miércoles, 26 de noviembre de 2025

Cascken, "Anemoia & Anhedonia"

 



Con un título tan explícito y a la vez tan proclive a tentaciones conceptuales -anhelo por un pasado no vivido en colisión con un presente poco vivible- debuta en formato grande Ashley McCracken desde la costa oeste estadounidense. Artista trans con unos recursos que lo enfilan de lleno en el costal del bedroom pop, pero con ganas de condimentar los presupuestos adscritos a dicha corriente con algo más que electrónica de bajo presupuesto, añadiendo grooves con influencias tanto del hip-hop como del funk más aguado, esto es, con una mirada de reojo hacia las sonoridades de la segunda mitad de los ochenta, en concreto de ciertas coordenadas del new jack swing.

La extraordinaria nana de sofisticado temple "In My Dreams", que abre el disco, mezcla la dulzura juvenil de unos The Russian Futurists con la particular concepción de art-pop marginal y esquivo de gente como Dani Lee Pearce (época "For As Briefly As I Life"), cuidando con acertada intuición las progresiones armónicas. Sensación que me vuelve a asaltar al escuchar otras como "Rainstorm". Hay ecos de Dorio en "Beach Stroll" transformando, como este, el twee-pop en una canción del verano con ingenuo glamour. "Summer Scars", quizá lo más cercano a un hit de todo el listado, va muy a juego con el pellizco juguetón de "Lovedrown" de Otlo, editado también este año. Y, en general, uno ve sobrevolar casi todo el tiempo la tremenda influencia -consciente o no- del Momus post-"Circus Maximus" hasta nuestros días.




Las letras son de una sencillez desarmante, de nula impostura en cualquiera de sus cortes, subrayando tanto la aspiración adolescente más elemental como a su vez el precio a pagar para tratar de conseguirla por no encajar en los sojuzgados estándares. Sin falsos malabarismos metafóricos ni reproches gratuitos. Con la condición por delante y el pop imaginativo por bandera. En una palabra: valiente.

domingo, 9 de noviembre de 2025

Vanille, "Un Chant d'Amour"

 



Qué importante es saber respetarse como oyente. Y más en tiempos como estos, dominados por cualquier flatulencia global que no mira por el criterio del receptor, sino por inyectar una falsa catarsis colectiva en forma de ciega (en este caso sorda) y unánime adulación de la que hacer partícipe a un atribulado y desorientado público, hambriento de un ídolo salvador al que poder aferrarse. Es por ello que se hace más indispensable que nunca el apostar por la música de calado cercano, que no especule con exhibiciones vacuas disfrazadas de trascendentalismo y falsa innovación.

El tercer disco de la canadiense Raquel Leblanc apuesta más que nunca por la chanson québecoise, un poco en contraposición al aliento más indie de "Soleil '96" (2021) y al más pastoral de "La Clairière" de hace un par de años. Por tanto más cerca pongamos por caso de paisanas como Maude Audet que de otras como Joni Mitchell.

La canción que da título al disco y sirve de inmejorable entrada al mismo va sobrada de intencionalidad nostálgica, como de resaca post-yeyé, como ocurrirá más adelante con "Ne t'en fais pas pour moi" o "Ainsi (je vis le jour)". Con un tempo de algo más de subida están "Lune d'Argent" y "Te revoilà", consiguiendo meternos en vereda: sin sobresaltos, pero encantados de poder disfrutar desde el asiento de paisajes no por conocidos menos atrayentes. "Deux coeurs", más ladeada al soft-pop de los años setenta, se beneficia de una embebida pero cálida percusión y es una de las más notables.




Si bien "Le saut" es quizá la menos interesante, por incurrir (sin demasiado interés) en la concurrida 'cuota' lounge-dream-pop tipo Stereolab-Ivy-Broadcast, paradójicamente y con parecidos mimbres remonta el nivel "Ce n'est pas ici, ce n'est pas ailleurs" gracias a una melodía más redonda y efectiva que su precedente. Cierra el disco la más robusta del conjunto, "Un espoir", con quizá el mejor y más espiritualizado estribillo de todos.

"Un Chant d'Amour" (cuya portada armoniza con la de "Married in Mount Airy" de otra canadiense, Nicole Dollanganger) es un modesto pero consecuente y afectuoso disco de pop atemporal que no pretende negociar con ningún atavismo generacional ni vender humo a espuertas. Nosotros lo acogemos con la hospitalidad que se merece, porque no necesitamos ni redentoras ni ficticias revolucionarias. Queremos trabajos sólidos como este, que se puedan escuchar de principio a fin sin tener que ser partícipes de ninguna esotérica y dispersa confabulación.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Kali Uchis, "Sincerely,"

 



Por su carácter eminentemente introspectivo y confesional, el quinto disco de Karly-Marina Loaiza destaca sobremanera respecto a los anteriores, marcados por el diva r&b y el neoperreo de arreglos abrumadores y muy desigual atención en general. Coincide intencionadamente también con el cambio de escudería, de Geffen a Capitol.

"Sincerely,", publicado hace ya seis meses, y dedicado entre otros a su primer hijo -del cual estaba embarazada en el momento de hacer acopio de estas composiciones- tampoco escatima en abundancia de arreglos, al que unir en este caso concreto unas armonías especialmente cuidadas y un agudo sentido del dramatismo existencial. De todo esto ya avisan las suntuosas cuerdas a lo philly sound de "Heaven is a Home...", que dan paso a una balada melosa pero dotada de una intensidad premonitoria.

Después viene "Sugar! Honey! Love!", que llama la atención especialmente en las inflexiones vocales y los efectos de guitarra, llevándonos sin atajos a los Cocteau Twins de principios de los noventa -"Heaven or Las Vegas"-, como mismamente ocurre en "For You", vía smooth soul. "Lose My Cool," inaugura los latidos del pop de principios de los sesenta -muro de sonido, Phil Spector, algo de brill building...- y seguramente sea el gran clásico de la colección si no fuera por la fractura en mitad de la canción, transformándose en otra distinta que también se hace insuflar el dream-pop más atildado posible.




"It's Just Us" parece concentrar con total naturalidad la tapicería crepuscular de Chris Isaak con la sensualidad extrema de Sade, que en "Silk Lingerie," queda flotando en entre modulaciones algo más volcánicas. "Territorial", mi favorita, tiene una clara cadencia fílmica y se permite introducir alguna frase en castellano -recordemos el ascendente colombiano de Loaiza- fluyendo sin impostura.

"All I Can Say" y "Daggers!", en cambio, conforman los capítulos menos atractivos del lote. Sobre todo la primera, que no aporta nada y se regodea sin más en el molde prototípico de las girl groups de los sesenta con una letanía genérica, que no busca ninguna vuelta de tuerca, a modo de supuesta complicidad retro.

Pero cuando vuelve el espíritu Elisabeth Fraser -sobre todo en los coros- en "Angels All Around Me...", muy probablemente la rodaja más sophisti-pop -y chill- de "Sincerely,", y con ello la remontada, recurre también al quebranto del clímax hacia la mitad respecto a cómo se había iniciado. Sintes de fantasía ochentera llevan en volandas "Breeze!", y "Sunshine & Rain..." rubrica en el estribillo su (efectiva) propensión mainstream. Cierra "ILYSMIH" como se había iniciado el disco, a guisa de lowtempo desde el filo del mundo.

