Te ha pasado unas cuantas veces: eres invitado o invitada a una fiesta o reunión de amigos donde no tienes a priori un vínculo demasiado cercano con estos, pero ya sea por curiosidad o compromiso acabas aceptando, presintiendo que aprovecharás la ocasión para largarte a la mínima oportunidad, ya que tiene pinta de convertirse en otra jornada de hastío o postureo inane. Nunca has tenido demasiado feeling con el anfitrión y, para más inri, te enteras de que van a acudir otros personajes de similar enjundia.
Aun así, vas con todas las precauciones del mundo. La cosa adquiere un cariz inesperado cuando coincides en esa misma reunión con viejos conocidos -llamémoslos por sus nombres: Ben y Vini- cuya presencia te sorprende y, llegado el caso, hasta te alienta a continuar porque si están estos es que algo hay. En efecto: el anfitrión de repente te parece un tipo encantador, las colegas majísimas, la bebida deliciosa. Estás tan a gusto que te apuntas a quemar el resto de la noche en ese mismo sitio.
Nunca me gustó Blood Orange. Pasé por todos sus discos anteriores con esa sensación de indiferencia que dan los productos destinados ante todo a tratar de epatar al personal y a resolver de cualquier manera las prisas de los "descubridores" hipsters que vienen a colgarse medallas -mayormente inmerecidas- con la tendencia y la ansiedad como único horizonte. Los discos de Devonté Hynes con la marca Blood Orange me parecieron siempre un batiburrillo estilístico inconcreto, casual. Hasta "Essex Honey", que ha supuesto la gran sorpresa de la temporada. Un disco que es, afortunadamente, otra cosa muy distinta, un disco muy serio en todos los sentidos.
Después de un hiato de siete años que son los que han pasado desde su anterior "Negro Swan" -y dedicado en todo este tiempo a la elaboración de diversas bandas sonoras-, y marcado por el fallecimiento de su madre en 2023, "Essex Honey" transpira una madurez y una capacidad hipnótica totalmente ausentes en el grueso de sus grabaciones previas. Ha sido precisamente esa labor más perseverante que nunca tras los últimos scores -ahí a nombre de Devonté Hynes- la que ha proporcionado esa serenidad y calado a sus nuevas canciones. Las melodías, por fin, son plenamente discernibles y disfrutables, y absolutamente todos los colaboradores estrella hacen un trabajo efectivo, arropando con destreza pero cediendo inteligentemente el único protagonismo a Hynes.
Una colección de canciones muy urbana -resuenan las reverberaciones al piano tipo The Blue Nile en más de una-, ideal para escuchar en las horas muertas previas al descanso, donde esas melodías brotan como si de flores inesperadas se tratara. Meciéndose, con el concepto de la pérdida y la capacidad de consuelo de la música que nos toca adentro fluctuando a nuestro alrededor. El minimalismo de la producción también le sienta muy bien, evitando la distracción hacia aspectos más superficiales o efectistas.
No falta el 'estampado Prince' -influencia nuclear desde siempre- en los falsetes de "Life" (con Tirzah poniendo el contrapunto vocal) o "Westerberg", y la influencia post-punk -determinante en su educación musical y en sus inicios con los primeros grupos- se hace patente en cortes inmediatos y adhesivos como "The Train (King's Cross)" -con Caroline Polachek- o "Scared of It" -aquí interviene el amigo Ben Watt-, que más que parecerse a The Replacements, como se insiste en otras reseñas -y más allá también de la referencia directa en "Westerberg"-, a mí me recuerda más al primer Momus.
Aunque bordee constantemente el auto-sabotaje en estas composiciones -esa manía de torcer disruptivamente la narrativa al final de muchas de ellas-, cosa que le viene de lejos al británico, y en alguna le traicione el subconsciente -"I Listener (Every Night)" lleva implícita parte de la melodía vocal del "Pure" de The Lightning Seeds- "Essex Honey" enamora, fascina gracias a sus partituras lúcidamente delineadas y a ese telón ambiental que te atrapa inexorablemente.
Ya veremos si este disco es un punto y aparte en su discografía, si es el comienzo de algo muy grande, o se queda, como el "Kaputt" de Destroyer o el "Forget" de Twin Shadow -con este último, por cierto, comparte muchos puntos en común dentro del mestizaje entre lo negro y lo pálido-, en un caso de 'one album wonder' de libro. De momento, yo me apunto al siguiente convite. Salir de él horrorizado o enamorado es algo que no puede medirse ahora mismo en certezas.
La rotunda irrupción de artistas como Laufey en el estadio mainstream ha dejado abierta la puerta en los últimos tiempos a una esperanzadora vertiente de autores jóvenes que hacen de la sensibilidad pop tradicional una apuesta firme, una especie de resistencia selecta ante modas y/o engañifas en forma de tendencia perecedera como las que asolan las webs musicales de todo pelaje.
El caso del australiano Matthew Ifield, cuyo primer disco con canciones propias se ha presentado en las últimas semanas bajo el paraguas del ala oceánica de Universal -en lo que parece una apuesta muy interesada por apuntar muy alto con él-, aprovecha en ese sentido la senda redescubierta por la islandesa. Con la autora de "Everything I Know About Love" comparte Ifield, además, una similar y determinante influencia familiar y una formación clásica que le permite orientarse sin dificultad alguna por armonías mucho más complejas -y acabados mucho más resistentes en el tiempo- de lo que las divas r&b, la música urbana o el rancio indie están acostumbradas a ofrecernos.
Con unas estructuras y arreglos que remiten al pop más atemporal del siglo pasado, puesto al día sin estridencias ni distracciones infundadas, Ifield se desenvuelve como pez en el agua entre la brisa grácil de catamarán brasileño -"Dinner for Two", la propia "My Favourite Place To Be", con soluciones jazz- o la confesionalidad desoladora de un Richard Hawley post-adolescente -la tremenda y descollante "When I Loved You"-, pero también hace sus pinitos con total soltura en el sophisti-funk blanco en "Start from Scratch" o en la muy Hall & Oates "Sunflower".
También recuerda en descaro académico a Sondre Lerche -"In the Event of her Departure"-, y las guitarras 'bedroom' le alinean de alguna manera con los modos del Mac DeMarco más escrupuloso. Pero no todo es perfeccionismo formal: el silbido de "She Likes me" nos recuerda que lo suyo está lejos de ser concebido por una triste Inteligencia Artificial. Y es que Ifield erige, con capacidad contrastada y como muy pocos hoy, esa trinchera que hace del pop hecho con mimo una devoción irrenunciable. Que no decaiga.
El magazine digital Canino dejó de actualizarse en 2020, pero hasta hace bien poco todavía podía consultarse todo su contenido en la red. Al darme cuenta de que esto último ya no es así, decido recuperar para el blog los siete artículos que escribí para ellos. Cuelgo los contenidos íntegros con muy puntuales correcciones, fotos diferentes de las que acompañaban la publicación original y, en los casos donde así sea, con otros vínculos de videos si los que se insertaron en su día ya no están disponibles.
Último artículo para Canino. Fue en 2019, por el 25 aniversario de "Anarchy".
Se bautizaron con un nombre en apariencia ridículo que no significaba nada, tocaron casi todos los palos sonoros –resultado de tantas sensibilidades- y jamás dejaron de denunciar injusticias, desigualdades e hipocresías en sus punzantes letras. La comuna libertaria con sede social en Leeds, los ya históricos Chumbawamba -disueltos en 2012-, hicieron de sus irrenunciables convicciones políticas y de su activismo socio-cultural un modo de vida (y casi una epopeya), sobreponiéndose a la contradicción que supone jugar siempre en terreno contrario y tener que estar en todo momento justificándose por ello.
