miércoles, 10 de diciembre de 2025

Ryder The Eagle, "Smile, Hearse Driver!"

 




Aunque ha tocado varias veces en España en los últimos tiempos -en Madrid hace apenas unos días, en el mítico Wurlitzer, cerca de Gran Vía-, donde seguramente se debe disfrutar mejor de las canciones del francés Adrien Cassignol en vivo es en un bar cualquiera de los Estados Unidos más profundos, rodeado de señoras y señores con sombrero vaquero que miren con estupefacción las evoluciones sobre las tablas de Ryder The Eagle, ya sea con bases pregrabadas y/o con algún socio aleatorio acompañando.

Ex-componente, junto a su hermano gemelo Jules -nombre artístico en solitario: Jazzboy- de grupos como The Dodoz (más orientados al garage-rock) y Las Aves (en clave tecno-pop), la carrera por libre de Adrien pegó un estirón con "Follymoon" de 2022 -country-pop iconoclasta y juguetón- y desde entonces no ha parado, facturando a disco por año. El cuarto, "Smile, Hearse Driver!" ahonda en su certera visión del gótico americano, aquí entre decadente e irónica: lo que usualmente se conoce como el sketch novelty. En sus piezas resuenan Roy Orbison ("The Agony of a Color That's Dying To Be Seen"), Buddy Holly ("The Room Where Love Comes to Die"), el Alan Vega más acicalado ("The Bed Was Comfier in Hell", "True Romance Is Out On A Cruise Wearing Impeccable Deck Shoes"), The Gothic Archies o Nick Cave ("A Heart That Can't Deny Your Love Is Sharp As a Knife") o el vals disfuncional ("Dead Letter From a Long Distance Godfather"), entremezclados no solamente con la desvergüenza electrónica de Gary Wilson, sino también con la causticidad incorrecta de este último en el apartado lírico. Una banda sonora perfecta de local de alterne en el último rato antes de que cuatro supervivientes acaben expulsados a escobazos del lugar, entre acusados efluvios etílicos e insoportables pesadillas sentimentales.




Aportando el matiz europeísta (por doméstico) nos encontramos casi al final con "The Girl With the Makeshift Tie", cantada a dúo junto a la estupenda fotógrafa Eloïse Labarbe-Lafon -más conocida como Bambi, a la sazón pareja de Adrien Cassignol y responsable de la portada-, canción que juega con el recurso conceptual del binomio chico-chica en clave de erotismo lánguido sesentero tipo Gainsbourg-Birkin, aunque aquí definitivamente más mórbido. Adrien y Bambi ejercen a diario de combo aventurero -creo que siguen viviendo en México, pero su residencia podría cambiar radicalmente en cualquier momento- y de artistas de irrenunciable vocación: unos locos maravillosos. Por nuestra parte esperamos estar más atentos para su próxima visita y poder disfrutar de este imprevisible alt-crooner, aunque sea alejados del hábitat natural de unos títulos por otra parte, y como se ve, inmejorables.

martes, 9 de diciembre de 2025

Rodrigo Leão, "O Rapaz da Montanha"

 



Deberían sobrar las presentaciones, pero sospecho que el nombre de Rodrigo Leão, al menos en España, se haya confinado en ciertos circuitos elitistas de la otrora muy mal llamada world music. Miembro cardinal en los ochenta de los legendarios Sétima Legião (post-punk con ínfulas celtas) y teclista estrella de los no menos trascendentales Madredeus, el portugués decidió romper con ambas formaciones en la segunda mitad de los noventa y centrar todos sus esfuerzos en una carrera en solitario -que ya había empezado un poco antes- donde la búsqueda sin concesiones marcara el desarrollo posterior de su obra, haciéndose acompañar a menudo de ilustres de todo pelaje como las y los cantantes Helena Noguerra, Rosa Passos, Stuart A. Staples, Scott Matthew o Neil Hannon.

"O Rapaz da Montanha", su nuevo disco, queda indefectiblemente marcado por la canción titular, apología de una revolución profunda que pide liberarse del mecanicismo digital y la desazón armamentística en las que nos hayamos desgraciadamente inmersos, para tratar de imaginar un mundo diferente al que poder empezar a dar(nos) aire. Esa emancipación ya parece adquirir un pulso entre apolíneo y urgente con el instrumental "O labirinto" y vuelve a encontrar palabra en "Já Sabia". Resuena una contundente sentencia que derrumba la inconsistencia proverbial de cualquier creyente: "Si Dios perdona a los que yerran, ¿quién perdona a Dios?" en "Cadeira Preta", con las voces de su mujer Ana Carolina Costa -también coautora de esta y otras letras- o su hija Sofía -que se reserva la final y exquisita, y algo camusiana, "Vento Sem Fim"-: todo queda en casa.