Pura apología de romanticismo pop, de emotividad en raso y sin filtros. Absolutamente cursi, sí, ¿Y QUÉ?

lunes, 27 de octubre de 2025

Andrea Laszlo de Simone, "Una Lunghissima Ombra"

 



Solo con visualizar el número de cortes -diecisiete- o la duración del total -más de una hora-, o con ver la portada y escuchar tan solo el primer instrumental -"Il Bulo"- que abre el tercer disco en solitario del turinés Andrea Laszlo de Simone podemos intuir que nos vamos a encontrar ante un trabajo denso, con muchos recovecos y pistas de diferente calado, como viene sucediendo con este tipo de proyectos de pop post-progresivo desde hace más de medio siglo.

"Ricordo Tattile", con su arranque litúrgico y ropaje de orquesta barroca, también nos predispone para un cancionero sin demasiadas estridencias -al contrario que ocurría en parte de su anterior "Uomo Donna" de 2017, con ramalazos de psicodelia cósmica algo dura-, para pasar a "La Notte", una de las más relevantes, con ese ritmo radiante y sus destellantes coros sesenteros. En un registro similar está "Aspetterò", con vocación de himno pop sacada de lo más histórico del Festival de San Remo. "Colpevole" -y ese guiño a Chaikovski en los primeros compases- podría pasar por un cruce entre Franco Battiato y Lucio Battisti, y esto es algo que, para nuestro solaz, se va a repetir en momentos posteriores, como en "Pienamente".






Es cierto que en "Un Momento Migliore" se cuela el mismo tipo de arreglo de la tristemente ubicua "Bitter Sweet Symphony": ¿casualidad, homenaje o una mala pasada del subconsciente?. Lo cierto es que, sin molestar demasiado dicho atavío, por previsible, aquí resta puntos. Lo compensa poco después "Planando Sui Raggi Del Sole", con sus ambiciosos cambios de clímax para converger en una marching jazz la mar de sugestiva.

Prácticamente cierran, entre otros instrumentales otoñales y algo laxos, "Quello Che Ero Una Volta" y "Non è Reale", que incorporan arreglos electrónicos en primer plano, con la segunda vertiendo toda su querencia por los sonidos space disco de, por ejemplo, G.G. Tonet o La Bionda.

"Una Lunghissima Ombra", o la reconstrucción tranquila -y algo desbocada en minutaje-, heredera de su magnífico ep "Immensità" (2019), de un Andrea Laszlo de Simone con hechuras de autor puntilloso que revuelve, casi siempre, en lo mejor del pasado, aquí definitivamente con notables resultados.

miércoles, 22 de octubre de 2025

Bajo tres banderas, de Benedict Anderson

 



¿Qué tuvieron en común Joris-Karl Huysmans, Errico Malatesta, Stéphane Mallarmé, Federico Urales, Alexandre Dumas padre, Tarrida de Mármol, José Martí, Arthur Rimbaud, James Ensor, Eduard Douwes Dekker, Pío Baroja, Louis Michel o Tetchō Suehiro? Además de un contexto socio-político a finales del siglo XIX que dio origen tanto a la Primera Globalización como a la segunda oleada de descolonización en los entornos americano y asiático, proporcionaron una tupida red de influencias literarias que ayudó a (re)situar a las vanguardias revolucionarias de las últimas colonias del exhausto Imperio Español no solo en la posibilidad de la independencia, sino en la autoconsciencia de sus orígenes y su propia idiosincrasia de pueblos sometidos. Una cosmovisión política y artística, en un mundo muy cambiante, con dos figuras intelectuales finiseculares de Filipinas como el folclorista Isabelo de los Reyes y el novelista José Rizal como ejes fundamentales del relato que el historiador Anderson construye a base de un concienzudo trabajo de investigación, que no hace sino contagiar al lector con las conexiones y descubrimientos 'in progress' -y a menudo casi milagrosas- que prácticamente se van trenzando a medida que avanza el texto.

Cosmovisión donde conviven el anarquismo (y la Propaganda por el Hecho), los nacionalismos post-coloniales, el Decadentismo, el periodismo de trinchera o la antropología aborigen, frente a imperialismos varios, ya estuvieran en apuros (España) o bien en alza (Estados Unidos, Japón). Con, además, el vínculo más o menos estrecho entre los movimientos emancipatorios de la propia Filipinas con el de Cuba o el de China.






A través de la revista La Solidaridad ubicada en Barcelona a finales de siglo -no confundir con Solidaridad Obrera, publicación libertaria también barcelonesa fundada unos años después-, donde convivieron José Rizal y otros activistas pinoys como Mariano Ponce o Marcelo del Pilar, asistimos a las intrigas -en una a menudo ambigua clandestinidad- entre los 'asimilacionistas' y los más radicales defensores de una Filipinas secesionista. Sin perder de vista, más que de reojo, los inevitables influjos culturales del Viejo Mundo europeo -que estos actores asumían preferencialmente, sobre todo los más arriesgados y cómplices-, Viejo Mundo que aún era epicentro del debate cultural y estético a lo largo y ancho del planeta.

Como decíamos, el entusiasmo de Anderson empapa cada una de las páginas de este valioso estudio sobre un momento de la Historia en el que las antiguas estructuras parecieron estar entre las cuerdas, donde muchas cosas nuevas (o más bien justas) parecían a punto de cristalizarse, hasta dar finalmente con el reordenamiento de la Primera Guerra Mundial por un lado y las subsiguientes corrientes rupturistas del pensamiento también en ese primer tercio del siglo XX. A la postre, el Capitalismo entendió que la sumisión de los antiguos protectorados solo podía seguir practicándose transformando estructuras aparentemente liberadas en peones de su sempiterna explotación, con el eufemismo del consenso y la cooperación filantrópica. Un retorcido desenlace que los idealismos del mártir Rizal o el de Isabelo, quizá, no pudieron llegar a colorear ni en sus más tibias fantasías.

miércoles, 15 de octubre de 2025

Kit Sebastian, "New Internationale" (2024)

 



Siguiendo con pop de delicias turcas, hoy rescato un disco que me pasó desapercibido el año pasado pero que ahora cobra todo su sentido aprovechando el inusitado influjo de Peki Momés. El francés -pero de ascendente otomano- Merve Erdem y la osmanlí Kit Martin empezaron a hacer migas artísticas a través de las redes sociales hace ya unos cuantos años, coincidiendo con su asentamiento en Londres, y con "New Internationale" suman tres valiosos discos, siendo este último hasta la fecha el más convincente de su carrera.

Aun sin la espiritualidad de Issam Hajali o la luxación hacia la disco-music de Altin Gün -por citar un par de ejemplos de destacadas sonoridades similares de aquella latitud en el último decenio-, la propuesta de Kit Sebastian en "New Internationale" alcanza un exquisito equilibrio entre el lounge, el folclore de Anatolia, la psicodelia combada y el aroma a banda sonora de espías 'ad hoc' tipo John Barry o Dick Hyman.




