viernes, 25 de julio de 2025

Dean Wareham, "That's the Price of Loving Me"

  




Comento este disco con cierto retraso porque en unas primeras escuchas me pareció -como es habitual en los últimos tiempos en decenas y decenas de títulos actuales- que arrancaba muy bien pero luego se desinflaba inexorablemente. Aun así, lo mantuve en una recámara virtual a expensas de nuevas oportunidades, porque la intuición me impelía a revalorarlo. Era cuestión de comprobar si estaba confundido o la chispa que barruntaba era lo suficientemente sólida. Cuatro meses después, creo que salvo alguna canción puntual, "That's the Price of Loving Me" de Dean Wareham no solamente mantiene el tipo sino que va camino de convertirse en el gran disco del año (o uno de ellos: dejémonos sorprender en esta segunda mitad de la temporada) que solemos reservar para un clásico del siglo XX (espabila, Robert Forster, que otra vez te han vuelto a comer la tostada).

Mi seguimiento de Wareham a lo largo del tiempo ha sido errático, por no decir que quizá deberíamos catalogarlo de negligente. Verán: nunca fui lo que se dice fan de Galaxie 500. Es más, el grupo de nuestro protagonista junto a Damon & Naomi me sigue pareciendo uno de tantos 'expedientes X' de esa fórmula tan desgastada como tediosa que es el indie-rock. Hay miles de ejemplos, pero me pasa con ellos como con Yo La Tengo, que nunca he conseguido conectar con ese culto -a mi juicio tan exagerado: más ejercicio de estilo de ostentación alternativa que otra cosa- que, incomprensiblemente , todavía se profesa por ellos.





El siguiente proyecto de Wareham, Luna, fue distinto. Al menos en lo que respecta a su primera época -especialmente los dos primeros discos- me parecieron siempre más atractivos y con gancho para hacer, dentro de sus estrechas coordenadas, flamantes hits alternativos y álbumes más maduros y selectos. Y que también una novia que tuve en aquellos mediados de los noventa me los filtrara convincentemente, que todo cuenta en esos años todavía formativos.

Después no sé, no contesto. Discos con su pareja Britta Phillips (en la nómina de Luna desde los años 2000 y que aparece repetidamente en los créditos de este último) y discos ya en solitario -"That's the Price of Loving Me" es el cuarto, y viene con reivindicación nominal en la portada-, discos todos ellos que, si tuviera más tiempo, rastrearía, porque no deshecho para nada la posibilidad de encontrarme con algo más que honrosas grabaciones. Pero de momento tengo que conformarme con hacerle la foto a "That's the Price", que arranca con "You Were the Ones I Had to Betray", que habla sobre la debilidad humana y las decepciones inevitables ("Together, we slayed where nothing resolved"), con esa sutilísima entereza de country alternativo convenientemente filtrada por los Velvet más armónicos y caleianos (violines capciosos mediante) a los que siempre estuvo adscrito Wareham. La versión de Mayo Thompson -"Dear Betty Baby", incluida en su clásico "Corky's Debt to his Father" de 1970- es extraordinaria porque sabe llevársela totalmente a su terreno con elegancia y maestría. "Mystery Guest" es tan velada y emocionante como sugiere el título. "New World Julie" o "We're Not Finished Yet" llevan impreso el certificado de origen neoyorquino en cada rasgueo y cada arpegio. Y la canción homónima, con ese preámbulo ligeramente tropical -pero a la vez taciturno y ensoñador- es otro de los cortes relevantes, con ese estribillo que descuella con nula impostura pero soberbio -y sereno- hechizo. 

"That's the Price of Loving Me" es como ese reencuentro después de mil años con alguien que te atraía -y sabes que te atraía y te atrae por razones de peso- y que vuelve a cruzarse en tu vida para darte un regalo que, no por inesperado, resulta menos satisfactorio. Quizá sea el precio del destino, amigos.

viernes, 18 de julio de 2025

Shluffy, "Sol Searching"

 



Desconcertante blog el de Obscure Sound: actualizan constantemente pero, hasta ahora, me resultaba casi imposible detectar álbumes que realmente merecieran la pena, y más teniendo en cuenta la amplitud de estilos y tendencias que manejan, o que trabajan casi en exclusiva fuera de los radares acostumbrados: el underground del underground.

