Priscilla Ahn – “When You Grow Up” (Blue Note, 2011)
El segundo disco de esta niña
prodigio de la escena mainstream norteamericana coqueteaba a partes iguales
entre el pop y el country –es decir, entre la ligereza y el tradicionalismo-,
sin apenas dar una nota más alta que otra, con el tesón de acariciarte y
resultar agradable hasta el empalago. Contenía "City Lights (Pretty
Lights)", compuesta a medias con la pujante Inara George (The Bird and the
Bee). Como Bic Runga, Ahn transita por terrenos más que conocidos, pero lo hace
con una inteligencia y un mimo desarmantes. Ha coqueteado con la electrónica y
ha puesto música a alguna que otra película de anime después, pero “When You
Grow Up” sigue siendo su trabajo más logrado. Aquí
en Spotify.
Rachel Zeffira – “The Deserters” (RAF, 2012)
En paralelo a su aventura en
Cat’s Eyes con Faris Badwan, cantante de (¡glups!) The Horrors, la soprano canadiense
Zeffira probó suerte en solitario con un disco que parece salido de la escudería
4AD –sección preciosista y etérea- muy cuidado instrumentalmente –clarinetes,
flautas, harpas, otras cuerdas- y melodías de engañoso fulgor y marcado
romanticismo. Ideal para fans de Shelleyan Orphan, This Mortal Coil o Jane
Siberry. Aquí
en Spotify.
Rodrigo Amarante – “Cavalo” (Slap, 2013)
Tras la huida hacia delante que
supuso el final del rock mestizo elemental -y mediático- de Los Hermanos a
través de sus internadas sambistas neo-arrabaleras en Orquestra Imperial o del indie
folk de Little Joy, el carioca apostó por redescubrirse como compositor y por
dar con el túetano de un proceso que a menudo se difumina en el local de ensayo
junto a otros cómplices y sus respectivas cuotas de intervencionismo. Resucitó
el espirítu post-punk contenido y existencialista de Renato Russo y sus
añorados Legião Urbana, recordó a Dominique A en el nervio eléctrico controlado
y se acercó al acratismo tan propio de Tom Zé. Guiños a Caetano Veloso, movimientos
a cámara lenta tipo At Swim Two Birds… Amarante exorcizó sus cuitas con el
éxito y el aprecio soberanamente. Más información aquí.
Rose McDowall – “Cut With The Cake Knife” (Sacred Bones, 2015)
Disco inédito cuya fecha de
publicación debiera haber sido en un principio 1989 (aproximadamente) y que,
sin embargo, vio la luz de manera un tanto clandestina en 2004. Reimprimido
como se merecía en 2015 recopilaba
las avanzadas maquetas de la segunda mitad de los ochenta de Rose McDowall,
mitad del dúo escocés Strawberry Switchblade. “Cut With The Cake Knife”
funciona como perfecta continuación del disco homónimo de aquél proyecto: exuberante
compendio de pop electrónico bailable, canción teen y melodías que entroncaban
con el espíritu indie de aquel momento. Entre las Shangri-Las, Talulah Gosh y
las primeras Bananarama. Más información aquí.
Saint Etienne – “Home Counties” (Heavenly, 2017)
Uno de los mejores trabajos del
trío más entrañable de los años noventa. Tocado con la varita mágica de la
exaltación y del entusiasmo en la mayor parte de los compases –pop sesentas, boogaloo,
electro-, mientras las letras diseccionaban con vigor casi informativo las
vicisitudes del día a día en su suburbia compartida. Cuando el enciclopedismo
pop se desenvuelve con maestría más allá del papel. Aquí
en Spotify.
Sally Shapiro – “Somewhere Else” (Paper Bag, 2013)
Despedida de los suecos con su
disco más maduro, equilibrado y competente. La desembocadura en el eurobeat –que
no italo, por mucho que uno de sus títulos haga homenaje explícito- y el pop
electrónico de principios de los noventa se saldó con la sublimación de ese
cruce entre pop modoso y música de baile más o menos hortera: estrofas a lo
Saint Etienne y estribillos marca Pet Shop Boys. Más información aquí.
San Diego – “Disco” (autoeditado, 2017)
Diego De Gregorio es la penúltima
revelación italo-pop-wave. Bregado inicialmente en el rap heterodoxo tuvo la
feliz idea de reciclarse con el sobrenombre de San Diego en las bondades del
pop sintético, irónico y audaz. Su primer álbum solo deparó gratas sorpresas,
dominadas por un fino instinto melódico que le acercaba tanto a Savage como a
El Guincho, tanto a Domenico Modugno como a Michael Fortunati o hasta a Pino
D’Angio. La sombra de Francesco Gabbani (el de “Occidentali’s Karma”),
afortunadamente, empieza a ser alargada. [extraído del especial
retrowave en Caninomag]
Sayonara Ponytail – “You Are My Universe” (T-Palette, 2018)
Intrigante quinteto femenino que
destila philly sound, flechazos pop, predisposición idol, tonalidades ’beatle’
y supuraciones techno-kayō por los cuatro costados. El
clasicismo en el buen entender del país del sol naciente. Golosina infecciosa hacernos
bailar irremediablemente. [extraído del post (Más)
Discos recomendables de pop japonés]
Sean Nicholas Savage – “Flamingo” (Arbutus, 2011)
Antes de rendirse definitivamente
a los falsetes de Green Gartside, SNS escribió uno de esos discos con madera de
clásico de aquello que llamábamos indie-pop, con esa gracia congénita para
aunar intuición, talento e inventiva bajo el paraguas del estrecho presupuesto.
En “Flamingo” ya se percibían esos brochazos blancos a sedosos postulados -Marvin
Gaye o Curtis Mayfield filtrados convenientemente por la minipimer de Orange
Juice o hasta Momus- que luego han sido obsesión en su carrera. Epítome de pop
libre hecho con mucha ironía, calculado hipsterismo –editado originalmente solo
en cassette- y la máxima promiscuidad expresiva. Aquí
en Spotify.
Shakatak – “Afterglow” (JVC, 2009)
Entonces con 25 discos a sus
espaldas y una carrera sin sobresaltos era aventurado pensar que los británicos
entregaran hace casi diez años uno de sus discos más completos y clarividentes.
Exultantes como en sus mejores tiempos -¡con qué goce y savoir faire canta aquí
la gran Jill Saward!-, impecables melódicamente gracias a los recovecos
armónicos y a los dibujos de sus carismáticos bajos. Exquisitas baladas o
recurrentes ritmos brasileños: sonando con una calidez que solo pueden dar los
años y la creencia sin ambages en su sonido característico. Más información aquí.
Simon Bookish – “Everything/Everything” (Tomlab, 2008)
Locura tecno-pop de tintes vodevilescos,
cáusticos y neoclásicos a la manera de un King of Luxembourg o unos The Bonzo
Dog Doo-Dah Band. Leo Chadburn, mucho menos experimental que en entregas
anteriores, jugaba de frente con The Divine Comedy, Owen Pallett –no en vano le
ha hecho varias remezclas al antiguo Final Fantasy- o Nick Currie. Una joya
que, quizá incomprensiblemente, aún no ha tenido continuación –“Epigram /
Microgram (CZ)” (2013), con su verdadero nombre, tiraba por derroteros
radicalmente diferentes-. Y digo bien con quizá, porque al llegar aquí al
“Colophon” a uno no se le ocurren broches finales de tanta envergadura. Aquí
en Spotify.
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