La combinación de voces entre la dulce -pero potente- de Martin y la decididamente bizarra de Erdem también funciona a las mil maravillas en canciones como "Faust" o "Camouflage". Sus progresiones melódicas remiten al easy-listening de Burt Bacharach pero más cribadas por las evocaciones de Saint Etienne o Pizzicato Five que por las de Stereolab.

A su vez hay reminiscencias de la rumba en "Ellerin Ellerimde" y "Bul Bul Bul", o del garage-ye yé en "Göç / Me". La balada alambicada de ágape junto al mar que fluye en "The Kiss" va dando paso al irresistible mid-tempo tenuemente 'jazzeado' de "Mechanics of Love" sin rebajar en ningún momento el nivel, sino más bien todo lo contrario.

Kit Sebastian saben exhibir atinada melosidad y, a la vez, músculo. La prueba final de esto último se encuentra en la canción que da título al disco y, de paso, lo cierra: los arreglos entran y salen dosificándose con mucho oficio, y acrecentando la temperatura con unos de teclado en los compases del desenlace hasta alcanzar un controlado éxtasis.

Gozada máxima.

viernes, 10 de octubre de 2025

Peki Momés, "Peki Momés"

 



Sospecho, teniendo en cuenta las alturas de año en las que ya nos movemos, que vamos a encontrar pocos discos -por no decir que casi ninguno- tan divertidos y refrescantes en 2025 como "Peki Momés", el debut de esta chica turca afincada en Alemania, enfundada en el más estricto autodidactismo. Fruto de la más pura intuición -empezó a componer música en 2023, casi por accidente-, Momés ha facturado un álbum descarado, repleto de influencias de lo más diversas y atractivas, que ya está trascendiendo a radares insospechados -el mismísimo Iggy Pop la ha difundido recientemente a nivel masivo en una de sus playlists públicas- por su destreza a la hora de combinar dichos condimentos.

Sus canciones acometen destilados empleos de batidora donde caben psicodelia gelatinosa, tropicalismo furibundo, dance-pop edulcorado o funk coqueto, sobre las que Momés construye sus letras a modo de dietario desde los primeros tiempos (de ahí el motivo de la portada). Partiendo del ascendiente anatolio -la producción mate remite al pop turco de cassette de bazar y mestizaje similar, al estilo del mítico "Karadut" de Mustafa Kuş & Grup İmece-, entronca con paladines del lounge árabe actual como Charif Megarbane o Kit Sebastian, pero en un tono más despreocupado que estos.




Hits impepinables como "Göç Mevsimi" u "Oyun", que incorporan teclados gomosos, según la propia Peki Momés reconoce, con el city pop japonés de los ochenta en el punto de mira, incluso hasta en las declamaciones. Synth-funk que no te puedes quitar de la cabeza en "Masmavi"; reggae-pop alienígena en "Future"; disco-music libidinosa en "Yaşlı Dünya"; synthpop encantador en "Dertsiz Kedi"; space-disco lisérgico en "Bahçe"; cocktail-nation de muchos quilates en "Laleler".... el disco es una sorpresa constante, siempre con la chispa pertinente, al acecho del groove irreprimible y a la vez conformando un todo cohesivo.

Dispositivos como "Peki Momés" son los que te hacen seguir teniendo esperanza. Te alegran la temporada y justifican muy mucho el seguir explorando en el proceloso océano de las novedades discográficas. Tremendísimo todo.

jueves, 9 de octubre de 2025

Sandrayati, "Inhabit"

 



Si pensamos de dónde viene Sandrayati Fay y dónde tiene su residencia actualmente -Indonesia e Islandia respectivamente- convendremos en que su música está especialmente escogida con el fin de sumergirse al máximo en los espacios insondables y mágicos que prometen ambos territorios.

Tras formar parte del trío folk femenino Daramunda -de muy corta existencia: apenas un disco- en su país natal, Sandrayati debutó en solitario en 2023 con "Safe Ground", que la situó y la sigue situando en una nebulosa zona entre Karen Peris, Linda Perhacs y Elizabeth Fraser.

Su segundo álbum, "Inhabit", mantiene la depuración exhibida en "Safe Ground" con respecto al grupo en el que irrumpió, pero alcanzando cotas expresivas de un acabado todavía más concluyente. Con un mayor apoyo en el piano, en el sinte y, ocasionalmente, en la guitarra eléctrica contenida -esto es: más art-pop que folk-, Sandrayati acomete el tratamiento de las pausas y los subsiguientes avances cinéticos con dominio y madurez incuestionables.




Aun imbuida en todo momento en un tono comatoso, hay piezas de efecto inmediato como "Forward" -que crece en proporción a la gradual penetración de arreglos electrónicos-, la estilizada "Jawline" o la crepuscular balada "Wonder". Concisos arreglos de cuerda y viento se disponen en "Give in", que parece siempre a punto de quebrarse a poco que amenace con asomar un solo rayo de sol. "Seafaring" estremece con su oscura gravedad controlada según se nos va adhiriendo el repiqueteo rítmico, hasta romperse y desembocar en una mínima "Ashes" que parece diluirse sin remedio en un paisaje mayormente abisal. "Waken" continúa con similar guionización, incorporando lastimeros aullidos entre la inmensidad y el sordo temporal. La cosa acaba con "Instill" como en mitad de la noche, entre cri-cri-cris y un telón que va subiendo casi imperceptiblemente, para acabar acogiendo una especie de revelación beatífica.

Un disco cuya única exigencia es que el oyente se abandone en la escucha: solo con esa predisposición obtendrá su recompensa, que no es otra que tonificar el espíritu y reincorporarse como nuevo.

miércoles, 8 de octubre de 2025

Shabason, Krgovich, Tenniscoats, "Wao"

 



Supongo que, como en el reciente caso de Blood Orange, era cuestión de tiempo que un disco de los músicos canadienses Joseph Shabason y Nicholas Krgovich, que llevan colaborando estrechamente entre ellos y con otros artistas más o menos desde la pandemia, asomara por valioso en nuestras costas de Samoa. Lo mismo se puede decir de la tercera pata de esta puntual asociación: el dúo Tenniscoats, de alguna manera una pequeña institución dentro del pop de vanguardia japonés, y también muy dados al montaje de artefactos en compañía de otros (Pastels, Jad Fair).

"Wao" surge espontáneamente a raíz de una gira de los dos primeros por Japón, donde terminan haciendo tan buenas migas con los tokiotas -que cumplieron la doble función de banda de acompañamiento y teloneros- que en muy poco tiempo dan forma a esta abstraída grabación donde Shabason aporta el componente más ambient, Krgovich el más sophisti-pop y Tenniscoats el indie.






Se abre con la rítmicamente slowcore "Departed Bird", y rápidamente te das cuenta de que el ambiente de improvisación e intuición entre todas las partes va a tener las trazas de marchar como sobre una balsa placentera, que permita detener la vista y hacer fluir el alma a cada ponderado impulso. "A Fish Called Wanda", más allá de la alusión cinematográfica, parte inteligentemente de una melodía muy sencilla, casi pueril, para transformarse después en una con progresión jazzística de más calado, combinándose ambas con gracia en toda su duración. 