De formación más o menos variable, como buenos anarquistas –ávidos lectores de Kropotkin y Malatesta- repudiaron los caudillismos y jerarquías organizativas en el seno del grupo: todos contaban por igual y podían dejar de hacerlo sin falsos sentimentalismos. Se trabajaron muy pronto la autogestión –red de coordinación con casas okupadas y todo tipo de actividades culturales al margen del showbiz-, el veganismo –cuando distaba mucho de ser tendencia-, el ecologismo o el apoyo a los más desfavorecidos en todo tipo de causas nobles. También la autoedición: desde sus inicios en 1982, fundando sus propios sellos –Agit-Prop, Mutt- y dando espacio en sus referencias a alguno de los nombres clave del pensamiento ácrata contemporáneo –Noam Chomsky-. Fueron unos “one hit wonder” con una carrera amplia detrás, rica en matices y complicidades, a los que su propio “Tubthumping” (el megaéxito planetario de 1997 convertido en salvavidas de descerebrados borrachuzos más o menos ‘alternativos’) pudo ponerles contra las cuerdas: fichaje con multinacional y la concesión mefistofélica de ceder el hit para un anuncio de Nike (“¿pero estos no eran anarquistas?, ¿ahora se han vuelto troskos?”, podían pensar muchos insensatos aquellos días), coronado por el travieso incidente de verter un cubo de agua helada sobre el segundo de la administración Blair (John Prescott) en plenos British Awards. El tiempo no solo les dio la razón –había que desprenderse del remilgo ideológico de no pactar con el enemigo industrial a cambio de diseminar su discurso más allá de los convencidos, si aun con eso conseguían no prostituir sus ideales-, sino que hoy en día se echan de menos formaciones con sus posturas, su abierta paleta estilística y su arrojo mediático. Y es que fueron un caso único casi en el mundo: anarco-pop más o menos especulativo sin descuidar en paralelo la trinchera. ‘Los Chumbaswambas’: un grupo lleno de guiños, pistas e incomodidades.
“Anarchy” (One Little Indian, 1994)
Coincidiendo con su fichaje por la compañía que albergaba entonces a artistas como Björk o Kitchens of Distinction y tras cuatro álbumes previos con material original, por primera vez todo está en su sitio: la confrontación entre punk-rap descarado, dream pop mordaz, pespuntes electrónicos y ráfagas de trompetas entusiastas discurre de manera equilibrada, haciéndose hueco con naturalidad a medida que avanzan cada uno de los cortes. Desde la inaugural “Give The Anarchist A Cigarette”, a cuenta de una anécdota que recogía el documental “Don´t Look Back” que cubría la gira de Dylan de 1965. Albert Grossman (manager del de Duluth) le confiesa al cantautor en un momento del metraje: “(la prensa) empieza a llamarte anarquista, porque no les ofreces soluciones”, a lo que Dylan contesta: “bueno, vale, dame un cigarro, dale un cigarro al anarquista”. Este chascarrillo post-moderno dará pie casi treinta años después a que Chumbawamba –un combo real y conscientemente libertario- ironice sobre las ocurrencias del que ya por entonces cantautor multimillonario, pasto de sacrificados y aburridos críticos rockistas que hacen de cualquier historieta estúpida del ídolo un acontecimiento para los anales. El combo aprovecha la coyuntura para –metafóricamente- hacerle tragar la armónica y recordarle que los tiempos siguen cambiando, aunque lo más probable es que desde un jet privado uno no se dé cuenta. Y sentencian: “You know I hate every pop star that I ever met”.
“Timebomb” –que se repite al final del disco en reprise paródico a la manera de Tom Jones-, a pesar de cierta oscuridad en su mensaje, es un muy pegadizo número de pop festivo que no obstante invoca esas rebeliones proletarias que se van cociendo a fuego lento y terminan explotando en cualquier sitio cuando las circunstancias suelen apremiar.
Un clásico del grupo de Leeds hasta el final de sus días: el suceso real de la muerte a palos de un gay en el baño de un establecimiento de Bradford es el motivo del siguiente corte, “Homophobia”, esa auténtica tara que siguen incubando varias capas intolerantes de la sociedad y que, desgraciadamente, continúa de plena actualidad con el amparo, el empuje e incluso el patrocinio de instituciones y partidos de inequívoco signo.
La versión acústica de esta pieza, incluida en “Anarchy”, fue remodelada en el mismo 94 para el ep homónimo con la ayuda de The Sisters of Perpetual Indulgence en una remezcla –y reescritura musical, aunque también cambian alguna línea de la letra- inusitadamente nutritiva a modo de dance-pop trepidante que recuerda a las cadencias de los Pet Shop Boys de “Very” un año antes.
La cortinilla instrumental de “On Being Pushed” da paso a “Heaven/Hell”, una sorprendente relectura de una canción tradicional húngara a modo de sedante pop electrónico y texto existencialista. “Love me” saca a colación a una de la dianas preferidas de Chumbawamba: Bono Box y su publicitario y caricaturesco pop-rock paternalista, esta vez con la excusa de la gira Zoo TV y su fetichismo neoliberal como telón de fondo.
“Georgina”, una de sus más excelsas canciones, con un balanceo a modo de las girl groups de principios de los sesenta, es un homenaje a la protagonista femenina del film “The Cook, the Thief, His Wife & Her Lover” (1989) del excesivamente esteticista y presuntuoso Peter Greenaway. “Doh!” y “Blackpool Rock” son otros dos recesos con los que tomar aire para llegar a la circense “This Year's Thing”, con sus estrofas ska y su estribillo directo, cabal y rabioso. “Mouthful Of Shit” es quizá, de todos los posibles precedentes de su hit mundial “Tubthumping” el más claro y hermanado con este: estribillo hooligan, recitado desafiante y la voz en apariencia cándida de la gran Lou Watts como contrapunto. “Mouthful”, como tal, es una crítica convenientemente escatológica hacia el hiperliderazgo político –demagógico, idólatra y cínico per se- que incluye una de sus frases más memorables: “You think you're god's gift/You're liar/I wouldn't piss on you if you were on fire”. “Never Do What You Are Told”, lo siguiente, es justamente eso: un (sucinto) alegato a favor de la desobediencia, con cáustica referencia a uno de las canciones más celebradas de David Bowie incluida… El rock mestizo futurista de “Bad Dog” antecede al himno anti-fascista “Enough is enough”, interpretado a medias con el grupo británico de hip-hop Credit To The Nation –compañeros de escudería en aquel momento- con un mensaje -el control ideológico de masas y la mentira como tótems martilleantes- de tristísima vigencia en nuestros días. Cierra su más valioso disco la muy bella –y fantasmal- “Rage”.
Mención aparte para la portada de la controversia: un recién nacido saliendo del útero materno. En un gesto de intransigencia y puritanismo sin igual las tiendas fueron retirando el disco de sus cubetas, obligando a la compañía a sustituirla por otra más amable.