Afortunadamente, las prospecciones infructuosas se han visto interrumpidas con el ep de debut del australiano Ariel Pacanowski, que ha escogido Shluffy (traducido 'descuidado', jugando al despiste como se verá a continuación) como nombre artístico. En Obscure Sound, casualmente, observo que también han recomendado recientemente al protagonista de nuestra anterior entrada, Otlo -solo una canción-, aunque yo lo descubriera gracias a la siempre recomendable lista de resumen del año de alsatian1cousin.




Lo de Pacanowski es synth-funk de atardecer que atesora muchos quilates en cuestión de resonancias de un pasado selecto, cuando eran tan importantes los espacios para desarrollar texturas de satén como los entramados melódicos llenos de insinuaciones voluptuosas. Otro disco que parece obviar décadas enteras -los noventa y los dos mil sobre todo-, como si jamás hubieran existido plagas bíblicas tipo grunge, post-rock o hasta trip-hop. Una oportuna -por breve- colección de seis canciones fragantes donde todo -ritmos, exposición, aptitud- está perfectamente medido y expresado. Un retorno a los setenta y ochenta sin caspa o desequilibrio -estilización de nuevo cuño tipo Tiflis Transit-, con calculados destellos aquí y allá de ambient-pop o incluso de alguna ligera rugosidad guitarrera desde una contrastada perspectiva adulta, sobrada -insistimos- de recursos.

Seguimos picando piedra: da resultados cuando menos te lo esperas.

martes, 15 de julio de 2025

Otlo, "Lovedrown"

 




El espíritu de las canciones del estadounidense Preston Bearden parece sacado de una fiesta de graduación de cualquier high school a finales de los años cincuenta del siglo pasado. El empleo de sintetizadores retro añade la fascinación por una ofuscada modernidad ochentera más próxima, eso sí, a "Regreso al Futuro" que a "Stranger Things". Son baladas o medios tiempos acaramelados que exhiben con laxitud no solamente ese carácter tierno sino también el irónico que parece intrínsecamente impreso en la fórmula escogida. Como atrapar las maneras de Buddy Holly o Roy Orbison -el segundo es referencia declarada de Otlo, y tiene todo el sentido del mundo- en el cuerpo de cualquier proyecto de new wave tradicional pero seducido por la tecnología (piensen, sin ir más lejos, en unos The Cars con ajustado presupuesto). A esto le llamo yo saltarse de un plumazo más de cuarenta años de pop sin atisbo de remordimiento, para entroncar sin aranceles de ningún tipo y de paso con artistas del gusto de Bearden que también son debilidad del que esto suscribe: Michael Seyer, Mac DeMarco o Strawberry Guy.






Con una recargada portada que recuerda tantísimo a la del "Away From the Castle" de Video Age -otros tótems del bedroom pop de la última era con los que no seríamos nada exagerados emparentándolos-, el pipiolo Otlo va bajando revoluciones -tampoco es que fuera muy acelerado al principio- a medida que avanza la cosecha para terminar meciéndonos en los brazos de ese dream-pop entre casero y distinguido que ha terminado ganando la partida a sonoras decepciones de esta temporada -pero tampoco muy alejadas estilísticamente- como las de Josh Fudge o Geoffrey O'Connor. Lo de Preston Bearden, además de cremoso, suena definitivamente fresco, pegadizo y mantiene la atención todo el tiempo. Por eso "Lovedrown", conforme a cómo nos está tratando este tortuoso verano de termómetros prohibitivos, supone un remedio absolutamente necesario y revulsivo para seguir resistiendo.

martes, 8 de julio de 2025

Charlie Hilton, "River of Valentines"

 




Parece que fue ayer, pero han pasado nada más y nada menos que nueve años desde que Charlie "Chuck" Hilton publicara su debut en solitario "Palana" (Capture Tracks, 2016), de cuya reivindicación nos ocupamos en su día en el blog de Música en la Mochila. Desde entonces casi el más absoluto silencio, apenas interrumpido por su colaboración en un par de canciones de "Dream Work" (2021) del danés Dinner, entonces compañero de escudería, y donde también intervenían, entre otras, favoritas de este jardín secreto como Molly Burch.