"Shioya Collection" se apoya en un dream-pop muy distinguido, también con la aleación de voz femenina y masculina sujetando el conjunto. "Our Detour", con su exiguo planteamiento, se apoya instrumentalmente y a nivel de dicción en un hipotético territorio Momus de pop electrónico de mesa camilla. "At Guggenheim House" o "Look Look Look" entroncan con el lounge deconstruido de los The Aluminum Group más especulativos, y el tratamiento más folk se reserva para "Ode to Jos'" y la excelente versión del "Lose my Breath" de My Bloody Valentine que hace por terminar un disco que, en contra de la regla preestablecida para este tipo de experimentos que suelen moverse entre lo fútil y lo meramente caprichoso, merece y mucho la pena. 

Sustanciosa quedada.

jueves, 2 de octubre de 2025

Dale Jenkins, "Undesirable Element(s)" (1984; reed. 2021)

 



Fue en 2010 cuando descubrí este disco del más recóndito underground estadounidense. En concreto a través de esta misma entrada del mítico blog de Mutant Sounds, todavía consultable. En esa época lo tuve en agenda para comentarlo en esta página, pero revisando la discografía de Dale Jenkins y viendo que le había dado tiempo a grabar dos álbumes más aparte de "Undesirable Elements", preferí en ese momento esperar a localizarlos con el fin de hacer una reseña del personaje más en profundidad. Esto último no ocurrió -de hecho "Taking a Drive..." de 1987, y "Apathy" del 89, continúan siendo un completo misterio para quien esto suscribe- y el proyecto de integrar a Jenkins en el inventario del Jardín Secreto de Vailima quedó aparcado en un cajón mental.

Hace unos pocos días, de visita por Mallorca descubro en la tienda de discos de Palma llamada Mais Vinilo el ejemplar que ilustra el comienzo de esta entrada. Aparte de no resistirme a comprarlo -nunca lo había palpado físicamente-, es también ahora cuando aprovecho para dedicar estas líneas a uno de los artefactos más insospechados de la por otra parte rica tradición lo-fi/electro/post-punk de los años ochenta.




Para empezar, "Undesirable Elements" viene en esta reedición de 2021 -el disco, originalmente, fue una autoedición- titulado en singular, y con el añadido de tres canciones inéditas respecto a la edición original -que constaba de siete piezas-, que son "War Was Raging On", "Paranoid Song" y "Destitute". Se trata de una reimpresión con bonus track editada por el sello de Chicago especializado en rarezas de psicodelia, garage, post-punk y demás anomalías pop Got Kinda Lost, subsello a su vez del leridano Guerseen, siendo este último el encargado de distribuir "Undesirable Element" en el circuito europeo.

La historia de Dale Jenkins está asociada a la escena alternativa de Washington DC de la década citada. Era, por tanto, un ambiente donde primaban en su día los sonidos abrasivos de punk y del hardcore -Dead Kennedys, Minor Threat-, unidos a la denuncia social y política más militante, junto al espíritu DIY más comprometido. Eran tiempos de resistencia y vicisitud en el despiadado corazón del imperio yanki. Jenkins participará de todo aquello, de esas mismas influencias, a las que añadirá en su corta carrera en solitario matices más ensoñadores y hasta pastorales. Hablamos de su fascinación por Soft Machine o los primeros Pink Floyd, pero también de la new wave más extraterrestre, representada en Devo o los B-52's, y que él en solitario tratará de emular muy a su manera y de fusionar con los elementos más pétreos de lo post-77. Dale Jenkins, a través de grupos efímeros como The Users, fue partícipe activo de dicho escenario. Después la susodicha carrera a su nombre, que compaginó con All White Jury, otro combo hardcore de corta vida que, esta vez sí, dejó para la posteridad un ep en 1987 para veinte años después ser rescatados en un álbum de archivo con todas sus grabaciones, incluida alguna de Jenkins que también pasó a formar parte de "Undesirable Element".




El abrupto final de Dale Jenkins -suicidio en 1989, poco después de lanzar su tercer disco solo- no solamente impactó para siempre en su círculo más cercano -obviamente-, sino que no impidió ver sustentar unas canciones que, a pesar de su limitado radio de acción en aquellos días, han sobrevivido con obstinación en el imaginario de los más infatigables buscadores de joyas ocultas, gracias en los últimos años a la difusión global en la red. Y es que sus letras ya vaticinaban el desdén, la contrariedad y la profunda melancolía en la que se hallaba inmerso Jenkins, y que desembocaron en tan terrible acto.

El hypnagogic pop gótico de John Maus, el más new wave de Part Time o el más psicodélico de Ariel Pink no pueden entenderse sin el precedente de -entre otros- Dale Jenkins, igual que el de este último no puede comprenderse sin R. Stevie Moore, los Cure de "Seventeen Seconds" o Patrik Fitzgerald. El aliento no wave de "War Was Raging On", el punk tremebundo y satírico de "Non-Surgical Lobotomy" o el siniestrismo claustrofóbico de "Paranoid Song" dan fe de una capacidad de fascinación a día de hoy intacta, aun a costa de su precariedad logística. Pero la tonada más destacada, y que deja entrever como podría haber sido la evolución de Dale Jenkins como cantautor en el futuro, no viene hasta el último aliento: "Another Day", de una estática belleza, parece sacada directamente del "Pink Moon" de Nick Drake, y deja revoloteando en el ambiente una sensación de profunda tristeza, de hiriente abandono, como en 1984, como en 2010, como en el resto de nuestras vidas, y más allá.

miércoles, 17 de septiembre de 2025

Blood Orange, "Essex Honey"

 



Te ha pasado unas cuantas veces: eres invitado o invitada a una fiesta o reunión de amigos donde no tienes a priori un vínculo demasiado cercano con estos, pero ya sea por curiosidad o compromiso acabas aceptando, presintiendo que aprovecharás la ocasión para largarte a la mínima oportunidad, ya que tiene pinta de convertirse en otra jornada de hastío o postureo inane. Nunca has tenido demasiado feeling con el anfitrión y, para más inri, te enteras de que van a acudir otros personajes de similar enjundia.

Aun así, vas con todas las precauciones del mundo. La cosa adquiere un cariz inesperado cuando coincides en esa misma reunión con viejos conocidos -llamémoslos por sus nombres: Ben y Vini- cuya presencia te sorprende y, llegado el caso, hasta te alienta a continuar porque si están estos es que algo hay. En efecto: el anfitrión de repente te parece un tipo encantador, las colegas majísimas, la bebida deliciosa. Estás tan a gusto que te apuntas a quemar el resto de la noche en ese mismo sitio.




Nunca me gustó Blood Orange. Pasé por todos sus discos anteriores con esa sensación de indiferencia que dan los productos destinados ante todo a tratar de epatar al personal y a resolver de cualquier manera las prisas de los "descubridores" hipsters que vienen a colgarse medallas -mayormente inmerecidas- con la tendencia y la ansiedad como único horizonte. Los discos de Devonté Hynes con la marca Blood Orange me parecieron siempre un batiburrillo estilístico inconcreto, casual. Hasta "Essex Honey", que ha supuesto la gran sorpresa de la temporada. Un disco que es, afortunadamente, otra cosa muy distinta, un disco muy serio en todos los sentidos.