Otros discos recomendados:
“WYSIWYG” (EMI-Republic, 2000)
Acrónimo de What You See Is What You Get –desplegando del todo la portada está la explicación completa…-. Más centrado, completo e inspirado musicalmente que el previo y triunfal “Tubthumper”. “Shake Baby Shake” y la final “Dumbing Down” –sobre la miseria conceptual del turbocapitalismo- son puro Saint Etienne época “Good Humor”; “Pass it Along” –a vueltas con la falta de compromiso- combina el recitado sobre satén orquestal con eufórico estribillo brit-pop. El soul sesentero enfervorizado está representado por “Hey Hey We're the Junkies” y “LIE LIE LIE LIE”. También en “I'm In Trouble Again”, sobre sus remordimientos con la aceptación masiva -“I walked into a life of crime. Now I turn water into corporate pop”-. Easy-listening twee lounge en “The Health & Happiness Show”, “Ladies For Compassionate Lynching” o “Smart Bomb” –sobre el contrastado instinto criminal de George W. Bush Jr-. “I'm Coming Out” y “She's Got All The Friends That Money Can Buy” hablan de la fatuidad del mundo del éxito y la aceptación social sostenida desde la mera apariencia, y hay apuntes de country sarcástico en “Social Dogma” y “Celebration, Florida”, y de ska contra la comunicación basura -“WWW Dot”-, siendo la breve y cabaretera “Moses With A Gun” la que más anticipa musicalmente sus últimos días como grupo. Incluye la gema de pop barroco “New York Mining Disaster 1941”, versión de Bee Gees, incluida en el segundo álbum de los australianos, que luce a juego con canciones propias como “The Standing Still”. Aun y con todo, quizá su disco menos politizado y, a la vez, más preocupado por mostrar la versatilidad sónica del proyecto.
“Un” (Mutt, 2004)
Tras el paso por multinacional, Chumbawamba vuelven a autoeditarse –Mutt- a través de una escudería que apenas tendría dos años de vida, donde publicaron el decepcionante “Readymades” (2002) y reeditaron –con algún extra- su grabación de cánticos revolucionarios “English Rebel Songs”. “Un” es, con diferencia, lo mejor de esta etapa, que los vuelve a mostrar tan esplendorosos estilísticamente –folk dactiloscópico y vitaminado- como en “WYSIWYG”, con una deriva intimista en el tramo final que marcará por otra parte su devenir como grupo para teatros. “The Wizard of Menlo Park” (polémica canción laudatoria sobre Thomas Edison), “On eBay” –entonces en uno de los picos de popularidad de la web de compra-venta- sobre el consumismo desaforado y la destrucción natural que hay detrás de tantas aparentes oportunidades desarrollistas, “Everything You Know Is Wrong”, sobre el 11-S y la gran estafa de las armas de destrucción masiva (otro saludo, Bono) arrancan otra muy disfrutable y fervorosa grabación. Los saludos zapatistas en “When Fine Society Sits Down To Dine”, “A Man Walks Into A Bar” -con su crítica a la oposición de Miami y su patriotismo del dólar- mantienen el pulso, y “Buy Nothing Day” es el explícito homenaje al simbólico Día sin Compras. “We Dont Want To Sing Along”, que trata de mezclar pop con los ritmos campesinos del Caribe y “Rebel Code” -sobre el control de masas-, cierran el disco que significó la retirada de gran parte de la plantilla inicial del grupo: sus cantantes Danbert Nobacon y Dunstan Bruce, su trompetista y percusionista (y actual escritora) Alice Nutter, o el batería Harry Hamer. Del quinteto de las giras conclusivas solo quedarán como miembros originales el guitarrista y vocalista Boff Whalley y la cantante y teclista Lou Watts.
“The Boy Bands Have Won” (No Masters, 2008)
“The Boy Bands Have Won”, que tiene en realidad un título oficial kilométrico (ocupa toda la portada), no ahorra tampoco en material: 25 canciones –muchas de ellas no superan el minuto de duración- centradas en el indie-folk-pop que marca indefectible su última etapa. Es un disco de ternura afilada, distinguido en su cuidada estética acústica (apuntes de bossa, trotes camperos y recuperaciones ‘a capela’ incluidos). “Add Me” habla del acoso en las redes sociales –en el momento de su máximo auge con Facebook y otras-, “El Fusilado” sobre la gloriosa Revolución Mexicana y “Unpindownable” sobre la nostalgia pre-digital; “All Fur Coat And No Knickers” es una oda –con retranca- a Old Trafford, aprovechando de paso para recordarnos la sempiterna demagogia de grupos como U2 (¿habíamos dicho antes que no nos cae muy bien el grupo irlandés?) y “Lord Bateman's Motorbike” trata sobre la diferencia de clase social –que sigue siendo un hecho, por mucho que niegue la mayor el azote neoliberal- y los destinos que les suelen deparar a unos y a otros. La tentación de traicionar a la clase obrera olvidando el discurso tiene su (hu)eco en “A Fine Career”, y “(Words Flew) Right Around The World” hace un juego de palabras con un icono del antifascimo como Bertolt Brecht. “Compliments Of Your Waitres” -sobre el trabajo basura-, “Refugee” -sobre la inmigración-, y “Waiting For The Bus” sobre el recluso Gary Tyler, que entonces todavía se encontraba en prisión después de más de treinta años tras un juicio irregular marcado por constantes disquisiciones racistas y de clase son otras relevantes de su momento más plácido y maduro.
Otras canciones destacadas:
“British Colonialism & the BBC” (1986). La manipulación de los medios públicos siempre al servicio del poder, con referencias aquí al azote del Apartheid (que aún segregaba a la población negra con suma violencia). No en vano Sudáfrica seguía –y sigue- bajo el manto de la reina Isabel II a través de la Commonwealth, confirmando que las monarquías llamadas parlamentarias ampara(ba)n de una u otra manera las violaciones de los derechos humanos, en este caso en nombre de la cooperación. La sacrosanta BBC no se salva de los ataques de Chumbawamba: el caos informativo como productor de desorientación sistemática, priorizando el runrún retórico-legislativo por encima de las necesidades perentorias del grueso de la sociedad. Una canción no muy alejada del punk asilvestrado de las Slits.
“Commercial Break” (1986). Breve pieza new wave con toques 2 Tone que incide, con sangrante ironía, en el punto de vista nazi –abuso de poder, desprecio al diferente, clasismo enfermizo y explotaciones varias- de la hipotética esposa de un empresario blanco en un contexto que podría ser de nuevo Sudáfrica, el propio Reino Unido o cualquier otra parte del mundo.
“An Interlude: Beginning to Take It Back” (1986). Como las dos anteriores, incluida en el primer álbum “Pictures of starving children sell records” (“Las fotos de niños hambrientos venden discos”, en referencia al entonces pujante Bob Geldof y su Live Aid, ejemplo paradigmático de espectáculo populista de masas). “Beginning” es un remanso folk celta para denunciar en este caso la conspiración de la administración Reagan a través de la Contra nicaragüense en plena guerra civil del país centroamericano, con referencias al levantamiento del 79 del FSLN.
“Come on Baby (Let's Do the Revolution)” (1987). La canción más destacada de su segundo disco, “Never Mind the Ballots”, que no deja de ser una mezcla de homenaje a los Sex Pistols y al abstencionismo propio del mundo ácrata. En este segundo aspecto viene a incidir la letra correspondiente.
“The Diggers Song” (1988). Para su tercer álbum, nuestro colectivo anarco-punk favorito decide reciclarse en conjunto a capela y rescatar canciones combativas de un sinfín de épocas. De manera ilustrativa el disco se llamará “English Rebel Songs 1381-1914”. “Diggers” describe y denuncia la explotación agraria en el siglo XVII por parte de la nobleza inglesa. Es una llamada a la rebelión del campesinado, y sí, con la herramienta que uno más tenga a mano.
“The Triumph of General Ludd” (1988). La leyenda del personaje del siglo XIX que inspiró el ludismo –movimiento contrario al mecanicismo, al que corresponsabilizaba de la degradación social y la explotación laboral, conflicto que podríamos extrapolar perfectamente a nuestro tiempo de falsa igualdad tecnológica-, no evita el tono melódico, épico y de exaltación de este intrigante héroe de la clase trabajadora.
“Song Of The Times” (1988). Otro himno proletario de mediados del siglo XIX que anima a rebelarse contra el patrón, el cual no solamente siempre ha vivido a costa el trabajo de los demás sino que, incluso, para mantener a toda costa su estatus les hace objeto de criminalización: “The world seems upside down”.