"River of Valentines", la continuación de "Palana", se tenía que haber publicado un par de años después, en 2018. Pero quedó guardado en un cajón hasta que Rhododendron ha decidido por fin sacarlo a la luz -con coquetísima portada victoriana- para regocijo de fans, ya sean los que Hilton acumula desde los tiempos de Blouse ya sean los que se incorporan ahora en 2025 al calor de una colección tan cálida y recogida como la que por fin tenemos el placer de escuchar.




Exquisita producción a cargo de Chris Cohen, que maneja con cariño de artesano ocho canciones a las que les da lo que piden: intimidad y placidez, así como la impregnación de un espacio radiantemente espectral. Y metidos ya en faena desde el primer corte, "Exorcise", es Hilton la que parecía entonces adivinar el sino de su trayectoria, de su resurgimiento: "And I am trying to sit out/but they said I'm not allowed/Said I'm gonna have to play". La bucólica "Fiery Sunset of Kings", que atenaza a las mil maravillas el manual de estilo de la Costa Oeste, insiste en la intuición del futuro: "Go back someplace they need you".

"Machinery" es la que imprime más brío a la sección rítmica y se apoya en reminiscencias, sobre todo en la vocalización, de artistas como Margo Guryan o (una vez más) Broadcast, dejando hueco a la sorpresa y la curiosidad: "I wanna listen/'Cause there's something i don't know". La cosa sigue discurriendo con señeras irradiaciones de los sesenta en "A Real Love Song" y refulgencia folk en "River of Valentines", que celebran la emoción desatada del día a día. Se despide con la declamación más sensual del conjunto, "If I Could Only Get Higher", y su deseo de escapar y fundirse con el cosmos.

No es un retorno, porque Charlie Hilton siempre estuvo aquí. Ahora celebramos el delicado e imperecedero tesoro que nos tenía preparado.

jueves, 3 de julio de 2025

Programa doble: Lisboa (Antonio Hernández, 1999) vs. La Dame de Noël (Marcel Bluwal, 1958)

 




"A Spanish 'Detour'": así rezaba el slogan de anzuelo en la edición en dvd, extraído de la crítica de Los Angeles Times de la época. Y era una apreciación lejos de ser desacertada. "Lisboa", la cuarta película del director salmantino Antonio Hernández -que se reserva un pequeño pero vital papel al comienzo del film-, tenía evidentes puntos en común con la mítica cinta de serie B de Edgar G. Ulmer de 1945: una road movie a ritmo de thriller, con goteo noir, femme fatale, mala suerte, giros insospechados, pesimismo a raudales y un final seco pero antológico. Todo ello, obviamente, desde un punto de vista castizo y aderezado con subtramas y demás intereses ajenos al guión de la PRC.

Como en el caso de Al Roberts, el portugués João (interpretado por un circunspecto Sergi López) es un perdedor del sistema. López trabaja como vendedor comercial de cintas vhs y cassettes por bares y restaurantes de carretera, haciendo la ruta entre Portugal y España. Hasta que un buen día se cruza en su camino Berta (Carmen Maura), una mujer que se ve en la necesidad de hacer autostop en mitad de la nada, con intención de llegar a la capital lusa, tras habérsele averiado el automóvil que conducía. Como no podía ser de otra manera, a partir de ese encuentro se suceden intrigas, seducciones y, con todo ello, los problemas.