Después de un hiato de siete años que son los que han pasado desde su anterior "Negro Swan" -y dedicado en todo este tiempo a la elaboración de diversas bandas sonoras-, y marcado por el fallecimiento de su madre en 2023, "Essex Honey" transpira una madurez y una capacidad hipnótica totalmente ausentes en el grueso de sus grabaciones previas. Ha sido precisamente esa labor más perseverante que nunca tras los últimos scores -ahí a nombre de Devonté Hynes- la que ha proporcionado esa serenidad y calado a sus nuevas canciones. Las melodías, por fin, son plenamente discernibles y disfrutables, y absolutamente todos los colaboradores estrella hacen un trabajo efectivo, arropando con destreza pero cediendo inteligentemente el único protagonismo a Hynes.

Una colección de canciones muy urbana -resuenan las reverberaciones al piano tipo The Blue Nile en más de una-, ideal para escuchar en las horas muertas previas al descanso, donde esas melodías brotan como si de flores inesperadas se tratara. Meciéndose, con el concepto de la pérdida y la capacidad de consuelo de la música que nos toca adentro fluctuando a nuestro alrededor. El minimalismo de la producción también le sienta muy bien, evitando la distracción hacia aspectos más superficiales o efectistas.




No falta el 'estampado Prince' -influencia nuclear desde siempre- en los falsetes de "Life" (con Tirzah poniendo el contrapunto vocal) o "Westerberg", y la influencia post-punk -determinante en su educación musical y en sus inicios con los primeros grupos- se hace patente en cortes inmediatos y adhesivos como "The Train (King's Cross)" -con Caroline Polachek- o "Scared of It" -aquí interviene el amigo Ben Watt-, que más que parecerse a The Replacements, como se insiste en otras reseñas -y más allá también de la referencia directa en "Westerberg"-, a mí me recuerda más al primer Momus.

Aunque bordee constantemente el auto-sabotaje en estas composiciones -esa manía de torcer disruptivamente la narrativa al final de muchas de ellas-, cosa que le viene de lejos al británico, y en alguna le traicione el subconsciente -"I Listener (Every Night)" lleva implícita parte de la melodía vocal del "Pure" de The Lightning Seeds- "Essex Honey" enamora, fascina gracias a sus partituras lúcidamente delineadas y a ese telón ambiental que te atrapa inexorablemente.

Ya veremos si este disco es un punto y aparte en su discografía, si es el comienzo de algo muy grande, o se queda, como el "Kaputt" de Destroyer o el "Forget" de Twin Shadow -con este último, por cierto, comparte muchos puntos en común dentro del mestizaje entre lo negro y lo pálido-, en un caso de 'one album wonder' de libro. De momento, yo me apunto al siguiente convite. Salir de él horrorizado o enamorado es algo que no puede medirse ahora mismo en certezas.

martes, 16 de septiembre de 2025

Matthew Ifield, "My Favourite Place To Be"

 



La rotunda irrupción de artistas como Laufey en el estadio mainstream ha dejado abierta la puerta en los últimos tiempos a una esperanzadora vertiente de autores jóvenes que hacen de la sensibilidad pop tradicional una apuesta firme, una especie de resistencia selecta ante modas y/o engañifas en forma de tendencia perecedera como las que asolan las webs musicales de todo pelaje.

El caso del australiano Matthew Ifield, cuyo primer disco con canciones propias se ha presentado en las últimas semanas bajo el paraguas del ala oceánica de Universal -en lo que parece una apuesta muy interesada por apuntar muy alto con él-, aprovecha en ese sentido la senda redescubierta por la islandesa. Con la autora de "Everything I Know About Love" comparte Ifield, además, una similar y determinante influencia familiar y una formación clásica que le permite orientarse sin dificultad alguna por armonías mucho más complejas -y acabados mucho más resistentes en el tiempo- de lo que las divas r&b, la música urbana o el rancio indie están acostumbradas a ofrecernos.




Con unas estructuras y arreglos que remiten al pop más atemporal del siglo pasado, puesto al día sin estridencias ni distracciones infundadas, Ifield se desenvuelve como pez en el agua entre la brisa grácil de catamarán brasileño -"Dinner for Two", la propia "My Favourite Place To Be", con soluciones jazz- o la confesionalidad desoladora de un Richard Hawley post-adolescente -la tremenda y descollante "When I Loved You"-, pero también hace sus pinitos con total soltura en el sophisti-funk blanco en "Start from Scratch" o en la muy Hall & Oates "Sunflower". 

También recuerda en descaro académico a Sondre Lerche -"In the Event of her Departure"-, y las guitarras 'bedroom' le alinean de alguna manera con los modos del Mac DeMarco más escrupuloso. Pero no todo es perfeccionismo formal: el silbido de "She Likes me" nos recuerda que lo suyo está lejos de ser concebido por una triste Inteligencia Artificial. Y es que Ifield erige, con capacidad contrastada y como muy pocos hoy, esa trinchera que hace del pop hecho con mimo una devoción irrenunciable. Que no decaiga.

viernes, 12 de septiembre de 2025

Artículo recuperado: 25 años del “Anarchy” de Chumbawamba. Amor, insurgencia pop y otras (muchas) claves [Canino]





El magazine digital Canino dejó de actualizarse en 2020, pero hasta hace bien poco todavía podía consultarse todo su contenido en la red. Al darme cuenta de que esto último ya no es así, decido recuperar para el blog los siete artículos que escribí para ellos. Cuelgo los contenidos íntegros con muy puntuales correcciones, fotos diferentes de las que acompañaban la publicación original y, en los casos donde así sea, con otros vínculos de videos si los que se insertaron en su día ya no están disponibles.

Último artículo para Canino. Fue en 2019, por el 25 aniversario de "Anarchy".




Se bautizaron con un nombre en apariencia ridículo que no significaba nada, tocaron casi todos los palos sonoros –resultado de tantas sensibilidades- y jamás dejaron de denunciar injusticias, desigualdades e hipocresías en sus punzantes letras. La comuna libertaria con sede social en Leeds, los ya históricos Chumbawamba -disueltos en 2012-, hicieron de sus irrenunciables convicciones políticas y de su activismo socio-cultural un modo de vida (y casi una epopeya), sobreponiéndose a la contradicción que supone jugar siempre en terreno contrario y tener que estar en todo momento justificándose por ello. 

