lunes, 5 de mayo de 2025

Hacia la Primera República, de Élie Reclus

 




Hermano mayor del geógrafo Eliseo Reclus, en el caso de Élie su ocupación fue la etnografía, pero la ideología de ambos fue el entonces más que incipiente anarquismo. No obstante, en sus visitas a una España de mediados del siglo XIX que pretendía sacudirse la rémora de la monarquía, Élie aparecía más bien a ojos de todos como un simple republicano francés interesado en los vaivenes de una política nacional desmenuzada entre unionistas, republicanos, liberales o progresistas. El ideario libertario, se nos ha dicho siempre, empieza a filtrarse en los campos y las ciudades españolas por el influjo directo del italiano Giuseppe Fanelli, con el que Élie tuvo una somera relación justamente en aquellos años de revolución "Gloriosa", precedente de la Primera República que sabemos trató de ser abortada en diferentes frentes unos pocos años después.

De todo ello da cuenta este compendio en tiempo real de Reclus, como indica el subtítulo del volumen ("Del 26 de octubre de 1868 al 10 de octubre de 1869"), ese año en que pudo haber cambiado todo, pero que como en tantas ocasiones ocurre, se dan innumerables intrigas, traiciones o giros discursivos que acaban reubicando todo al más puro interés de las élites, ya sean puramente económicas, nobiliarias, militares o religiosas.




En paralelo a la creación de un gobierno provisional tras el alzamiento se fueron creando en toda la geografía Juntas Revolucionarias, las cuales de pasar a poder ser órganos clave para el cambio de paradigma acabaron siendo quebradas en favor de una supuesta estabilidad acorde con el interés general, que no es otro -como es costumbre- que el de quien siempre ostenta el mando. Lo disecciona con brillantez Élie Reclus en el siguiente párrafo:

"Desde que el ministerio hubo negociado la próxima disolución de la Junta, se sintió bastante fuerte para quitarse la máscara del desinterés y de la imparcialidad, preparando un proyecto de plebiscito en el que cada ciudadano tenía que contestar sí o no a esta pregunta: <<¿Quieres que continúe la monarquía?>>.
De este modo, las Cortes Constituyentes se encontraban liberadas de la cuestión republicana; tenían que pronunciarse por la monarquía absoluta o por la monarquía constitucional, sin más trabajo que el de escoger entre los numerosos pretendientes a la Corona."

¿De qué les suena este cambalache? Cien años después, muerto el delincuente criminal Franco, a los españoles se les animó a votar sí o sí un modelo de Estado donde la figura del rey, incluida en el pack, fuese innegociable eliminando cualquier otra opción, propuesta o debate bajo el viejo slogan "o yo o el caos". Y es que "el arte vive de sacrificios y la política de transacciones", terminando estas últimas regidas por el poder bruto (militar), dejando el consenso como una muestra sofisticada de beneficencia hacia las clases subalternas, como la Historia se ha encargado de demostrarnos una y otra vez. Clases populares disciplinadas a través de, entre otros, un ejército de "funcionarios cesantes, que en España como en todas partes son designados con el nombre genérico de presupuestívoros"




Hace ciento sesenta años mucho de ello originó "el cotarro de los republicanos monárquicos", estúpido eufemismo (como "republicanos en la intimidad" o "republicanos de pancarta") que seguimos padeciendo hoy sobre todo en las filas de la izquierda oficial, la parlamentaria, en el que vive con enorme comodidad el conjunto de esa parte del arco.

Un ensayo (frustrado), el de la Gloriosa, con Madrid (¡qué sorpresa!) desfavorable "a la nueva idea". Ya que, como de nuevo explica con lucidez Reclus, "la fórmula de la república federal, aceptada por el resto de España, no puede despertar el menor entusiasmo en la capital del reino, ya que una descentralización enérgica la haría perder la mitad de su importancia", como se han encargado de subrayar unos y otros moderados hasta el momento actual. "Madrid es una creación del parlamentarismo estilo Luis Felipe y del doctrinarismo burgués". Nos guste o no, está en sus genes administrativos y en su vocación facultativa, y no ha cambiado demasiado. Como las fake news, que ya existían en la década de los sesenta del XIX gracias al control del familiar de la imprenta: "el gobierno se ha reservado la exclusiva del telégrafo, haciendo circular las noticias, verdaderas o falsas, que le convenían". O como el chantaje armamentístico, del cual el general Prim (uno de tantos insaciables 'figuras' del zeitgeist) fue un inapelable entusiasta, afirmando "la necesidad de un ejército permanente", porque "es siempre el gran pretexto. <<Necesitamos un ejército fuerte para tener asegurada la defensa de la libertad>>"  Como ven, los mismos eufemismos que en 2025, cuando se hace hincapié en el aumento de maquinaria para matar, ahora con la excusa de que tarde o temprano nos colonizarán los rusos o cualquier otra ocurrencia por el estilo.




Un intento abortado el de aquella revuelta porque, como se sabe, "cuán poco dura el impulso revolucionario, con qué prontitud la inercia vuelve a cobrar fuerza, el entusiasmo se apaga y el pueblo se cansa, obligado como está a volver al trabajo, a sus preocupaciones cotidianas, dejando el campo libre a las intrigas de los hábiles y las maquinaciones de los malévolos.", donde se acaba acordando "aplazar las cuestiones sociales".

"Hacia la Primera República", pese a un índice onomástico bastante mejorable -a la hora de buscar nombres- y algún texto farragoso en el apéndice ("A los electores [Manifiesto de los Cimbrios]") es un cuaderno de notas indispensable no solamente para conocer un pedazo crucial de la historia -ni más que una avanzadilla de otras revoluciones posteriores en el continente-, sino para seguir poniéndonos sobre el espejo, ya inmersos en el XXI.

"Qué dirán las generaciones venideras, qué concepto formarán de la ilustración actual de España, cuando sepa que en el último tercio del siglo XIX, de este siglo realizador de adelantos, poseedor de ciencia, descubridor de maravillas y después de la revolución más grande que se registra en nuestra historia patria, aún se lucha por conseguir que sea libre, absolutamente libre, la emisión del pensamiento? ¿Qué dirán los hombres del porvenir, cuando lean nuestra historia y hallen, en medio de nuestra decantada civilización, la oscura mancha de nuestra inteligencia esclava? ¿Podremos ufanarnos de haber ejercido sin obstáculo todos nuestros derechos de hombres? ¿Podremos dejar a la posteridad el ejemplo de una razón libre para manifestar las ideas, porque libre debe ser, porque para que viva libre la tenemos? se pregunta el escritor Ildefonso Llorente en dicho apéndice de la edición de Pepitas de Calabaza. Las preguntas, todas, todavía siguen en el aire.

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