“Idris Strike Song” (1988). Recortes de salarios, multas por llegar al trabajo tres minutos tarde, despidos aleccionadores… las mujeres trabajadoras de la planta de Idris (de agua embotellada) se levantaron a principios del siglo XX contra la patronal empresarial animando al todas a secundar una huelga a través del tradeunionism. Acabarían siendo sustituidas por hombres y niños… en otra muestra más del sadismo malsano de los mandamases opresores de las fábricas.
“Rubens Has Been Shot!” (1990). La mejor canción de su disco “Slap!” (subordinado en conjunto a piezas cuasi instrumentales), de aliento post-punk en la línea de unos Luxuria, habla de los daños sufridos por lienzos de Rubens y Durero en el museo Zwinger de Dresden en las navidades de 1921, incorporando el debate de valorar la destrucción de una obra de arte por encima de la de varias vidas humanas –que corrieron en paralelo- en un enfrentamiento laboral de aquel año.
“Nothing That's New” (1992). “Shhh” es el explícito título genérico de un trabajo que escenifica la pelea contra la censura crítica y la necesidad de expresión a través del recurso del sampler, como certifican piezas como la aquí presente. Frases lapidarias (“Everyone's stealing from someone”) acunadas a ritmo de vals.
“Pop Star Kidnap” (1992). Como The Fall por esos mismos años, Chumbawamba empezaron a coquetear con el pop de baile sin abandonar los textos explícitos. Esta concisa canción -que comparte notas y samplers con otra de “Shhh!” titulada “Snip Snip Snip”- está construida fundamentalmente sobre caja de ritmos y contiene alusiones al multimillonario ex-Pink Floyd Roger Waters.
“All Mixed Up” (1995). “Swingin' with Raymond” fue uno de sus discos más frustrantes, tras las buenas prestaciones del estreno con One Little Indian con “Anarchy”. Aun así tuvo puntuales buenos momentos, sobre todo los que corresponden a la cara b (“HATE”) en detrimento de la a (“LOVE”). “All Mixed up” contiene trompetas soul y berrinche punk para una proclama perfectamente armada contra la usura.
“Waiting, Shouting” (1995). En concordancia con el brit-pop (vía Blur) de la época, prepara la pulsión aguerrida que se crecería como un reguero de pólvora con “Tubthumping”, “Waiting, Shouting” acabó incluyéndose en el recopilatorio del 98 “Uneasy Listening”, que aprovechaba el tirón mainstream de esos días.
“One by One” (1997). “Tubthumper” fue uno de sus discos más dispersos, eclipsado además por la ubicua “Tubthumping”. “One by one”, en la órbita dream-pop de Kirsty McColl de “Titanic Days”, compromete el papel de los líderes sindicales que se dedican a traicionar a los que decían representar buscando el rédito personal –y económico- con un escaño en la Cámara de los Lores.
“Smalltown” (1997). Entre el chill-out y el sophisti-pop (Swing Out Sister o Shakatak como ejemplos), en una de sus letras más poéticas y conseguidas que habla de áreas restringidas y desconfianza en el ambiente, como una especie de pánico ante una posible delación durante peligrosas ocupaciones foráneas.
“Salt fare, North Sea” (2002). Muzak con sabor a salitre donde transforman el sentido del sampler utilizado (el “Some Old Salty” del dúo folk Lal Waterson & Oliver Knight, con referencias al rock’n’roll primigenio) en un alegato político a través de la figura de un marino lobo solitario y escéptico ante lo que se cuece en tierra (“from the mast I can only see tyrants”).
“Don´t try this at home” (2002). Otra canción sobre revueltas y esperanzas, sobre unir fuerzas, o sobre no sucumbir al desaliento o postrarse a las recomendaciones de las élites y sus gregarios. Uno de sus estribillos más eficaces.
“By & By” (2005). A estas alturas (el álbum “A Singsong and a Scrap”) Chumbawamba se han reciclado definitivamente en grupo de folkie más o menos tradicionalista. Números templados de belleza prístina como este que alude al cantautor sindicalista norteamericano de principios del siglo XX Joe Hill. Más combustible contra la apatía y la desesperación.
“When Alexander Met Emma” (2005). La historia de amor y compromiso entre dos reputados anarquistas como Emma Goldman y Alexander Berkman, separados por el paso por prisión del segundo tras el asesinato fallido al empresario déspota y violento Henry Clay Frick. Otra balada excepcional.
“Torturing James Hetfield” (2010). El tópico del heavy metal como género contestatario, rebelde y (ejem) apolítico se desmorona por completo con declaraciones deplorables como las del líder de Metallica, que se sintió “en parte orgulloso” por el hecho de que eligiesen su música para los interrogatorios de presos iraquíes en la prisión de Guantánamo… Luego intentó recular alegando que no se le malinterpretase ya que eso podría provocar que mucha gente se confundiese y le posicionase políticamente (!): la mala conciencia del icono turbocapitalista que, años antes, promulgaba la justicia para todos… Chumbawamba, a ritmo de swing despreocupado proponen torturar sin parar a Hetfield con música de Simply Red y con el único recopilatorio de grandes éxitos de nuestros protagonistas: sin compasión.
“Hammer Stirrup & Anvil” (2010). Otra denuncia sobre el vasallaje de la cultura al servicio del poder tiránico y extremista, como reclamaban en “Wagner at the Opera”, también incluida en “ABCDEFG”. Pop neoclásico de cámara contra todo autoritarismo.
“The Knives Are Out” (2012). ‘Los Chumbaswambas’ cierran su discografía con un disco especialmente cabaretero (el musical “Big Society!”) firmado a medias con la compañía de teatro itinerante Red Ladder. Preñado de sátira (aunque más suavizada de lo esperado, como ocurre por ejemplo en “The Knives”), trataron de trazar el paralelismo entre la sociedad británica de Eduardo VII y Herbert Asquith (“el mazo de la polémica”) de principios del XX y la Inglaterra pre-Brexit de Cameron y Clegg.
“If It's a Sin, Count Me In” (2012). Esta tonadilla cierra prácticamente la discografía del grupo y está interpretada por la actriz, directora y escritora Kyla Goodey, que pone ese acento alemán un poco a la manera de Marlene Dietrich. Destaca el apunte final del ukulele-banjo a cargo de Boff Whalley.
El magazine digital Canino dejó de actualizarse en 2020, pero hasta hace bien poco todavía podía consultarse todo su contenido en la red. Al darme cuenta de que esto último ya no es así, decido recuperar para el blog los siete artículos que escribí para ellos. Cuelgo los contenidos íntegros con muy puntuales correcciones, fotos diferentes de las que acompañaban la publicación original y, en los casos donde así sea, con otros vínculos de videos si los que se insertaron en su día ya no están disponibles.
La siguiente reseña se encuadró dentro de un artículo-especial de 'Lo mejor de 2018' donde cada colaborador de Canino elegía su disco favorito de aquel año. Para evitar un nombre más o menos previsible o evidente, elegí entonces un ep de Liance, artista muy minoritario de gran delicadeza, que nos volvió a enamorar años después con "This Painting Doesn't Dry" (2021). En esta reseña aproveché para hacer un repaso somero de lo que para mí, en general, había deparado dicha temporada.
Oriente no para de multiplicarse y expandirse no solamente a nivel meramente demográfico o económico, sino también a la hora de producir corrientes cada vez más influyentes (k-pop, j-pop) y numerosas células creativas infiltradas dentro de la escena anglosajona que, hoy por hoy, ejecutan con igual o mejor pericia que sus referentes. En ese sentido, 2018 ha sido un año boyante en lo que respecta a propuestas surgidas tanto en los rincones más insospechados de aquella parte del mundo como incorporadas dentro la escena occidental. Singapur ha brillado con el folk preciosista de Hanging Up The Moon y el power-pop de Sobs; la impredecible China con la revelación indie-pop de vieja escuela –Everything But The Girl en el retrovisor- de Lonely Cookies; y la omnipotente Japón –una de las tres industrias musicales más importantes del mundo- ha alumbrado confirmaciones como el shibuya-kei de Sayonara Ponytail o el reggae sintético de Natsu Summer.