De formación más o menos variable, como buenos anarquistas –ávidos lectores de Kropotkin y Malatesta- repudiaron los caudillismos y jerarquías organizativas en el seno del grupo: todos contaban por igual y podían dejar de hacerlo sin falsos sentimentalismos. Se trabajaron muy pronto la autogestión –red de coordinación con casas okupadas y todo tipo de actividades culturales al margen del showbiz-, el veganismo –cuando distaba mucho de ser tendencia-, el ecologismo o el apoyo a los más desfavorecidos en todo tipo de causas nobles. También la autoedición: desde sus inicios en 1982, fundando sus propios sellos –Agit-Prop, Mutt- y dando espacio en sus referencias a alguno de los nombres clave del pensamiento ácrata contemporáneo –Noam Chomsky-. Fueron unos “one hit wonder” con una carrera amplia detrás, rica en matices y complicidades, a los que su propio “Tubthumping” (el megaéxito planetario  de 1997 convertido en salvavidas de descerebrados borrachuzos más o menos ‘alternativos’) pudo ponerles contra las cuerdas: fichaje con multinacional y la concesión mefistofélica de ceder el hit para un anuncio de Nike (“¿pero estos no eran anarquistas?, ¿ahora se han vuelto troskos?”, podían pensar muchos insensatos aquellos días), coronado por el travieso incidente de verter un cubo de agua helada sobre el segundo de la administración Blair (John Prescott) en plenos British Awards. El tiempo no solo les dio la razón –había que desprenderse del remilgo ideológico de no pactar con el enemigo industrial a cambio de diseminar su discurso más allá de los convencidos, si aun con eso conseguían no prostituir sus ideales-, sino que hoy en día se echan de menos formaciones con sus posturas, su abierta paleta estilística y su arrojo mediático. Y es que fueron un caso único casi en el mundo: anarco-pop más o menos especulativo sin descuidar en paralelo la trinchera. ‘Los Chumbaswambas’: un grupo lleno de guiños, pistas e incomodidades.










“Anarchy” (One Little Indian, 1994)


Coincidiendo con su fichaje por la compañía que albergaba entonces a artistas como Björk o Kitchens of Distinction y tras cuatro álbumes previos con material original, por primera vez todo está en su sitio: la confrontación entre punk-rap descarado, dream pop mordaz, pespuntes electrónicos y ráfagas de trompetas entusiastas discurre de manera equilibrada, haciéndose hueco con naturalidad a medida que avanzan cada uno de los cortes. Desde la inaugural “Give The Anarchist A Cigarette”, a cuenta de una anécdota que recogía el documental “Don´t Look Back” que cubría la gira de Dylan de 1965. Albert Grossman (manager del de Duluth) le confiesa al cantautor en un momento del metraje: “(la prensa) empieza a llamarte anarquista, porque no les ofreces soluciones”, a lo que Dylan contesta: “bueno, vale, dame un cigarro, dale un cigarro al anarquista”. Este chascarrillo post-moderno dará pie casi treinta años después a que Chumbawamba –un combo real y conscientemente libertario- ironice sobre las ocurrencias del que ya por entonces cantautor multimillonario, pasto de sacrificados y aburridos críticos rockistas que hacen de cualquier historieta estúpida del ídolo un acontecimiento para los anales. El combo aprovecha la coyuntura para –metafóricamente- hacerle tragar la armónica y recordarle que los tiempos siguen cambiando, aunque lo más probable es que desde un jet privado uno no se dé cuenta. Y sentencian: “You know I hate every pop star that I ever met”.




“Timebomb” –que se repite al final del disco en reprise paródico a la manera de Tom Jones-, a pesar de cierta oscuridad en su mensaje, es un muy pegadizo número de pop festivo que no obstante invoca esas rebeliones proletarias que se van cociendo a fuego lento y terminan explotando en cualquier sitio cuando las circunstancias suelen apremiar.




Un clásico del grupo de Leeds hasta el final de sus días: el suceso real de la muerte a palos de un gay en el baño de un establecimiento de Bradford es el motivo del siguiente corte, “Homophobia”, esa auténtica tara que siguen incubando varias capas intolerantes de la sociedad y que, desgraciadamente, continúa de plena actualidad con el amparo, el empuje e incluso el patrocinio de instituciones y partidos de inequívoco signo.
La versión acústica de esta pieza, incluida en “Anarchy”, fue remodelada en el mismo 94 para el ep homónimo con la ayuda de The Sisters of Perpetual Indulgence en una remezcla –y reescritura musical, aunque también cambian alguna línea de la letra- inusitadamente nutritiva a modo de dance-pop trepidante que recuerda a las cadencias de los Pet Shop Boys de “Very” un año antes.




La cortinilla instrumental de “On Being Pushed” da paso a “Heaven/Hell”, una sorprendente relectura de una canción tradicional húngara a modo de sedante pop electrónico y texto existencialista. “Love me” saca a colación a una de la dianas preferidas de Chumbawamba: Bono Box y su publicitario y caricaturesco pop-rock paternalista, esta vez con la excusa de la gira Zoo TV y su fetichismo neoliberal como telón de fondo.

“Georgina”, una de sus más excelsas canciones, con un balanceo a modo de las girl groups de principios de los sesenta, es un homenaje a la protagonista femenina del film “The Cook, the Thief, His Wife & Her Lover” (1989) del excesivamente esteticista y presuntuoso Peter Greenaway. “Doh!” y “Blackpool Rock” son otros dos recesos con los que tomar aire para llegar a la circense “This Year's Thing”, con sus estrofas ska y su estribillo directo, cabal y rabioso. “Mouthful Of Shit” es quizá, de todos los posibles precedentes de su hit mundial “Tubthumping” el más claro y hermanado con este: estribillo hooligan, recitado desafiante y la voz en apariencia cándida de la gran Lou Watts como contrapunto. “Mouthful”, como tal, es una crítica convenientemente escatológica hacia el hiperliderazgo político –demagógico, idólatra y cínico per se- que incluye una de sus frases más memorables: “You think you're god's gift/You're liar/I wouldn't piss on you if you were on fire”. “Never Do What You Are Told”, lo siguiente, es justamente eso: un (sucinto) alegato a favor de la desobediencia, con cáustica referencia a uno de las canciones más celebradas de David Bowie incluida… El rock mestizo futurista de “Bad Dog” antecede al himno anti-fascista “Enough is enough”, interpretado a medias con el grupo británico de hip-hop Credit To The Nation –compañeros de escudería en aquel momento- con un mensaje -el control ideológico de masas y la mentira como tótems martilleantes- de tristísima vigencia en nuestros días. Cierra su más valioso disco la muy bella –y fantasmal- “Rage”

Mención aparte para la portada de la controversia: un recién nacido saliendo del útero materno. En un gesto de intransigencia y puritanismo sin igual las tiendas fueron retirando el disco de sus cubetas, obligando a la compañía a sustituirla por otra más amable.







