria imprescindible como pocas.






A pesar de los patentes estragos vocales -propios del normal envejecimiento físico- que, aun así, siguen dando a su entonación un carácter más que distinguido, Alaíde Costa desborda de emotividad y maestría las ocho canciones incluidas en "E o Tempo", sometiendo con su voz de serenata doliente cualquier estilo musical que se le ponga por delante. El rotundo patetismo de "Meus Sapatos", el equilibrismo expresivo de "Ata-me" -con esa letra tan concupiscente-, el exquisito duelo de 'titánidas' con su cómplice Claudette Soares ("Dona da Bossa"), otra superviviente de los tiempos iniciáticos, en "Suave Embarcação", el empoderamiento feminista de "Moço" -escrita por los tribalistas Carlinhos Brown y Marisa Monte-... en conclusión, un balsámico despliegue de intensidad solo reservado para las elegidas.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Luna Li, "When a Thought Grows Wings"






No malinterpreten al dedillo la portada del segundo álbum de la multi-instrumentista coreano-canadiense Hannah Bussiere Kim: sus canciones son realmente acogedoras. De hecho casi todas ellas pegan hacia el final un suave giro, hasta cierto punto inesperado, como cuando esos amigos anfitriones que te invitan muy de vez en cuando -en medio están los compromisos, rutinas y momentos exclusivos para uno, como mismamente pasa en cualquier playlist- te hacen pasar del comedor al rincón más distendido, donde sin que ninguno os deis mucha cuenta te dan las tantas.

"When a Thought Grows Wings" no solamente ha pulido -como bien reconoce la propia Li- el estilo ya de por sí muy bien acabado del magnífico "Duality" con el que dio la mejor sorpresa de 2022. También se nota más cohesionado -ese es el concepto que trato de trasladar constantemente a mis reseñas para diferenciar los discos realmente disfrutables de los que, más allá del hype, como cohetes que gripan tras el primer impulso abruman más que convencen-, poniendo aún más si cabe el acento en lo placentero de su entramado.






Creo que no me equivoqué demasiado en su día cuando lancé el nombre de Sade en mis impresiones sobre "Duality". No hay más que escuchar ahora "Fantasy" para percibir sus ¿inconscientes? huellas. Es posible, de alguna manera, que las piezas de Kim se encuentren a medio camino entre las maneras exuberantes de "Diamond Life" y el crocante college rock de los noventa (vertiente dreamy). Quizá en la actualidad lo segundo se ha desviado casi intangiblemente al soft-pop de los setenta.

Luna Li además se encuentra perfectamente alineada con algunas de las propuestas más palpitantes del momento: "That's Life" no desentonaría nada en el último repertorio de Molly Burch y "Minnie Says (Would You Be My)" posee una fragancia canicular muy parecida a la de Strongboi.






Una cosa muy distinta son las letras, y ahí es donde seguramente queda justificado el objeto contundente de la carátula, con el arpa como contrapuesto guardaespaldas: tienden a una cruda sinceridad no exenta de lirismo. Textos que aluden a los intríngulis de una larga relación a la que se puso punto final durante la planificación del disco.

"Duality" quizá acabe llevándose la fama y a "When a Thought Grows Wings" le toque cargar la lana -se mantienen en los desenlaces los acostumbrados arabescos con la guitarra-, pero aun si se afianza el segundo de los escenarios será igual de bueno que el primero, porque en esta continuación Luna Li no deja de rayar a un nivel inmejorable.

martes, 10 de septiembre de 2024

Pomme, "Saisons"

 




A Claire Pommet, artista protegida de Virgin Records, le sientan mucho mejor para sus canciones los ropajes de conjunto de cámara -armados de barroquismo, pero sin cargar las tintas- o los de acompañarse de poco más que de acústica, frente a los envoltorios electrónicos un tanto arbitrarios que, por ejemplo, empañaron (solo en parte) el precedente "Consolation" (2022). Así que es una excelente noticia que la indefinición -o dispersión, si se prefiere- que había marcado ese disco -o su debut "À peu près" de 2017- se haya corregido en este "Saisons" con la excusa de presentar un álbum conceptual preñado de cuerdas neoclásicas y con el folk confesional como masa madre.


Doce piezas, cada una representando un mes del año. La primera cara entregada a la primavera y el verano, y la segunda a las dos estaciones restantes. Las letras -breves mayormente, ya que las partes instrumentales demandan su protagonismo para desmarcarse de lo meramente pop- se mueven entre lo expectante y lo levemente elegíaco, teñidas musicalmente de ensoñaciones expresionistas. Con la presencia un tanto fantasmagórica en el tramo otoñal de su compatriota Flavier Berger -un tipo que es más dado al muzak electro en sus propios discos- Claire, que también colabora en lo último del parisino, atraviesa con sutiles pinceladas la historia de una relación romántica, desde los preliminares hasta la incertidumbre de la distancia. Todo ello con el foco poético orientado al máximo.






La portada, como de misal artúrico, nos podría hacer pensar someramente en una Joanna Newsom del país vecino (ambas se distinguen, por cierto, por darle al autoarpa), pero Pomme anda lejos, por fortuna, de las difícilmente digeribles pretensiones de la angelina: la concisión juiciosa y hasta cierta tendencia al minimalismo son la norma en "Saisons", aún más que en su laureado "Les Failles" (2019).


Una hermosura que confirma el extraordinario estado de salud de la música popular francesa actual.

lunes, 9 de septiembre de 2024

Pépite, "Les Ann​é​es Lumi​è​re"






Puede parecer, en una primera escucha de estos 'años-luz', que poco ha cambiado en casa de los parisinos Thomas Darmon y Édouard Perrin -dúo contemporáneo, para situarnos, de los ahora mismo declinantes Papooz- con respecto a su bautismo discográfico -y álbum antecesor- "Virages" de 2019. Pero si encauzamos mejor los captadores de ondas sonoras notamos un refinamiento aún mayor que entonces. Menos granulado que el primero -las guitarras de Perrin están más atenuadas, yo creo que afortunadamente-, este "Les Années Lumière" apuesta con decisión por la tecnofilia más amable y abstraída. Queda claro desde la inicial "Nénuphar", con esa levedad chill out -sustanciosa, eso sí- que debería ser antídoto contra esos hilos musicales en restaurantes chic o esforzados resorts que nos anestesian con instrumentales en serie o rutinarias versiones bossa de cualquier one hit wonder -o no- de tiempos pretéritos. "L'été" casa más con el satén procesado de Electronic o los Pet Shop Boys, y "Qu'est ce que j'y peux" se escora hacia un reggae-pop casi como hecho por japoneses -por esa instrumentación tan almibarada y sintética- que ya habían practicado Pèpite en el "Zizanie" del debut, aunque entonces de manera un pelín más cruda.






Esas tres canciones suponen un atractivo arranque que nos habla de las diferentes posibilidades de un verano abierto a todo tipo de especulaciones. Después, la canción que da título al disco o "Facile" apuestan por el baladismo nostálgico tan propio de los galos. "Silence" recupera la excitación de la pista de baile y recoge -aquí con simulaciones orquestales circunspectas- el aún persistente influjo post-disco-funk de "Get Lucky". "Cavalier", "Aspirine" y "À l'époque" son, por otro lado, momentos reservados para una determinante introspección, poniendo los dos últimos el broche de oro a un disco cuqui donde los haya.