Desde Reino Unido el trío londinense –con cantante japonesa al frente- Kero Kero Bonito se han sobrepuesto a un irregular -pero valioso- debut con un excitante y vitaminado –más guitarras y menos sintes- “Time ‘n’ Place” y el hongkonés –pero afincado en Brighton, UK- James J Li –el motivo principal de esta crónica- ha realizado uno de los discos más talentosos de folk contemporáneo: “The Rat House”, bajo el nombre de Liance (su faceta ambient y de electrónica abstracta queda para su alter-ego como Ministry of Interior Spaces).
“The Rat House” viene en el formato ideal –ep de 5 canciones, más o menos el estándar que puede asumir el oyente actual- y es un dechado de orfebrería sentimental que puede recordar a otros maestros del susurro a media luz como Kings of Convenience o At Swim Two Birds. Se abre con la breve pero perfecta “Bernie Rally”, que trata sobre un flechazo en mitad de un mitin de la campaña electoral del demócrata Bernie Sanders. La igualmente austera “Milk” habla sobre los excesos tras una fiesta desproporcionada, y musicalmente no está nada lejos de cosas como Iron & Wine para dar paso a continuación al momento más estremecedor y rotundo del disco: la propia “The Rat House”, con referencias directas a grupos como Apples in Stereo y con el suicidio revoloteando en cada verso: “Not before taking photographs of each object/ like a forensic scientist taking evidence of my upcoming death”. “Julian” y “In My Own Skin” mantienen el nivel óptimo de inspiración y cierran un prodigio de concisión sedante como pocos, que no dejará de reverberar en nuestros corazones.
El magazine digital Canino dejó de actualizarse en 2020, pero hasta hace bien poco todavía podía consultarse todo su contenido en la red. Al darme cuenta de que esto último ya no es así, decido recuperar para el blog los siete artículos que escribí para ellos. Cuelgo los contenidos íntegros con muy puntuales correcciones, fotos diferentes de las que acompañaban la publicación original y, en los casos donde así sea, con otros vínculos de videos si los que se insertaron en su día ya no están disponibles.
¿POR QUÉ LO LLAMAN 'RETROWAVE' CUANDO QUIEREN DECIR 'SPAGHETTI DISCO'?
Las leyes no escritas dentro del espectro de la música electrónica, con marcado carácter nostálgico y en los últimos tiempos, hablan del predominio de las piezas instrumentales en detrimento de las que optan por agregar una melodía de voz y acompañarla además de una letra más o menos inteligible. En géneros como el vaporwave o el synthwave la ausencia de temas vocales es abrumadora y popes del último italo-disco como los griegos Evanton llevan esta filosofía a rajatabla; un tema aparte, dentro del revival de este último género, son las ingentes producciones de sellos como Beach Club Records que –aquí sí, apostando por la dicción- apuestan por la vertiente más romántica, engolada y definitivamente anacrónica del asunto.
Pero siempre hay un resquicio para la facción más pop dentro de la cosa electro y para ello la tendencia –paradójicamente- es evolucionar hasta el retrowave: añoranza por series como Miami Vice, por películas juveniles de la era dorada del VHS, por Gameboy y Nintendo; por aquella rabiosa radiofórmula que compartía banda sonora con los primeros pasos de la MTV, por el fantaterror y, en general, por todo lo que nos hace retornar a la década de la definitiva expansión del consumismo, de la receta neoliberal más salvaje y del brillo metálico entre ritmos sintéticos, sincopados y desprejuiciados –cuando no directamente horteras y cursis-. El retrowave, que también basa mayormente su catálogo en instrumentales, poco a poco va liberando su potencial para el hit veraniego y la recuperación del italiano y el inglés más o menos macarrónico como idiomas universales del Asunto: una avanzadilla del nuevo spaghetti disco.
A continuación algunas de las piezas más destacadas de este nuevo repunte vocal en lo que llevamos de década. A modo de sugerencia, algunas canciones de la década de los ochenta que comparten con este muestreo actual inspiraciones, influjos, ritmos o meros aires.
Futurecop! feat. Cavaliers of Fun – “Venice Beach” (2010) vs. Frank Paul & The Flames - She's Got The Power (1986)
El dúo británico Futurecop! es uno de los pioneros más constantes y longevos de la penúltima synthwave. En su primer álbum –publicado originalmente solo en Japón- se aliaron (entre otros) con el trío portugués Cavaliers of Fun, una de las formaciones más interesantes del nu-disco continental. El resultado fue una rodaja de espíritu playero absolutamente irresistible y refrescante, en la línea del pop más comercial de la segunda mitad de los ochenta.
Tras este grupo fantasma estuvo como cabeza pensante el teclista Claudio Corradini autor, entre otros, del clásico del 86 “Robin Hood” de William King o de alguna pieza tardochentera de Righeira. “She’s Got The Power” transmite las mismas sensaciones veraniegas, burbujeantes y post-new wave que “Venice Beach”, convirtiéndose las dos complejo vitamínico ideal para soportar con el mejor ánimo posible los rigores de la próxima canícula.
Pio D'Orco – “Amico Frocio” (2012) vs. Dance Club – “Papaya” (1984)
Enigmático alias tras el que se esconde un tipo iconoclasta y subversivo hasta la médula. Su pieza más italo es este “Amico Frocio” que nos traslada directamente a la era dorada del breakdance, con una predisposición diametralmente underground y sin olvidarse del vocoder de rigor.
Proyecto paralelo de Camaro’s Gang –perpetradores de hits ultra-cheesy como “Fuerza Major” o “Companero”-, la única canción conocida de Dance Club tira de rap, ritmos bboying y estribillo descerebrado pero infeccioso. Estéticamente proto-hipsters, seguramente hoy serían muchísimo más comprendidos como aspiración trendy.
Vincenzo Salvia feat. Chrissy Valentine – “Summer Love” (2013) vs Marc Flores - Magic Moment (Do It! Do It!) (1985)
El potentino Vincenzo Salvia es uno de los más prolíficos e inquietos estandartes del retrowave o nuevo italo disco. Además de este impoluto, pertinaz y trepidante hit con la voz estelar de Chrissy Valentine, el amigo Vincenzo –que, cómo no, también suele tirar más por lo instrumental- viene trufando de vez en cuando su discografía con auténticas gemas del mejor spaghetti-disco vocal: ahí están “Domenica” (con Giusi Telesca), “Lungomare” (con Abobo, del que hablaremos más tarde) o, sobre todo, “Le strade di Cortina”, interpretada por el cantante pop-rock Giorgio Danke, esta última una de las dos destacadas del recopilatorio navideño “Sole, whisky e sei in compilation” de 2016.
Como en el caso de “Summer Love”, “Magic Moment” apuesta por sintes higiénicos y por una utilización similar de arabescos rematadamente italo. Este rompepistas de culto fue compuesto por Luigi Fedele, autor de uno de los clásicos más inexpugnables del género: el “Day dream” de L.A. Messina.
FM Attack feat. Kristine – “Magic” (2013) vs Clio – “Faces” (1985)
Canción incluida en la obra maestra de este dúo canadiense -“Deja Vu”-, “Magic” está llamada a convertirse en uno de los himnos definitivos de esta década, supurando elegancia a la vieja usanza. Interpretada por la ateniense Kristine –una de las musas del último AOR cibernético-, destaca por su minimalismo y construcción, especialmente pegadizos.