Otros discos recomendados:


“WYSIWYG” (EMI-Republic, 2000)

Acrónimo de What You See Is What You Get –desplegando del todo la portada está la explicación completa…-. Más centrado, completo e inspirado musicalmente que el previo y triunfal “Tubthumper”. “Shake Baby Shake” y la final “Dumbing Down” –sobre la miseria conceptual del turbocapitalismo- son puro Saint Etienne época “Good Humor”; “Pass it Along” –a vueltas con la falta de compromiso- combina el recitado sobre satén orquestal con eufórico estribillo brit-pop. El soul sesentero enfervorizado está representado por “Hey Hey We're the Junkies” y “LIE LIE LIE LIE”. También en “I'm In Trouble Again”, sobre sus remordimientos con la aceptación masiva -“I walked into a life of crime. Now I turn water into corporate pop”-. Easy-listening twee lounge en “The Health & Happiness Show”, “Ladies For Compassionate Lynching” o “Smart Bomb” –sobre el contrastado instinto criminal de George W. Bush Jr-. “I'm Coming Out” y “She's Got All The Friends That Money Can Buy” hablan de la fatuidad del mundo del éxito y la aceptación social sostenida desde la mera apariencia, y hay apuntes de country sarcástico en “Social Dogma” y “Celebration, Florida”, y de ska contra la comunicación basura -“WWW Dot”-, siendo la breve y cabaretera “Moses With A Gun” la que más anticipa musicalmente sus últimos días como grupo. Incluye la gema de pop barroco “New York Mining Disaster 1941”, versión de Bee Gees, incluida en el segundo álbum de los australianos, que luce a juego con canciones propias como “The Standing Still”. Aun y con todo, quizá su disco menos politizado y, a la vez, más preocupado por mostrar la versatilidad sónica del proyecto.








“Un” (Mutt, 2004)

Tras el paso por multinacional, Chumbawamba vuelven a autoeditarse –Mutt- a través de una escudería que apenas tendría dos años de vida, donde publicaron el decepcionante “Readymades” (2002) y reeditaron –con algún extra- su grabación de cánticos revolucionarios “English Rebel Songs”. “Un” es, con diferencia, lo mejor de esta etapa, que los vuelve a mostrar tan esplendorosos estilísticamente –folk dactiloscópico y vitaminado- como en “WYSIWYG”, con una deriva intimista en el tramo final que marcará por otra parte su devenir como grupo para teatros. “The Wizard of Menlo Park” (polémica canción laudatoria sobre Thomas Edison), “On eBay” –entonces en uno de los picos de popularidad de la web de compra-venta- sobre el consumismo desaforado y la destrucción natural que hay detrás de tantas aparentes oportunidades desarrollistas, “Everything You Know Is Wrong”, sobre el 11-S y la gran estafa de las armas de destrucción masiva (otro saludo, Bono) arrancan otra muy disfrutable y fervorosa grabación. Los saludos zapatistas en “When Fine Society Sits Down To Dine”, “A Man Walks Into A Bar” -con su crítica a la oposición de Miami y su patriotismo del dólar- mantienen el pulso, y “Buy Nothing Day” es el explícito homenaje al simbólico Día sin Compras. “We Dont Want To Sing Along”, que trata de mezclar pop con los ritmos campesinos del Caribe y “Rebel Code” -sobre el control de masas-, cierran el disco que significó la retirada de gran parte de la plantilla inicial del grupo: sus cantantes Danbert Nobacon y Dunstan Bruce, su trompetista y percusionista (y actual escritora) Alice Nutter, o el batería Harry Hamer. Del quinteto de las giras conclusivas solo quedarán como miembros originales el guitarrista y vocalista Boff Whalley y la cantante y teclista Lou Watts.







“The Boy Bands Have Won” (No Masters, 2008)

“The Boy Bands Have Won”, que tiene en realidad un título oficial kilométrico (ocupa toda la portada), no ahorra tampoco en material: 25 canciones –muchas de ellas no superan el minuto de duración- centradas en el indie-folk-pop que marca indefectible su última etapa. Es un disco de ternura afilada, distinguido en su cuidada estética acústica (apuntes de bossa, trotes camperos y recuperaciones ‘a capela’ incluidos). “Add Me” habla del acoso en las redes sociales –en el momento de su máximo auge con Facebook y otras-, “El Fusilado” sobre la gloriosa Revolución Mexicana y “Unpindownable” sobre la nostalgia pre-digital; “All Fur Coat And No Knickers” es una oda –con retranca- a Old Trafford, aprovechando de paso para recordarnos la sempiterna demagogia de grupos como U2 (¿habíamos dicho antes que no nos cae muy bien el grupo irlandés?) y “Lord Bateman's Motorbike” trata sobre la diferencia de clase social –que sigue siendo un hecho, por mucho que niegue la mayor el azote neoliberal- y los destinos que les suelen deparar a unos y a otros. La tentación de traicionar a la clase obrera olvidando el discurso tiene su (hu)eco en “A Fine Career”, y “(Words Flew) Right Around The World” hace un juego de palabras con un icono del antifascimo como Bertolt Brecht. “Compliments Of Your Waitres” -sobre el trabajo basura-, “Refugee” -sobre la inmigración-, y “Waiting For The Bus” sobre el recluso Gary Tyler, que entonces todavía se encontraba en prisión después de más de treinta años tras un juicio irregular marcado por constantes disquisiciones racistas y de clase son otras relevantes de su momento más plácido y maduro.







Otras canciones destacadas:

“British Colonialism & the BBC” (1986). La manipulación de los medios públicos siempre al servicio del poder, con referencias aquí al azote del Apartheid (que aún segregaba a la población negra con suma violencia). No en vano Sudáfrica seguía –y sigue- bajo el manto de la reina Isabel II a través de la Commonwealth, confirmando que las monarquías llamadas parlamentarias ampara(ba)n de una u otra manera las violaciones de los derechos humanos, en este caso en nombre de la cooperación. La sacrosanta BBC no se salva de los ataques de Chumbawamba: el caos informativo como productor de desorientación sistemática, priorizando el runrún retórico-legislativo por encima de las necesidades perentorias del grueso de la sociedad. Una canción no muy alejada del punk asilvestrado de las Slits.

“Commercial Break” (1986). Breve pieza new wave con toques 2 Tone que incide, con sangrante ironía, en el punto de vista nazi –abuso de poder, desprecio al diferente, clasismo enfermizo y explotaciones varias- de la hipotética esposa de un empresario blanco en un contexto que podría ser de nuevo Sudáfrica, el propio Reino Unido o cualquier otra parte del mundo.

“An Interlude: Beginning to Take It Back” (1986). Como las dos anteriores, incluida en el primer álbum “Pictures of starving children sell records” (“Las fotos de niños hambrientos venden discos”, en referencia al entonces pujante Bob Geldof y su Live Aid, ejemplo paradigmático de espectáculo populista de masas). “Beginning” es un remanso folk celta para denunciar en este caso la conspiración de la administración Reagan a través de la Contra nicaragüense en plena guerra civil del país centroamericano, con referencias al levantamiento del 79 del FSLN.




“Come on Baby (Let's Do the Revolution)” (1987). La canción más destacada de su segundo disco, “Never Mind the Ballots”, que no deja de ser una mezcla de homenaje a los Sex Pistols y al abstencionismo propio del mundo ácrata. En este segundo aspecto viene a incidir la letra correspondiente.

The Diggers Song” (1988). Para su tercer álbum, nuestro colectivo anarco-punk favorito decide reciclarse en conjunto a capela y rescatar canciones combativas de un sinfín de épocas. De manera ilustrativa el disco se llamará “English Rebel Songs 1381-1914”. “Diggers” describe y denuncia la explotación agraria en el siglo XVII por parte de la nobleza inglesa. Es una llamada a la rebelión del campesinado, y sí, con la herramienta que uno más tenga a mano.