De percusiones recias -recicladas de la herencia de Sétima Legião y los grupos británicos que les inspiraron-, acordeones viajeros y cuerdas intensas se provee este disco que, pese a su insobornable carácter autóctono -la sombra fadista de Madredeus se percibe en algunas como la feminista "Guarda-te"; la de cantautores insignes como Sérgio Godinho en "Andava Eu..." y su tajante reflexión sobre la vejez-, pese a su insobornable carácter autóctono no desdeña a su vez influjos de Nino Rota o Wim Mertens, o tentaciones medievalistas, todo ello por una vocación cinematográfica tan cara siempre a Leão. O del denominado tango nuevo, como en "Esperança", y que ya desplegó con suma competencia en su aclamado "Cinema" de 2004.

Un trabajo elocuente, que mira al futuro con una mezcla de crítica preocupación y extraña esperanza, ahondando en las sinergias más incorruptas del alma.

miércoles, 26 de noviembre de 2025

Cascken, "Anemoia & Anhedonia"

 



Con un título tan explícito y a la vez tan proclive a tentaciones conceptuales -anhelo por un pasado no vivido en colisión con un presente poco vivible- debuta en formato grande Ashley McCracken desde la costa oeste estadounidense. Artista trans con unos recursos que lo enfilan de lleno en el costal del bedroom pop, pero con ganas de condimentar los presupuestos adscritos a dicha corriente con algo más que electrónica de bajo presupuesto, añadiendo grooves con influencias tanto del hip-hop como del funk más aguado, esto es, con una mirada de reojo hacia las sonoridades de la segunda mitad de los ochenta, en concreto de ciertas coordenadas del new jack swing.

La extraordinaria nana de sofisticado temple "In My Dreams", que abre el disco, mezcla la dulzura juvenil de unos The Russian Futurists con la particular concepción de art-pop marginal y esquivo de gente como Dani Lee Pearce (época "For As Briefly As I Life"), cuidando con acertada intuición las progresiones armónicas. Sensación que me vuelve a asaltar al escuchar otras como "Rainstorm". Hay ecos de Dorio en "Beach Stroll" transformando, como este, el twee-pop en una canción del verano con ingenuo glamour. "Summer Scars", quizá lo más cercano a un hit de todo el listado, va muy a juego con el pellizco juguetón de "Lovedrown" de Otlo, editado también este año. Y, en general, uno ve sobrevolar casi todo el tiempo la tremenda influencia -consciente o no- del Momus post-"Circus Maximus" hasta nuestros días.




Las letras son de una sencillez desarmante, de nula impostura en cualquiera de sus cortes, subrayando tanto la aspiración adolescente más elemental como a su vez el precio a pagar para tratar de conseguirla por no encajar en los sojuzgados estándares. Sin falsos malabarismos metafóricos ni reproches gratuitos. Con la condición por delante y el pop imaginativo por bandera. En una palabra: valiente.

domingo, 9 de noviembre de 2025

Vanille, "Un Chant d'Amour"

 



Qué importante es saber respetarse como oyente. Y más en tiempos como estos, dominados por cualquier flatulencia global que no mira por el criterio del receptor, sino por inyectar una falsa catarsis colectiva en forma de ciega (en este caso sorda) y unánime adulación de la que hacer partícipe a un atribulado y desorientado público, hambriento de un ídolo salvador al que poder aferrarse. Es por ello que se hace más indispensable que nunca el apostar por la música de calado cercano, que no especule con exhibiciones vacuas disfrazadas de trascendentalismo y falsa innovación.

El tercer disco de la canadiense Raquel Leblanc apuesta más que nunca por la chanson québecoise, un poco en contraposición al aliento más indie de "Soleil '96" (2021) y al más pastoral de "La Clairière" de hace un par de años. Por tanto más cerca pongamos por caso de paisanas como Maude Audet que de otras como Joni Mitchell.

La canción que da título al disco y sirve de inmejorable entrada al mismo va sobrada de intencionalidad nostálgica, como de resaca post-yeyé, como ocurrirá más adelante con "Ne t'en fais pas pour moi" o "Ainsi (je vis le jour)". Con un tempo de algo más de subida están "Lune d'Argent" y "Te revoilà", consiguiendo meternos en vereda: sin sobresaltos, pero encantados de poder disfrutar desde el asiento de paisajes no por conocidos menos atrayentes. "Deux coeurs", más ladeada al soft-pop de los años setenta, se beneficia de una embebida pero cálida percusión y es una de las más notables.




Si bien "Le saut" es quizá la menos interesante, por incurrir (sin demasiado interés) en la concurrida 'cuota' lounge-dream-pop tipo Stereolab-Ivy-Broadcast, paradójicamente y con parecidos mimbres remonta el nivel "Ce n'est pas ici, ce n'est pas ailleurs" gracias a una melodía más redonda y efectiva que su precedente. Cierra el disco la más robusta del conjunto, "Un espoir", con quizá el mejor y más espiritualizado estribillo de todos.