El “Faces” de Clio siempre ha tenido la virtud de entusiasmar tanto los fans del primer y más purista italo como a los seguidores de la versión más especulativa de dicha corriente, esa que ambicionaba asaltar a toda costa las listas de éxito. Gracias a su voz abstraída, a su perfección estructural y a sus sintes obsesivamente diamantinos se ha acabado convirtiendo en una pieza inexcusable de cualquier recopilatorio idiosincrático que se precie. No se olviden de “Eyes”, el otro pepinazo de su escueta discografía.
Nouvelle Phénomène – “Au fond de mon coeur” (2013) vs. Gim-Mix feat. Danielle Deneuve – “Le Parisien” (1983)
Es un hecho que el eurodisco o el tecno-pop ‘a la francesa’ rozaron tangencialmente las inmediaciones del italo-disco durante la década de los ochenta: ahí están los ejemplos de Bandolero con su “Paris latino” o Muriel Dacq con “Tropique”. Para rememorar semejante mestizaje nada mejor que viajar a la inesperada Hungría para deleitarnos con un synthpop enigmático no exento de fuste pizpireto que lo entronca con el retrowave. Nouvelle Phénomène son los responsables de un único álbum, “Glory of Romance”, que se revela además como uno de los trabajos más completos y consistentes el penúltimo pop electrónico.
Danielle Deneuve no era francesa sino danesa (nombre real: Dorte Kristensen), al igual que Gim-Mix, tras el que se escondía Steen Gjerulff. A su “Le Parisien” no solo le dieron un barniz frío y centroeuropeo –que lo entronca con la pulsión de Nouvelle Phénomène- sino el equívoco acento francés con el que terminar de proporcionarle el añorado toque bohemio y hasta canallesco –Gainsbourg en el recuerdo-.
Cristalli Liquidi – “Incubo Assoluto” (2014) vs. L. A. Messina – “Day Dream” (1983)
Actualmente el proyecto estrella de Bottin, productor y músico que le hace a casi todo: house, nu-disco, italo, breakbeat, future-funk… Cristalli Liquidi es, hoy por hoy, su asunto más mimado: desde 2012 ha venido entregando casi todos los años una muestra normalmente en formato versión incluyendo, entre otras, una sorprendente lectura del “You Wanted A Hit” de LCD Soundsystem –“Volevi una hit”, que supera ampliamente la original de Murphy- o este “Incubo Assoluto” de los pop-rockeros Stadio, combo triunfante en la década de los ochenta. Todos estos sencillos previos, junto con nuevas composiciones, fueron reunidas hace pocos meses en “Cristalli Liquidi” (2017) un álbum fascinante: minimalista, sofisticado, nuevaolero y divertido a partes iguales, incluyendo joyas inéditas como “Assolvi Lei”, que parece compuesta por el simpar Franco Battiato, o contando con colaboradores insignes como Alexander Robotnik.
Carmelo Messina comenzó componiendo a principios de los ochenta para artistas de contrastada trayectoria como Giovanna o Alexandra. Poco después empieza a probar suerte en el incipiente italo-disco, firmando uno de los clásicos románticos y relamidos de aquel momento, e imitado hasta la saciedad (sin llegar a igualarlo) por la última generación italo de Europa del Este –auténtico reducto militante actual- o por la ristra de protegidos de la escudería Beach Club.
Con una portada que se adelanta al menos un año a la estética del episodio de “San Junipero”, el sueco Riviera se marcó un medio tiempo nocturno e irresistible que parece hecho para sonar en exclusiva en el testarossa de Sonny Crockett. Chillwave calentorro y distinguido, ideal para las primeras copas…
Entre “Superdetective en Hollywood” y el “Steppin’ Out” de Joe Jackson se sitúa esta tonada new-wave (facción electro) de ritmo incansable que facturó este trío anglo-italiano para mayor gloria de “Can Can In The Garden”, su único y prestigioso álbum entre las huestes más tecno-ochenteras.
Tom Garrow & The Calzonis – “Pizzeria Giovanni” (2015) vs. Avenida 29 – “It’s Pizza Time” (1986)
No podía faltar el guiño gastronómico en esta oda al sarcasmo más explícito. Anecdótica broma del alemán Thomas Fritsch –que se suele poner más serio en el resto de su obra- entendemos a costa de su establecimiento favorito (desgraciadamente no controlamos el alemán). Contundente italo de acento algo rudo con un estribillo del que no podrás despegarte en mucho tiempo.
En la onda del sophisti-pop de principios de los ochenta (Dislocation Dance a la cabeza) está esta gema italo-funk licenciada por Thick Record, sello subsidiario del prestigioso Il Discoto. ¿Intrascendente?: de eso se trata(ba).
Abobo – “Sole, whisky e sei in pole position” (2016) vs. San Giovanni Bassista – “Summer Sweat” (1985)
“Sole, whisky e sei in pole position” forma parte de uno de los diálogos más memorables de la película “Vacanze di Natale” de Carlo Vanzina en 1983. Tal es el culto que tiene esta comedia entre el público italiano de todas las edades que ha inspirado hace poco más de un año el mini-album “Sole, Whisky e sei in Compilation”, editado por el sello retrowaveSunlover Records, con la participación de gente como Abobo, Andy Fox, Vincenzo Salvia, Daria Danatelli o Giorgio Danke. La de Abobo –un personaje que suele escorarse normalmente más hacia el nu-disco y el funk sofisticado- remite a los primeros tiempos del italo-wave de principios de los ochenta, a su sencillez instrumental y a su melodía cabal, todo ello con un ligerísimo remanente breakdance.
Esta bizarría de San Giovanni Bassista –acorde con la desfachatez de “Sole, whisky”- cuenta con la participación al micrófono de Regina Coeli, que consuma una mezcla entre inglés imposible y castellano delirante que solo puede hacer las delicias de los que se alistan en la ironía pop más recalcitrante. Escrita ni más ni menos que por Maurizio Dami (aka Alexander Robotnik). La banda sonora para el verano más surrealista.
Robert Parker feat. Miss K – “’85 Again” (2016) vs. Art of Love - Looking Through The Night (1983)
El título de la canción y la letra (“Play the tape, make me feel like I'm home”) dejan a las claras su intrínseca convicción revisionista: días de radiocassette y películas de instituto o de terror de serie B. El sueco Robert Parker es otro de los valores en alza en el ámbito synthwave, gracias a una discografía muy sólida y prolífica.
En paralelo a su más reconocida (y sobrevalorada) actividad como miembros de Mr. Flagio, Flavio Vidulich y Giorgio Bacco produjeron esta joya midtempo con loables añadidos de saxo y ritmo perseverante.
Saffari feat. Carolina Ross – “Bodytalk” (2016) vs. Anneclaire – “I Want” (1986)
Desde que en 1986 MC Miker G & DJ Sven publicaran la canción “Holiday Rap”, basándose en el éxito planetario de Madonna, los dos inconfundibles acordes de sintes de “Holiday” se han colado en el imaginario pop hasta lo más profundo, llegando al retrowave a través de esta particular relectura del mexicano Saffari a ritmo de sintonía de programa de aerobic –de ahí, posiblemente, el título- y algo de autotune. Hi-Energy breve y refrigerante.
Si Louise Veronica Ciccone hubiera tenido su particular Iglesia Madonniana en los ochenta, una de sus sacerdotisas más ejemplares habría sido la italiana Leonie Gane (también conocida en los tiempos históricos del italo como Flo Astaire hasta reciclarse en el eurobeat ya en los noventa como Sasha). Gane, con el nombre artístico de Anneclaire llegó a la cima de nuestros corazones con este “I Want”, pero también con “All Summer Night”: al rico funk-dance.