Hay una atracción morbosa, a menudo irresistible, en este tipo de situaciones. Y muy pocas veces resueltas con la suficiente capacidad para querer despegarse del asiento. Pero aquí se consigue holgadamente. Una de las escenas que viene a continuación, cuando João ha pasado delante de Berta en la carretera, aparca el coche en el primer bar y mira a través de la persiana del establecimiento cómo la mujer se va aproximando al mismo, que nos retrotrae, sin lugar a dudas, al insidioso ambiente del dinners de "El diablo sobre ruedas" de Spielberg a través del sostenido plano de cámara subjetiva. Sentimos la amenaza, mezclada en este caso con una subida gradual de la dopamina, aunque las buenas intenciones intenten elevarse sobre todo aquello.

Estos mejores propósitos van a arrastrar, sin embargo y sin vuelta atrás, a toda la familia de Berta, parentela mezclada en asuntos turbios, poco recomendables, en su persecución interminable y malsana por la autovía de Extremadura. Y ahí brillan con efectivos registros Laia Marull -Verónica, hija en la ficción de Carmen Maura- o un formidable Federico Luppi como el abrasivo y manipulador marido de Berta, entre otros. Con ellos iremos sabiendo de una madeja que nos pondrá frente a cuestiones siempre de rabiosa actualidad: recalificaciones, mordidas, corrupción institucional... el capitalismo nuestro de cada día.






"Lisboa" es, de las visionadas hasta ahora por el que esto suscribe, la mejor y más incisiva película de su director -habitual en la conducción de series para la televisión- junto con el drama de memoria histórica "En la ciudad sin límites" (2002). Una manera más que respetable, hasta ejemplar diríamos, de hacer cine de género en España se despliega en este largometraje desgraciadamente olvidado o no lo suficientemente reivindicado.






Otra autoestopista desconcertante es Nicole Coucel en el mediometraje para la pequeña pantalla "La Dame de Noël" del director francés Marcel Bluwal. Este último, con una corta producción cinematográfica en su haber, ha pasado sin embargo a la historia por "Le Monte-charge" (El Montacargas, 1962), un alucinado enredo de equívocos -con mucho de onírico según avanza- que incluía cadáveres imprevistos, colaboradores forzosos y, cómo no, esa pulsión sexual que, en contra de lo previsto, le hace a uno (o a una) meterse en una espiral 'pesadillesca' y asfixiante. En unos escenarios urbanos que se insertan con fijeza en el subconsciente del espectador, "Le Monte-charge" -donde nada es lo que parecía- supuso una cúspide en el polar, precursor involuntario del "¡Jo, qué noche!" de Scorsese y aderezado con perspicaces trampantojos hitchcockianos.





"La Dame de Noël", como "Le Monte-charge", transcurre en pleno periodo navideño. Cuenta la peripecia de un cámara de televisión que estrena coche y quiere darle la sorpresa a su mujer mostrándoselo esa misma noche. En el camino de vuelta recoge a una mujer cuyo vehículo la ha dejado tirada. Sabremos después que ella quiere entregar unos regalos a unos sintecho que se hospedan en un albergue retirado. Pero ambos se pierden por el camino por donde la mujer le había indicado y la noche va adquiriendo altas cotas de ansiedad y frustración. Aun así, acaban llegando al destino, donde la contrariedad -sumada al peligro- seguirá haciendo de las suyas en mitad de las buenas intenciones que siempre marcan tan señaladas fechas. El impacto final hará reordenar la situación, volver a la realidad y recapacitar sobre la ilusión que acabamos de vivir. Un golpe de efecto muy similar al que, curiosamente, va a parar el episodio "The Hitch-Hiker" de la serie The Twilight Zone emitido un año y pico después que "La Dame de Noël" (más paranoico y extenuante con el concepto del más allá en el guion estadounidense, eso sí).




Dos muestras -"Lisboa" y "La Dame de Noël"- de cine de autoestopistas inquietantes -que tanto nos fascina- que añadir con todos los honores a las que ya presentamos en su día en la entrada de Autoestopistas Calientes.