“The Triumph of General Ludd” (1988). La leyenda del personaje del siglo XIX  que inspiró el ludismo –movimiento contrario al mecanicismo, al que corresponsabilizaba de la degradación social y la explotación laboral, conflicto que podríamos extrapolar perfectamente a nuestro tiempo de falsa igualdad tecnológica-, no evita el tono melódico, épico y de exaltación de este intrigante héroe de la clase trabajadora.




“Song Of The Times” (1988). Otro himno proletario de mediados del siglo XIX que anima a rebelarse contra el patrón, el cual no solamente siempre ha vivido a costa el trabajo de los demás sino que, incluso, para mantener a toda costa su estatus les hace objeto de criminalización: “The world seems upside down”.

“Idris Strike Song” (1988). Recortes de salarios, multas por llegar al trabajo tres minutos tarde, despidos aleccionadores… las mujeres trabajadoras de la planta de Idris (de agua embotellada) se levantaron a principios del siglo XX contra la patronal empresarial animando al todas a secundar una huelga a través del tradeunionism. Acabarían siendo sustituidas por hombres y niños… en otra muestra más del sadismo malsano de los mandamases opresores de las fábricas.




“Rubens Has Been Shot!” (1990). La mejor canción de su disco “Slap!” (subordinado en conjunto a piezas cuasi instrumentales), de aliento post-punk en la línea de unos Luxuria, habla de los daños sufridos por lienzos de Rubens y Durero en el museo Zwinger de Dresden en las navidades de 1921, incorporando el debate de valorar la destrucción de una obra de arte por encima de la de varias vidas humanas –que corrieron en paralelo- en un enfrentamiento laboral de aquel año.

“Nothing That's New” (1992). “Shhh” es el explícito título genérico de un trabajo que escenifica la pelea contra la censura crítica y la necesidad de expresión a través del recurso del sampler, como certifican piezas como la aquí presente. Frases lapidarias (“Everyone's stealing from someone”) acunadas a ritmo de vals.

“Pop Star Kidnap” (1992). Como The Fall por esos mismos años, Chumbawamba empezaron a coquetear con el pop de baile sin abandonar los textos explícitos. Esta concisa canción -que comparte notas y samplers con otra de “Shhh!” titulada “Snip Snip Snip”- está construida fundamentalmente sobre caja de ritmos y contiene alusiones al multimillonario ex-Pink Floyd Roger Waters.

“All Mixed Up” (1995). “Swingin' with Raymond” fue uno de sus discos más frustrantes, tras las buenas prestaciones del estreno con One Little Indian con “Anarchy”. Aun así tuvo puntuales buenos momentos, sobre todo los que corresponden a la cara b (“HATE”) en detrimento de la a (“LOVE”). “All Mixed up” contiene trompetas soul y berrinche punk para una proclama perfectamente armada contra la usura.





“Waiting, Shouting” (1995). En concordancia con el brit-pop (vía Blur) de la época, prepara la pulsión aguerrida que se crecería como un reguero de pólvora con “Tubthumping”, “Waiting, Shouting” acabó incluyéndose en el recopilatorio del 98 “Uneasy Listening”, que aprovechaba el tirón mainstream de esos días.

“One by One” (1997). “Tubthumper” fue uno de sus discos más dispersos, eclipsado además por la ubicua “Tubthumping”. “One by one”, en la órbita dream-pop de Kirsty McColl de “Titanic Days”, compromete el papel de los líderes sindicales que se dedican a traicionar a los que decían representar buscando el rédito personal –y económico- con un escaño en la Cámara de los Lores.

“Smalltown” (1997). Entre el chill-out y el sophisti-pop (Swing Out Sister o Shakatak como ejemplos), en una de sus letras más poéticas y conseguidas que habla de áreas restringidas y desconfianza en el ambiente, como una especie de pánico ante una posible delación durante peligrosas ocupaciones foráneas. 

“Salt fare, North Sea” (2002). Muzak con sabor a salitre donde transforman el sentido del sampler utilizado (el “Some Old Salty” del dúo folk Lal Waterson & Oliver Knight, con referencias al rock’n’roll primigenio) en un alegato político a través de la figura de un marino lobo solitario y escéptico ante lo que se cuece en tierra (“from the mast I can only see tyrants”).




“Don´t try this at home” (2002). Otra canción sobre revueltas y esperanzas, sobre unir fuerzas, o sobre no sucumbir al desaliento o postrarse a las recomendaciones de las élites y sus gregarios. Uno de sus estribillos más eficaces.

“By & By” (2005). A estas alturas (el álbum “A Singsong and a Scrap”) Chumbawamba se han reciclado definitivamente en grupo de folkie más o menos tradicionalista. Números templados de belleza prístina como este que alude al cantautor sindicalista norteamericano de principios del siglo XX Joe Hill. Más combustible contra la apatía y la desesperación.




“When Alexander Met Emma” (2005). La historia de amor y compromiso entre dos reputados anarquistas como Emma Goldman y Alexander Berkman, separados por el paso por prisión del segundo tras el asesinato fallido al empresario déspota y violento Henry Clay Frick. Otra balada excepcional.





“Torturing James Hetfield” (2010). El tópico del heavy metal como género contestatario, rebelde y (ejem) apolítico se desmorona por completo con declaraciones deplorables como las del líder de Metallica, que se sintió “en parte orgulloso” por el hecho de que eligiesen su música para los interrogatorios de presos iraquíes en la prisión de Guantánamo… Luego intentó recular alegando que no se le malinterpretase ya que eso podría provocar que mucha gente se confundiese y le posicionase políticamente (!): la mala conciencia del icono turbocapitalista que, años antes, promulgaba la justicia para todos… Chumbawamba, a ritmo de swing despreocupado proponen torturar sin parar a Hetfield con música de Simply Red y con el único recopilatorio de grandes éxitos de nuestros protagonistas: sin compasión.




“Hammer Stirrup & Anvil” (2010). Otra denuncia sobre el vasallaje de la cultura al servicio del poder tiránico y extremista, como reclamaban en “Wagner at the Opera”, también incluida en “ABCDEFG”. Pop neoclásico de cámara contra todo autoritarismo.

“The Knives Are Out” (2012). ‘Los Chumbaswambas’ cierran su discografía con un disco especialmente cabaretero (el musical “Big Society!”) firmado a medias con la compañía de teatro itinerante Red Ladder. Preñado de sátira (aunque más suavizada de lo esperado, como ocurre por ejemplo en “The Knives”), trataron de trazar el paralelismo entre la sociedad británica de Eduardo VII y Herbert Asquith (“el mazo de la polémica”) de principios del XX y la Inglaterra pre-Brexit de Cameron y Clegg.

“If It's a Sin, Count Me In” (2012).  Esta tonadilla cierra prácticamente la discografía del grupo y está interpretada por la actriz, directora y escritora Kyla Goodey, que pone ese acento alemán un poco a la manera de Marlene Dietrich. Destaca el apunte final del ukulele-banjo a cargo de Boff Whalley.




Publicado en Canino el 22 de marzo de 2019