"Un Chant d'Amour" (cuya portada armoniza con la de "Married in Mount Airy" de otra canadiense, Nicole Dollanganger) es un modesto pero consecuente y afectuoso disco de pop atemporal que no pretende negociar con ningún atavismo generacional ni vender humo a espuertas. Nosotros lo acogemos con la hospitalidad que se merece, porque no necesitamos ni redentoras ni ficticias revolucionarias. Queremos trabajos sólidos como este, que se puedan escuchar de principio a fin sin tener que ser partícipes de ninguna esotérica y dispersa confabulación.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Kali Uchis, "Sincerely,"

 



Por su carácter eminentemente introspectivo y confesional, el quinto disco de Karly-Marina Loaiza destaca sobremanera respecto a los anteriores, marcados por el diva r&b y el neoperreo de arreglos abrumadores y muy desigual atención en general. Coincide intencionadamente también con el cambio de escudería, de Geffen a Capitol.

"Sincerely,", publicado hace ya seis meses, y dedicado entre otros a su primer hijo -del cual estaba embarazada en el momento de hacer acopio de estas composiciones- tampoco escatima en abundancia de arreglos, al que unir en este caso concreto unas armonías especialmente cuidadas y un agudo sentido del dramatismo existencial. De todo esto ya avisan las suntuosas cuerdas a lo philly sound de "Heaven is a Home...", que dan paso a una balada melosa pero dotada de una intensidad premonitoria.

Después viene "Sugar! Honey! Love!", que llama la atención especialmente en las inflexiones vocales y los efectos de guitarra, llevándonos sin atajos a los Cocteau Twins de principios de los noventa -"Heaven or Las Vegas"-, como mismamente ocurre en "For You", vía smooth soul. "Lose My Cool," inaugura los latidos del pop de principios de los sesenta -muro de sonido, Phil Spector, algo de brill building...- y seguramente sea el gran clásico de la colección si no fuera por la fractura en mitad de la canción, transformándose en otra distinta que también se hace insuflar el dream-pop más atildado posible.




"It's Just Us" parece concentrar con total naturalidad la tapicería crepuscular de Chris Isaak con la sensualidad extrema de Sade, que en "Silk Lingerie," queda flotando en entre modulaciones algo más volcánicas. "Territorial", mi favorita, tiene una clara cadencia fílmica y se permite introducir alguna frase en castellano -recordemos el ascendente colombiano de Loaiza- fluyendo sin impostura.

"All I Can Say" y "Daggers!", en cambio, conforman los capítulos menos atractivos del lote. Sobre todo la primera, que no aporta nada y se regodea sin más en el molde prototípico de las girl groups de los sesenta con una letanía genérica, que no busca ninguna vuelta de tuerca, a modo de supuesta complicidad retro.

Pero cuando vuelve el espíritu Elisabeth Fraser -sobre todo en los coros- en "Angels All Around Me...", muy probablemente la rodaja más sophisti-pop -y chill- de "Sincerely,", y con ello la remontada, recurre también al quebranto del clímax hacia la mitad respecto a cómo se había iniciado. Sintes de fantasía ochentera llevan en volandas "Breeze!", y "Sunshine & Rain..." rubrica en el estribillo su (efectiva) propensión mainstream. Cierra "ILYSMIH" como se había iniciado el disco, a guisa de lowtempo desde el filo del mundo.

Pura apología de romanticismo pop, de emotividad en raso y sin filtros. Absolutamente cursi, sí, ¿Y QUÉ?

lunes, 27 de octubre de 2025

Andrea Laszlo de Simone, "Una Lunghissima Ombra"

 



Solo con visualizar el número de cortes -diecisiete- o la duración del total -más de una hora-, o con ver la portada y escuchar tan solo el primer instrumental -"Il Bulo"- que abre el tercer disco en solitario del turinés Andrea Laszlo de Simone podemos intuir que nos vamos a encontrar ante un trabajo denso, con muchos recovecos y pistas de diferente calado, como viene sucediendo con este tipo de proyectos de pop post-progresivo desde hace más de medio siglo.

"Ricordo Tattile", con su arranque litúrgico y ropaje de orquesta barroca, también nos predispone para un cancionero sin demasiadas estridencias -al contrario que ocurría en parte de su anterior "Uomo Donna" de 2017, con ramalazos de psicodelia cósmica algo dura-, para pasar a "La Notte", una de las más relevantes, con ese ritmo radiante y sus destellantes coros sesenteros. En un registro similar está "Aspetterò", con vocación de himno pop sacada de lo más histórico del Festival de San Remo. "Colpevole" -y ese guiño a Chaikovski en los primeros compases- podría pasar por un cruce entre Franco Battiato y Lucio Battisti, y esto es algo que, para nuestro solaz, se va a repetir en momentos posteriores, como en "Pienamente".