Peter Zimmermann feat. OsCar – “Luv Like Fire (Luv in 1979)” (2016) vs. Digital Emotion – Go Go Yellow Screen (1983)
Homenaje explícito al trío femenino holandés de disco musicLuv, aquí con la veronesa OsCar al frente, en una pieza impecable melódicamente que hará las delicias de los fans del primer eurodisco. El alemán Peter Zimmermann es otro valor synth en alza, y uno de los más talentosos, habida cuenta de maravillas como esta.
Desde Alemania con amor… y fulgor space-disco (¡esos disparos láser!). Pizzicatos incombustibles, aroma del sintonía de vuelta ciclista y reparto de tareas vocales chico-chica para ir creciendo progresivamente.
San Diego – “D I O” (2017) vs. Canton – “Sonnambulismo” (1984)
La penúltima revelación italo-pop-wave es Diego De Gregorio, bregado inicialmente en el rap heterodoxo que ha tenido la feliz idea de reciclase con el sobrenombre de San Diego en las bondades del pop sintético, irónico y audaz. Su primer álbum, “Disco”, solo depara gratas sorpresas, dominadas por un fino instinto melódico que le acerca tanto a Savage (“V U E L I N G”) como a El Guincho (“P A P E R O P O L I”, “A G O S T O”), a Domenico Modugno (“C A M P I O N E S S A”), al hi-energy de Michael Fortunati (“M E T E O”) o hasta a Pino D’Angio (“C O N C H I G L I E”, en colaboración con el humorista Lo Sgargabonzi). La sombra de Francesco Gabbani (el de “Occidentali's Karma”), afortunadamente, empieza a ser alargada. Uno de los discos –así, en general- de 2017.
Hablando de participantes en el Festival de San Remo (como Gabbani), aquí tenemos a los cuartos en la edición del 84. No es más que canción melódica italiana adaptada a (aquel)los tiempos. Canton luego tenían una vena más electrónica y heroica que les emparentaba con los afectadísimos Alphaville.
Enne – “San Junipero” (2017) vs. Casanova – “Tutti Quanti” (1985)
Si San Diego es la penúltima, Enne es la última sensación retrowave. Con solo dos canciones se ha encaramado a la primera línea del género. “San Junipero”, huelga decirlo, honra musical y estéticamente (ahí está la cazadora con el logo que luce nuestro protagonista en los clips) al más celebrado de los episodios de la tercera temporada de la serie “Black Mirror”: otra vuelta de tuerca a la añoranza del futuro. “Al centro di una guerra” es casi mejor, por lo que las previsiones para el presente inmediato de Nicola Togni no pueden ser más esperanzadoras. Y que no falte la estética de videojuego retro para terminar de cuadrar el círculo.
Uno de los precedentes de Togni en el tono cáustico-chulesco a la hora de cantar -mascletá de sintes incluida- podemos encontrarlo en este relato-celebración de amor fou ejecutado por los efímeros Casanova, puro italo independiente orientado al público paninaro de mediados de los ochenta.
Ksmtk feat. Madelyn Darling – “Reborn” (2018) vs. Alba – “Only Music Survives” (1985)
Synthpop recién sacado del horno en la onda de Sally Shapiro o Roosevelt. La vertiente más ‘dream’ del último retrowave, sobre todo en lo que respecta a la parte vocal. El alemán Dmitri Voronianski, alias Kosmetism, le da cosa mala en otras canciones al vocoder –su conexión con el italo más primigenio- y, en general, a los ambientes más lánguidos y oscuros del alma artificial. En “Reborn” se hace acompañar de la angelina Madelyn Darling, que por separado ahonda en los ambientes vaporosos de esta colaboración. Mediáticos como Chvrches, al lado de esto, suenan a pachanga para hipsters terminales.
Insospechadamente, lo más dream-pop que parieron en Italia hace treinta años viene de este “Only music survives” a cargo de la vedette y presentadora Alba Parietti. Compuesta por la primera Valerie Dore (Dora Carofiglio), este one-hit wonder se beneficia de las consabidas limitaciones vocales de la Parietti para darle aún más un efecto ensoñador y distante.
BONUS TRACK:
☒ & Tassony- “Summer Hit” (2017)
La colaboración entre el veneciano Davide Glerean y el ruso Zabuba Nevresky (de padre ruso y madre italiana) es difícilmente equiparable a algo actual o vintage, porque lo que propone es uno de los últimos mestizajes que quedaba por tantear: unir el city pop y el chiptune japoneses con el spaghetti disco. Dicho de otro modo: el cruce perfecto entre Mariya Takeuchi, YMCK y Clara Moroni. El experimento se salda con buenísima nota a la hora de unir tamañas sensibilidades porque sabe respetar con naturalidad y en todo momento el espacio de ambas: aquí hay un filón por explotar, queridos tecno-kids.
El magazine digital Canino dejó de actualizarse en 2020, pero hasta hace bien poco todavía podía consultarse todo su contenido en la red. Al darme cuenta de que esto último ya no es así, decido recuperar para el blog los siete artículos que escribí para ellos. Cuelgo los contenidos íntegros con muy puntuales correcciones, fotos diferentes de las que acompañaban la publicación original y, en los casos donde así sea, con otros vínculos de videos si los que se insertaron en su día ya no están disponibles.
La siguiente reseña se publicó en su día solo para suscriptores de la página, por lo que esta es la primera vez que se puede leer 'en abierto'.
Hay una estirpe de grupos que solo puede entenderse bajo la bruma que tapiza el paisaje inglés y la docencia de los pubs mientras se adhiere a la incontinencia poética, la aspereza interpretativa o la inmunidad al desaliento. Aunque la música norteamericana –en su sentido más amplio- siempre estuvo –y está- indefectiblemente en los respectivos radares de todos ellos, jamás han podido desprenderse de su insobornable flema británica. The Blue Aeroplanes, The Bitter Springs, Jack, The Band Of Holy Joy, los más recientes Stornoway o nuestros protagonistas, The Jazz Butcher (por citar solo unos cuantos ejemplos cogidos al vuelo) están hechos de una pasta intransferible, romántica, y –muy a su pesar- perdedora; una idiosincrasia difícil de trasladar a otras latitudes –pienso en todo caso en células de similar destino, pero sin salir del mundo anglosajón, como los australianos The Triffids o los irlandeses The Pogues- debido a una mutabilidad estilística producto del (constante) reciclaje sonoro y tribal, del vicio melómano y de unas canciones tanto al servicio de cientos de referencias a la cultura popular como al auxilio de las eternas heridas del corazón.
El grupo de Oxford liderado aún hasta nuestros días de manera férrea por Pat Fish (en el fondo siempre se trató de un invento suyo) es noticia este agonizante año (2017) por la necesaria reedición de sus –cuatro- primeros discos –gracias eternas a la histórica Fire Records por hacerlo realidad-, los que comprenden el periodo que va de 1983 a 1986 y que coincidieron con su permanencia en el pequeño sello Glass (fundado por David E. Barker, líder del grupo post-punk del mismo nombre, esto es, Glass) donde también compartirían residencia editorial artistas tan dispares como David J., -bajista de Bauhaus y posteriormente de los propios The Jazz Butcher-, The Pastels o Spacemen 3. Recogidos en un hermoso estuche –título genérico: “The Wasted Years”-, son cuatro documentos que aúnan como pocos el libertinaje expresivo del post-punk, la singularidad indie –cuando esta última etiqueta tenía algún sentido y no era, como hoy, un contenedor cuasi-infinito de clones insípidos- y el heterodoxo espíritu del rock’n’ roll.