Es cierto que en "Un Momento Migliore" se cuela el mismo tipo de arreglo de la tristemente ubicua "Bitter Sweet Symphony": ¿casualidad, homenaje o una mala pasada del subconsciente?. Lo cierto es que, sin molestar demasiado dicho atavío, por previsible, aquí resta puntos. Lo compensa poco después "Planando Sui Raggi Del Sole", con sus ambiciosos cambios de clímax para converger en una marching jazz la mar de sugestiva.

Prácticamente cierran, entre otros instrumentales otoñales y algo laxos, "Quello Che Ero Una Volta" y "Non è Reale", que incorporan arreglos electrónicos en primer plano, con la segunda vertiendo toda su querencia por los sonidos space disco de, por ejemplo, G.G. Tonet o La Bionda.

"Una Lunghissima Ombra", o la reconstrucción tranquila -y algo desbocada en minutaje-, heredera de su magnífico ep "Immensità" (2019), de un Andrea Laszlo de Simone con hechuras de autor puntilloso que revuelve, casi siempre, en lo mejor del pasado, aquí definitivamente con notables resultados.

miércoles, 22 de octubre de 2025

Bajo tres banderas, de Benedict Anderson

 



¿Qué tuvieron en común Joris-Karl Huysmans, Errico Malatesta, Stéphane Mallarmé, Federico Urales, Alexandre Dumas padre, Tarrida de Mármol, José Martí, Arthur Rimbaud, James Ensor, Eduard Douwes Dekker, Pío Baroja, Louis Michel o Tetchō Suehiro? Además de un contexto socio-político a finales del siglo XIX que dio origen tanto a la Primera Globalización como a la segunda oleada de descolonización en los entornos americano y asiático, proporcionaron una tupida red de influencias literarias que ayudó a (re)situar a las vanguardias revolucionarias de las últimas colonias del exhausto Imperio Español no solo en la posibilidad de la independencia, sino en la autoconsciencia de sus orígenes y su propia idiosincrasia de pueblos sometidos. Una cosmovisión política y artística, en un mundo muy cambiante, con dos figuras intelectuales finiseculares de Filipinas como el folclorista Isabelo de los Reyes y el novelista José Rizal como ejes fundamentales del relato que el historiador Anderson construye a base de un concienzudo trabajo de investigación, que no hace sino contagiar al lector con las conexiones y descubrimientos 'in progress' -y a menudo casi milagrosas- que prácticamente se van trenzando a medida que avanza el texto.

Cosmovisión donde conviven el anarquismo (y la Propaganda por el Hecho), los nacionalismos post-coloniales, el Decadentismo, el periodismo de trinchera o la antropología aborigen, frente a imperialismos varios, ya estuvieran en apuros (España) o bien en alza (Estados Unidos, Japón). Con, además, el vínculo más o menos estrecho entre los movimientos emancipatorios de la propia Filipinas con el de Cuba o el de China.






A través de la revista La Solidaridad ubicada en Barcelona a finales de siglo -no confundir con Solidaridad Obrera, publicación libertaria también barcelonesa fundada unos años después-, donde convivieron José Rizal y otros activistas pinoys como Mariano Ponce o Marcelo del Pilar, asistimos a las intrigas -en una a menudo ambigua clandestinidad- entre los 'asimilacionistas' y los más radicales defensores de una Filipinas secesionista. Sin perder de vista, más que de reojo, los inevitables influjos culturales del Viejo Mundo europeo -que estos actores asumían preferencialmente, sobre todo los más arriesgados y cómplices-, Viejo Mundo que aún era epicentro del debate cultural y estético a lo largo y ancho del planeta.

Como decíamos, el entusiasmo de Anderson empapa cada una de las páginas de este valioso estudio sobre un momento de la Historia en el que las antiguas estructuras parecieron estar entre las cuerdas, donde muchas cosas nuevas (o más bien justas) parecían a punto de cristalizarse, hasta dar finalmente con el reordenamiento de la Primera Guerra Mundial por un lado y las subsiguientes corrientes rupturistas del pensamiento también en ese primer tercio del siglo XX. A la postre, el Capitalismo entendió que la sumisión de los antiguos protectorados solo podía seguir practicándose transformando estructuras aparentemente liberadas en peones de su sempiterna explotación, con el eufemismo del consenso y la cooperación filantrópica. Un retorcido desenlace que los idealismos del mártir Rizal o el de Isabelo, quizá, no pudieron llegar a colorear ni en sus más tibias fantasías.