“Bath of Bacon” (Glass, 1983)
A principios de los ochenta Patrick Guy Sibley Huntrods, más conocido como Pat Fish, es un joven londinense auto-exiliado de la capital que vive a caballo entre Oxford y Northampton y tontea musicalmente con –anecdóticos- grupos locales de ambas ciudades –The Tonix serían los más rescatables- hasta que decide empezar a escribir sus propias canciones entre los efluvios del soul de sellos como Stax o Atlantic, las neblinas tenebrosas y/o aguerridas –Joy Division, Suicide, los inevitables Sex Pistols- y la caricias de finos estilistas como Django Reinhardt: solo con ingredientes tan imprevisibles entre sí podían cocinarse entonces grupos tan personales y dadivosos. Dichas composiciones, cocinadas en el tedio del hogar de manera tan rudimentaria como atrevida –DIY, cariño-, salen de la habitación de Fish para tomar cuerpo en un estudio profesional con el apoyo de un grupo improvisado integrado ya por íntimos como Max Eider –su mano derecha desde entonces y serio competidor artístico al final de la primera época- y unos cuantos amiguetes de farra aportando su granito de arena para ir aligerando los días de grabación.
“Bath of Bacon”, el debut de The Jazz Butcher, conserva intacto, casi 35 años después, ese espíritu espontáneo no por poco estudiado menos conseguido alrededor de una sucesión de pequeñas humoradas sostenidas en acordes que van del jazz –había que revestir de significante práctico la muy fortuita elección del nombre del proyecto- y el swing paganos –“Party Time”, un clásico de su repertorio- al funk-punk –“Jazz Butcher Theme”, a medio camino entre James Brown y A Certain Ratio-, pasando por el folk nerd –“Bigfoot Motel” o “Zombie Love”, muy a juego con los por entonces también pujantes Violent Femmes-, la psicodelia juguetona –“Chinatown”-, la chanson –“La Mer”- o el rock’n’roll primordial –“Bath of Bacon”-. Una toma de contacto divertida –con la chispa retórica de Bonzo Dog Band o The Mothers of Invention circundando el apartado de las letras-, deslavazada y fundamentalmente inocua, pero que se cerraba con una de las incipientes muestras de esa sensibilidad a flor de piel que no dejarían de desarrollar en siguientes producciones: “Girls Who Keep Goldfish”, una estupenda tonadilla pastoral que no hubiera dudado en firmar el mismísimo Robyn Hitchcock.
“A Scandal in Bohemia” (Glass, 1984)
Holmesiano título para el primer largo verdaderamente importante de Fish y compañía. The Jazz Butcher empiezan a parecerse a un grupo serio y no una mera ocurrencia más o menos aguda: la culpa la tienen los ensayos continuos para promocionar el primer disco y, de paso, empezar a armar un nuevo y más sólido catálogo.
Con una formación ya más establecida (Fish y Eider a las guitarras y voces, David J. al bajo y Owen Jones a la batería), arranca con uno de los hits impepinables del primer indie: “Southern Mark Smith (Big Return)”, dedicada al verdadero bigmouth de Manchester, o sea, el sempiterno líder de The Fall, un (t)urgente y ágil himno aliñado a base de innumerables escuchas de The Modern Lovers, otro de los grupos inexcusables en el jukebox de Fish y asociados. El espíritu de Jonathan Richman, líder de los Lovers –con el advenimiento de papá Buddy Holly- vuelve a asomar en “Soul Happy Hour”, y cosas como “I Need Meet”, “Girlfriend” –otro básico en sus conciertos- o “Just Like Bate Page” les alinean casualmente con el Nuevo Rock Americano, aunque con bastante más frescura que la inmensa mayoría de las bandas adscritas a esa corriente. No falta el funk afilado, amenazante y revolucionario en “Marnie (Muscovite Mix)”, y todavía hay hueco para el blues lacerado en la onda Nick Cave –“Caroline Wheeler’s Birthday Present”- o el pop trovadoresco vía Clive Pig –“Mind Like A Playgroup”-. Se cierra con “My desert”, ebrio vals que desde los primeros compases empuja a la desatada celebración fraternal.
Un disco intenso y desgraciadamente ninguneado en el presente, repleto de pequeñas grandes gemas electroacústicas que añadir a la excelente cosecha de largos facturados en el año de su publicación.
“Sex and Travel” (Glass, 1985)
Como suele ocurrir tras un disco con muy buenas críticas como “A Scandal in Bohemia”, que les había permitido los meses siguientes emprender un gira por toda Europa, la composición del siguiente disco tocaría engarzarla a duras penas entre desplazamiento y desplazamiento, encomendándose a la inspiración del estudio de grabación para darle el toque final. Así se pergeña fundamentalmente “Sex and Travel”, un breve álbum hecho sobre la marcha que, en palabras del propio Pat Fish, acaba teniendo un algo de “disco conceptual” al coincidir en él varios textos alusivos a la Guerra Fría que por entonces aún gozaba de plena implantación –ahí están títulos tan esclarecedores como “President Reagan’s Birthday Present”-. Destacan la inicial “Big Saturday”, “Holyday” –muy en la línea del pop victoriano que practicaban XTC por aquellos años-, “Walk with the Devil” –que no hubiera desentonado en el pantanoso repertorio de, por ejemplo, Crime & The City Solution- y el up and down rítmico de esa preciosidad que lleva por título “Only a Rumour”.
“Sex and Travel” supone la despedida del David J. para irse a fundar a continuación Love and Rockets, aunque el ex-Bauhaus no ha dejado de mantener una saludable amistad con Fish, subiéndose juntos al escenario de vez en cuando para rememorar los tiempos pasados.
“Distressed Gentlefolk” (Glass, 1986)
Fin de la primera etapa, además de despedida –temporal- del segundo de abordo –Eider- por desavenencias y celos a la hora de aportar material. Eider no solo lleva aportando ideas activamente desde “Scandal in Bohemia”, sino que va creciendo como compositor de tal manera que la incipiente bicefalia en el grupo parece empezar a amenazar el liderazgo de Fish; esos son algunos de los motivos por los cuales tras “Distressed Gentlefolk” Eider abandonará la formación e iniciará una guadianesca –y exquisita- carrera en solitario para retornar al grupo más de una década después y reintegrarse –de manera siempre intermitente, eso sí- en los dos últimos –y loables- discos hasta la fecha de The Jazz Butcher: “Rotten Soul” (2000) y “Last of the Gentleman Adventures” (2012). En “Distressed” Eider contribuye sin lugar a dudas con la joya de la corona: ese “Who Loves You Now?” –jazz-pop de línea clara y alma de estándar- que sobresale de manera incuestionable dentro de otra colección no obstante harto recomendable. Desde la descaradamente country “Falling in Love” hasta las canciones-río “Still in the Kitchen” y “Angels” –que recuerdan tanto a The Apartments, otros malditos vocacionales-, sin olvidarnos de “Nothing Special” –el himno de rigor al que ya nos iban acostumbrando- o “Domestic Animal” –que va creciendo con su aire entre tabernario y atmosférico-, “Distressed Gentlefolk” certifica el mejor estado de forma del combo desde su fecha de nacimiento y se convierte por derecho propio en uno de los clásicos perdidos de la década de los ochenta.
La misma consideración de clásico es otorgable a “Fishcoteque” (Creation, 1988) –no recogido en “The Wasted Years”-, primer álbum de unos remozados The Jazz Butcher ya con Fish como único miembro original –también había abandonado la nave Owen Jones-, que supone su despedida de la década. Posteriormente, y a excepción del muy destacable “Iluminate” (Creation, 1995) –firmado como The Jazz Butcher Conspiracy- y los –ya citados- dos últimos discos del proyecto, el resto de la trayectoria de Pat Fish puede calificarse de discreta, lo que nunca dejará de ser óbice para reconocer que han manufacturado al menos cinco o seis álbumes que están entre lo mejor y más sincero de la música británica de las últimas décadas.